Si hay algo de lo que durante años –y desgraciadamente- no hemos podido parar de hablar en España es de despoblación. A pesar de ser uno de los países más poblados de Europa, da la sensación de estar escasamente habitado. ¿Por qué? Pues debido, principalmente, a que nuestro país tiene una densidad de población de 93 habitantes/ km², aunque en el interior encontremos cifras de entre 5 y 10 habitantes/ km². Una brecha que cada vez es más profunda; una sangría permanente de habitantes que huyen hacia las costas y capitales de provincia. Digámoslo de otra forma: el 48% del territorio está ocupado por el 84,4% de la población, mientras que el resto del territorio está prácticamente desértico. Es la absoluta representación del vacío.
Estas cifras las concede Sergio del Molino en su ya muy célebre ensayo La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Turner, 2016), como también nos concede la explicación de que los movimientos migratorios de nuestra población rural hacia la ciudad vienen, en muchas ocasiones, causados por el rechazo hacia un concepto de ruralidad mal entendido. Y esto no es de ahora. La España empobrecida, caciquil y violenta la representó Goya en su serie de pinturas negras, en especial, en el Duelo a garrotazos; la representó Luis Buñuel en Tierra sin pan al viajar por Las Hurdes, «la frontera de la civilización» en tierra extremeña; y la representó Camilo José Cela en La casa de Pascual Duarte. Representaciones, todas ellas, que vinculan la España rural con un supuesto atavismo de la vida en el campo, lo que confirma que el problema y la creación del mito carpetovetónico sobre la España rural no es una mirada ajena, extranjera, sino creada por nosotros mismos y, sobre todo, por la gente de la ciudad. Pero, a día de hoy, el concepto de ruralidad está cambiando y se ha producido –verdaderamente- un acercamiento a esta España vacía que es, todavía hoy, muy desconocida para muchos.
Así, estos últimos meses, tampoco hemos podido parar de hablar de despoblación porque el escritor y periodista Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) ha sacado nuevo libro, con el que ha ido aportando una nueva y actualizada visión sobre el asunto.
Pregunta: Un hípster en la España vacía (Literatura Random House, 2020) es otro libro sobre la España vacía, ¿por qué crees que es necesario seguir escribiendo sobre ella?
Respuesta: No sé si es necesario o no; simplemente me apetecía escribir sobre este tema. Hay muchos libros sobre la España vacía, sobre la España rural. Es uno de esos temas de la literatura española que ha ido cambiando de forma y que, en los últimos años, Sergio del Molino tuvo el acierto de ponerle nombre y de hacerlo, además, con esa fórmula magistral. Sin duda, la despoblación, ese vaciamiento paulatino a lo largo de los siglos, es un elemento muy importante en la España del interior.
Por lo tanto, sobre literatura rural se ha escrito mucho -con mayor o menor conciencia- y, dependiendo del momento, le hemos prestado más atención o menos. Hemos tenido escritores muy buenos que han escrito sobre el tema y a mí, en concreto, se me ocurrió esta idea. Creo que todos los libros son prescindibles y, al mismo tiempo, no creo que sea necesario escribir sobre algo o no hacerlo, simplemente cada uno hace lo que puede. Son muchos los temas de la literatura que están muy tratados y, aun así, cada escritor intentamos darle una mirada diferente.
P: Entonces, a nivel personal, ¿reivindicas la diferencia entre términos? Es decir, ¿los adjetivos «vacía», «vaciada», «rural» o «despoblada» hubiesen sido igual de válidos en el contexto de tu novela o simplemente escoges dicho término por continuar la senda del ensayo de Del Molino?
R: A mí me gusta «la España vacía» más que «la España vaciada», porque es el original que escoge Sergio y el otro término, sin embargo, es solo una variación del mismo. Con «vaciada» me parece que se está buscando una agencia y no creo que sea esto, precisamente, lo que provoca la despoblación, sino una multitud de factores.
Entonces, claro: la novela está basada en un constante choque de conceptos que es lo que provoca el efecto cómico. Era mucho más potente utilizar «hipster» y «España vacía» porque son dos temas que contrastan. Es como Un yanqui en la corte del rey Arturo. Y aunque sí que creo que es una España despoblada, una España interior alejada de estos términos, me parecía que esta elección era la más apropiada para la gente de este momento porque son, justamente, dos conceptos de este momento.
