Destacados Disidencias

Año I: hola, ¿vendéis popper?

Estamos de celebración, y no precisamente porque nos vaya genial vendiendo lo que no debemos, sino porque en este año, tan largo y tan fugaz a la vez, hemos aprendido mucho más de lo que podríamos haber llegado a imaginar.

A todos los que confiáis en lo que hacemos.

Y a los que vendrán.

Escandalizar y mejorar el mundo. Lo que podríamos llegar a ser

Evidentemente, la respuesta es que sí, aunque no diremos aún a qué pregunta. Al fin y al cabo, no es lo mismo hacer que parecer, y, después de un año -¡nuestro primer año en la palestra!-, aún nos gusta seguir dejando a los lectores con la duda. «¿Qué me pasa a mí? ¡Qué le pasa a usted!», contestaremos a todos nuestros haters, como si fuéramos Ignatius Reilly en las páginas centrales de La conjura de los necios (Anagrama, 1982), de John Kennedy Toole. Acto seguido, les diremos: ¡ah!, ¿pero lo que quiere es un poco de popper -sustancia que en algunas tiendas de estraperlo llaman perrito caliente, por cierto-? ¿está usted seguro? Pues, desgraciadamente, «mi conciencia no me permite vendérselo».

A lo largo de estos doce meses, desde que Popper echara a andar hasta hoy, día de nuestro primer aniversario, la tónica general de la revista se ha visto influida -en mayor o en menor medida- por esta suerte de contradicción: la que suele originarse tras enfrentar los resultados actuales con la que fuera, allá por junio de 2020, nuestra primera vocación; y también ha sucedido algo similar en la conducta de nuestros lectores. Nosotros, por ejemplo, hemos descubierto que hacer una revista es muchísimo más complicado de lo que parecía, y que, aún así, la dificultad es inconmensurablemente bella. Por su parte, los lectores van a lo que van, y son, de hecho, quienes nos recuerdan que llevar por bandera el nombre de una de las drogas más excitantes del planeta tiene consecuencias.

«Hola, ¿vendéis popper?» puede haber sido el mensaje que más veces hayamos visto hasta la fecha, y hoy, precisamente, queremos romper una lanza por aquellos que, hasta ahora, se han quedado sin respuesta: no, no vendemos popper, lo sentimos; pero, ¿qué mejor que un poco de cultura para dilatar nuestra experiencia? El propio Ignatius Reilly lo tenía bastante claro cuando vendía bocadillos de salchichas por las calles de Nueva Orleans: «está usted en pleno desarrollo y su organismo necesita un buen suministro de verduras y zumo de naranja y pan integral y espinacas y cosas así. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a contribuir a la corrupción»; no, al menos, sin una receta.

Gracias a Dios, hablar de literatura, de cine, de arte, de música o de series es mucho mejor alimento que «un buen suministro de frutas y zumo de naranja y pan integral y espinacas y cosas así», y, a la vez, igual de suculento que un buen bocadillo de salchichas. ¿Para qué pedirnos popper, entonces, si tratamos de ofrecer euforia en forma de artículos, reportajes u otros textos? ¿No será ésta la mejor manera? Evidentemente, la respuesta ya la sabemos; pero la pregunta, como ya hemos dicho antes, nos la llevaremos con nosotros hasta los dos metros bajo tierra.

Sea como sea, y antes de continuar, hay un mensaje que me gustaría lanzar a tumba abierta, un mensaje de agradecimiento a todos los que han pasado alguna vez por la revista a preguntar si aceptábamos colaboraciones, a concedernos entrevistas, a compartir sus propias preocupaciones en forma de reseñas o a buscar en todo esto una suerte de catálogo de convicciones o de referencias -y no estamos hablando de nosotros, evidentemente-. A todos ustedes, ¿qué decirles que ya no sepan? Pues lo mismo que le confesó Ray Bradbury a Hugh Hefner, su primer editor, cuando Farenheit 451 ya estaba consagrado como best seller: «[a mitad del siglo XX], un joven editor de Chicago, escaso de dinero pero visionario, vio mi manuscrito y lo compró por cuatrocientos cincuenta dólares, que era todo lo que tenía. Lo publicaría en los número dos, tres y cuatro de la revista que estaba a punto de lanzar. El joven era Hugh Hefner. La revista era P1ayboy, que llegó durante el invierno de 1953 a 1954 para escandalizar y mejorar el mundo. El resto es historia. A partir de ese modesto principio, un valiente editor en una nación atemorizada sobrevivió y prosperó. Cuando hace unos meses vi a Hefner en la inauguración de sus nuevas oficinas en California, me estrechó la mano y dijo: «Gracias por estar allí». Sólo yo supe a qué se refería».

Desde hoy, y para siempre, nosotros también queremos que sepan lo siguiente: un millón de gracias por estar ahí, en las malas, en las buenas y en todas las que vienen. Trataremos, como Hefner, de seguir mejorando y escandalizando al mundo. Bueno, tal y como llevamos intentándolo desde que empezamos, aquel día 3 de junio del año 2020.