P: El aluvión de nuevos títulos sobre la España vacía ha sido escrito, la mayoría de veces, queriendo dar voz a los que no la tienen como en Quien te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural de Virginia Mendoza en 2017 o entendiéndola como el escenario ideal para huir de una sociedad enferma en Los asquerosos de Santiago Lorenzo en 2018 y un Hipster, por su parte, aborda el tema desde el humor y la ironía, ¿crees que hay perspectivas que son mejores que otras para tratar este tema? Y haciéndolo desde el humor, ¿qué piensas que se consigue?
R: Hay muchas perspectivas y son todas válidas. Santiago Lorenzo también trata el tema desde el humor, en cierta manera, y Sara Mesa, por su parte, hace una novela rural más inquietante. Yo podría haber escrito una cosa más angustiosa pero me salió esto. A mí me divertía mucho la idea de hacer una novela de humor; era una de las premisas que tenía desde el principio. Ya había escrito otros libros, todos ellos siempre con un elemento irónico, humorístico, porque creo que el humor da la posibilidad de mirar las cosas desde más de una perspectiva a la vez y de demostrarnos, así, nuestras propias contradicciones. Con el humor siempre estás dándole la vuelta al asunto, buscando dos perspectivas simultáneas. Es bueno no tomarse demasiado en serio a sí mismo, ya que alguien que no tiene humor, tampoco tiene una gran seriedad.
‘Un hipster en la España vacía’ (Literatura Random House, 2020), de Daniel Gascón. Fotografía de Daniel Gascón, tomada y cedida por Pippi Tetley.
P: Para Enrique, el hipster, La España vacía de Sergio del Molino es su libro de cabecera pues fue, de alguna manera, el que agitó el debate sobre la despoblación en el mundo rural, ya no solo desde un punto de vista demográfico sino también histórico y cultural, ¿piensas que toda la literatura que ha llegado después ha conseguido cambiar en algo las cosas?
R: Los libros pueden tener cierta influencia y nos hacen cambiar la forma de ver las cosas, pero pienso que es muy difícil que consigan modificar un comportamiento establecido. Y, ante todo, que se necesita tiempo suficiente para ver si esto sucede, y nosotros estamos hablando ahora de libros de hace solo cuatro o cinco años. Sin embargo, sí que ha habido una especie de visibilización y el tema ha llegado a personas que nunca antes se habían interesado por él. Confluyen aquí muchas razones: está el libro de Sergio; la fragmentación electoral que hace que los políticos se peleen por el tema de la despoblación; o el hecho de que, de repente, el campo se haya vuelto más atractivo, como ha sucedido con la pandemia.
Siempre se ha escrito sobre la España vacía, aunque antes no tuviéramos ese concepto. Yo quisiera destacar Imán de Ramón J. Sender, cuyo protagonista vuelve a España tras el «Desastre de Annual» y descubre que su pueblo ha quedado inundado por la creación de un nuevo pantano. También a Llamazares, Jesús Moncada o Miguel Delibes, quien, por ejemplo, nos cuenta la transformación del campo. Antes no le dábamos una etiqueta ni lo concebíamos de la misma manera, pero esta es la realidad española; una realidad muy potente, amplia, que siempre va a generar literatura. Si con la colocación de esta etiqueta se nos permite ser más conscientes y hace que reivindiquemos condiciones más justas o nos ayude a valorar nuestra riqueza cultural y antropológica, pues está genial. Pero, sinceramente, no creo que mucha gente se lea un libro y decida irse a la España vacía, aunque reconozco que alguna vez así ha sucedido.
P: El hecho de que los escenarios no se relacionen con ninguna localización real respalda la sensación de que podríamos encontrarnos en cualquier espacio de la España vacía, ¿es esto cierto? ¿Podría estar la Cañada en cualquier región española? ¿Lo hiciste con ese propósito?
R: Mi madre es médico rural y de niño viví en varios pueblos de Teruel. Por lo tanto, me inventé un pueblo y lo situé allí, recogiendo aspectos de otros pueblos que conozco, aunque siempre de forma exagerada y literaturizada. La Cañada tiene algo de pueblo arquetípico, que aúna rasgos del oeste americano y también de la aldea gala de Asterix y Obelix. Mi padre es gallego, pero esta región la conozco menos. El escenario podría haber sido localizado en una pequeña aldea de Galicia pero me sentía más cómodo escogiendo Teruel porque, por ejemplo y entre otras muchas razones, era más consciente de las particularidades del habla que allí se dan. Pero sí, La Cañada podría también haber sido uno de los muchos pueblos de Castilla o de otros lugares de España o quizás, incluso, de Oklahoma. En la localización he usado una parte arquetípica que luego visto con partes de mi experiencia.
P: Si entramos en aspectos más técnicos, la «novela» -y pongámoslo ahora entre comillas- mezcla diferentes géneros. Empiezas con un formato de diario propiamente dicho, para luego llegar a una especie de polifonía de voces que completan la historia desde otros ángulos y con las voces de otros personajes. También, tenemos pasajes de metaliteratura donde hablas explícitamente sobre la posmodernidad y, cito textual, el «fin de los grandes relatos». ¿Cómo definirías, pues, en términos literarios tu texto?
R: Yo la imaginaba como una novela no-realista al servicio del humor. No pensé que fuera a alcanzar esa extensión. El hecho de que fuera humorística me dio más libertad con respecto a mis obras anteriores. Al principio, retraté simplemente la voz de un ingenuo que llega al campo, pero, conforme la obra se fue desarrollando, me pareció bonito escuchar también a los del pueblo y jugar incluso con las diferentes formas del habla. De repente, me inventé esta especie de periódico del pueblo que me servía para contar crónicas o introduje elementos de parodia como las canciones y las jotas que me invento. Por otro lado, ciertos ecos de películas como una parte de Bésame tonto u otras de Indiana Jones. Yo tenía la idea de la novela como polifonía y sitio en el que cabe todo. Eso me divertía.
P: Es decir, nunca tuviste una idea preconcebida de ella, sino que la dejaste fluir ¿no?
R: Sí. Yo empecé escribiendo unos textos de humor en la web de Letras Libres y, un día, se me ocurrió la idea de Un hipster en la España vacía. Lo escribí y me detuve al final de lo que es ahora el primer capítulo. Disfruté el proceso y se me ocurrieron muchas ideas más. A la gente también le divertía y escribí otro par de capítulos hasta que me di cuenta de que no podía seguir en forma de diario, que iba a resultar muy tedioso. Fue ahí cuando introduje la carambola de que se convirtiera en alcalde. Los dos últimos capítulos, por su parte, son como un falso documental.
Yo pensé: «tengo unos personajes y tengo un sitio. Tengo una manera alternativa para tratar temas de política y cultura española que normalmente se escriben desde el ensayo o la columna de opinión, pero yo aquí puedo hacerlo de una manera muy distinta: más ambigua, más divertida, más gamberra». Busqué un microcosmos en el que meter lo que quisiera y jugué con la memoria histórica. Por lo tanto, sí, la creación de la novela fue un poco accidental.
P: La velocidad y agilidad del texto parecen simular las ganas y el frenesí de quien conserva toda la ilusión por cambiar y mejorar las cosas. En algunos momentos, incluso, parece el guion para un documental que narre, no solo las vivencias de Enrique sino también la de los otros personajes. Mientras escribías, ¿lo concebías también visualmente?
R: En la novela hay mucha influencia de partes de películas, de comedias. Me gusta mucho el cine de Preston Sturges, por ejemplo. Pero también bebo de referencias literarias, como antes comenté. En definitiva, pensaba que el libro tenía que ser breve y dar una sensación de velocidad. Si estás leyendo algo que supuestamente es divertido, pero se alarga demasiado, termina aburriendo. Ian McEwan dijo una vez que las novelas de humor deberían evitar ser como la sensación de estar atado a una cama mientras te hacen cosquillas con una pluma. Por eso, también, introduzco tantos cambios de voces a fin de hacer una novela dinámica y evitar el cansancio.
Fotografía de Daniel Gascón, tomada y cedida por Pippi Tetley. ‘Un yanqui en la corte del rey Arturo’, de Mark Twain; primo lejano del hipster de Gascón.
P: El pensamiento y diálogo del hipster se caracteriza por un discurso muy urbanita y reivindicativo. Lo vemos, por ejemplo, en el fragmento: «un poco como cuando de niño mi padre me contaba la historia del Rey Arturo y sus nobles caballeros, aunque ya sé que no dejaba de ser un conjunto de relatos contra la imaginación plagados de estereotipos heteropatriarcales, relaciones tóxicas y preocupantes apologías a la seudociencia». ¿Se está cargando el discurso posmodernista, excesivamente crítico, la imaginación, lo puramente fantástico? Es decir, ¿hay que hacerle tanto caso?