Alfonso Mareschal

Al otro lado de la pantalla. Lo que somos, lo que es

Escribía Patricio Pron que durante mucho tiempo se acostó temprano hasta que conoció, entre muchas razones, a veces aburridas, a veces excitantes, los estragos del insomnio. Pero quién sabe si no nos engañaba al decir precisamente que alguna vez, durante mucho tiempo, se acostó temprano. Verdaderamente no lo sé. No soy él ni tampoco le conozco (aún). De lo que sí estoy segura y puedo prometéroslo es que yo jamás me he acostado temprano. Es más, ni siquiera me duermo a esas horas en las que –en palabras de Almudena Grandes– «hasta los desvelados duermen ya». Este texto, por supuesto, lo estoy escribiendo muy tarde. Y leía a Pron porque necesito seguir escribiendo y él parece haberme dado un buen comienzo, aunque, en cualquier caso, yo tenía, debía empezar así –de esto también estoy segura- porque Revista Popper se germinó en todo lo que concierne a mi parte de organización contra la madrugada; y quien me conoce sabe que no podía haber sido de otra manera.

Que poner en marcha una revista digital no era tarea fácil nadie nos lo había advertido –todo lo contrario- pero lo imaginábamos. Que íbamos a tener que conciliar la vida laboral –remunerada, quiero decir- con todo el curro del proyecto era algo que nos sobrevino después y que nos ha enfrentado cruelmente a la realidad. A esto se le deben sumar los periodos de carestía intelectual; las propuestas fallidas; los problemas personales; o simplemente las ganas de irte de cañas con algún amigo y llevar una vida, en este sentido, más desahogada. Pero no nos suele ser posible y lo más inteligente es, entonces, calibrar bien hasta dónde somos capaces de llegar sin que la situación nos sobrepase. Es muy probable que, en este punto, haya dejado de referirme a la revista para hablar enteramente sobre mí; o también es muy probable que este proyecto sea un reflejo de lo que soy -de lo que somos- y que una cosa no exista sin la otra.

Es, en estas horas desnudas, huecas, silenciosas que cimentan la noche, cuando celebro todo lo que hemos sido capaces de conseguir por nosotros mismos. Será mejor ver el vaso medio lleno, me digo. Al fin y al cabo, lo hacemos para disfrutar y esto no debería cambiar nunca. Pero es curioso cómo estamos tan acostumbrados, sin darnos cuenta, a exigirnos mucho, a compararnos constantemente con otros, a querer mejorar y mejorar con excesivo esfuerzo, que olvidamos concederle el valor justo -y creo yo que lo tiene- a nuestro trabajo, aunque solo sea por la gallardía de mandarle a una persona que admiramos un mensaje para poder entrevistarla, y ponernos, más tarde, delante de ella, sin flaquear.

Sin embargo, nuestro nivel de pesimismo no alcanza cotas altas porque enseguida algún lector agradecido nos invita a seguir con buenas palabras. Y menos mal. Con seguridad, lo mejor de tener una web dedicada a la cultura es poder compartir gustos, experiencias e idas de cabeza con gente muy afín a nosotros; gente, a veces, difícil de encontrar si, por la razón que sea, estás ajeno a ese ambiente. Y lo sé porque me he pasado largo tiempo buscándola. La otra cara de la moneda, en cambio, son aquellos que, no pudiendo faltar, hacen las cosas fáciles, complicadas, y también los hay en esta historia, aunque no tienen más cabida de la que algún día tuvieron; es decir, ninguna, porque el mal rollo derivado de la intransigencia no es ni será nuestra manera de hacer las cosas.

A menudo, nos surge la duda, acompañada de una larga sombra que nos persigue en cada decisión, de «¿para qué sirve la cultura?», «¿quién nos lee?», «¿habrá alguien que aún no haya sucumbido al rápido -y sesgado- contenido cultural que las redes ofrecen y que luego sirven para que todos tengamos una breve pero efectiva -o quizá solo ampliamente extendida y correcta– opinión?». Si es que no, entonces, ¿qué es lo que interesa? ¿Qué formato es el más apropiado? No soy nada moralista ni trato de demonizar las redes. En absoluto. Pero no podemos obviar que este sector no pasa por su mejor momento -posiblemente nunca lo tuvo- y que quienes nos dedicamos a ello reflexionemos una y otra vez sobre cuestiones repetitivas. Sin obtener respuesta alguna, claro, pero supongo que forma parte del plan.

Con todo y con eso, la única manera digna que se me ocurre de cerrar este texto es mediante el agradecimiento inmenso a quienes nos leen, apoyan y alientan desinteresadamente a que este proyecto se mantenga en pie. ¿Qué sentido tendríamos sin vosotros? Gracias. Y por supuesto, a todos aquellos que están aún por llegar. Tal vez, los más importantes, porque serán el indicio de que tenemos todavía algo que ofrecer, aunque solo sea bajo la falsa creencia de que vendemos popper.

¡Feliz anipoppersario!

Victoria Ocaña

4 comments on “Año I: hola, ¿vendéis popper?

  1. #primobici

    FELICIDADES!!! A LLENAR EL MUNDO DE DROGAS DURAS, DE OPIACEOS ESTÁ EL MUNDO LLENO

    Le gusta a 1 persona

  2. María victoria Glez de Chaves Rojo

    Me chifla este tipo de droga que se meta por vena la cultura
    El arte …..cualquier cosa que nos haga libres pensadores …. yo estoy enganchada 😀😀😀😀😀☝️☝️☝️☝️☝️🥰🥰🥰🥰🥰

    Me gusta

  3. ¡Gracias a Popper por dilatarme mi vena cultural!…¡ya el bebé gatea: tiene un año! Deja que tenga unos años más y todos iremos corriendo detrás buscando necesariamente nuestras respectivas dosis

    Me gusta

Deja un comentario