R: Lo que intento es burlarme de esos excesos. A veces, hay una tendencia a las lecturas demasiado literales y a interpretarlo todo a pie juntillas. Siempre la literatura alberga ambigüedad, recoge múltiples ideas. Las grandes obras responden a muchas interpretaciones y no son solo un comentario de una agenda política, no se agotan allí. Además, son de su tiempo, pero también son del nuestro.
Yo creo que hacemos una lectura postmoderna muy chata, que tiende a mirarlo todo con un valor únicamente desde el presente, sabiendo incluso que es un presente que dentro de tres días cambiará. Lo que ayer nos gustaba, hoy lo condenamos. Entonces, quería burlarme un poco de eso y también mostrar cómo el propio personaje está angustiado por ello. Claro que nuestros valores de ahora no son los mismos que los de los caballeros de la mesa redonda, pero eso no quiere decir que no sean historias que están bien y de las que podemos disfrutar. Me gusta relacionarlo con el Quijote. Él está enfermo por los libros de caballería y el hípster, por los libros de la teoría postmoderna. Y eso se interpone en su forma de ver el mundo.
P: La novela como tema de la despoblación está muy actualizada, aparecen acontecimientos ocurridos hace apenas unos meses, ¿te preocupa que estas referencias -hoy tan bien entendidas- envejezcan mal?
R: Nunca sabes lo que va a caducar y lo que va a sobrevivir. La apuesta del libro iba un poco por ahí. He intentado que los temas fueran importantes, como sucede con la memoria histórica, que llevamos años hablando de ella. Sí, en definitiva hay muchas referencias y algunas se perderán. Pero si luego encuentras algo que no sabes muy bien a lo que se refiere, siempre se puede buscar. Yo he intentado jugar con muchas barajas: referencias que puedan hacerle gracia a los postmodernos, otras dirigidas a la gente que habita en los pueblos, pero, al mismo tiempo, introduzco referencias a la literatura norteamericana o a la literatura aragonesa. Espero que sea un libro comprensible dentro de cinco o diez años. La situación básica es muy universal y creo que sí puede aguantar, como en esas películas del Oeste en las que llega un forastero al pueblo y aún hoy se entienden.
P: La obra también habla sobre la Guerra Civil, ¿de qué manera crees que está relacionada con la España vacía? ¿Crees que arrastramos algo de aquella época en relación con el tema de la despoblación?
R: Mi familia materna proviene de Teruel, donde la guerra duró mucho tiempo. La Guerra Civil está en la historia de todas las familias. Es uno de los grandes escenarios de nuestra historia y en nosotros permanece una memoria oral e incluso, en muchos casos, física: existen un montón de lugares donde puedes decir: «aquí es donde fusilaron a tantos». Eso en mi pueblo se sabe. Y yo realmente siento que en aquellos pueblos en los que viví tuve una vivencia más fuerte de la guerra que cuando estaba en la ciudad. Quizás porque soy de Zaragoza, donde no hubo combate; si hubiera sido de Madrid, seguramente sería diferente.
Entonces, en mi experiencia rural, sí, la guerra ha sido muy importante. También la postguerra y el tema de la emigración, causado por el empobrecimiento posterior. Además, he conocido la guerra a través del relato de mis abuelos y era un relato totalmente rural. Lo que pretendía contar en mi novela no era tanto la guerra sino la memoria histórica; la parte más cultural y política así como la importancia que ha tenido en la literatura y en la historiografía española y, sobre todo, hacerlo de una manera humorística y postmoderna.
P: La última pregunta es: ¿quién crees que es el lector de tu libro, hípsters preocupados por guardar las apariencias y estar al corriente de las modas o usuarios preocupados verdaderamente por lo que está pasando?
R: Verdaderamente no lo sé. Sé que a mucha gente le hace gracia y sé también que hay muchos lectores cómplices que tienen una estrecha relación con el mundo rural. Se pueden ver reconocidos tanto en el hipster como en los del pueblo, según el momento. Este tipo de lector es el que más destaca. Al final, en España, casi todos venimos de un pueblo. Antes o después, alguna generación de nuestros antepasados tuvo que emigrar. Por lo tanto, existen muchos lectores que pueden conectar con la novela, aunque se hayan hecho más hípsters de lo que pudieran imaginar sus abuelos. Posiblemente, si este libro se hubiese escrito diez años antes o diez años después, no sería lo mismo, pero este arquetipo -su esencia, en resumen- sí se mantendrá.
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