A esta revista, como a Banksy, le da cierto pudor hablar de algunos temas, aunque tal vez no lo parezca. Coincidimos, por tanto, con su filosofía respecto al conflicto racial en Estados Unidos, sobre el que ha hecho una alegoría artística -sin título aparentemente conocido- y dijo lo siguiente: «Al principio pensé que debería callarme y escuchar a los afroamericanos sobre este tema. Pero, ¿por qué haría eso? No es su problema. Es mío. El sistema está fallando a las personas de color».
En lo tocante a la desigualdad social que provocan los extremos, contaba el periodista Xavier Aldekoa en su libro ‘Océano África’ (Península, 2014) que en el tema de las distancias, los trayectos y las velocidades -en Sudáfrica, al menos-, los blancos y los negros tenían una concepción espacial bastante diferenciada. Lo que a un blanco le parecía lejos, a un negro le parecía cerca; lo que a un blanco le parecía rápido, a un negro le parecía lento -y disfrutaba de que así fuera-. «Cuando me mudé a Johannesburgo, los primeros días aprendí rápidamente el significado de las distancias», cuenta Aldekoa. «¿Está lejos tal o cual centro comercial para ir andando?, decía, por ejemplo. Si preguntaba a un blanco, la respuesta invariablemente era sí (…). Jamás andaban. Una vez me pareció ver a mi vecina, una sudafricana gorda de origen polaco, ir en coche a regar las plantas del jardín». Pero si le preguntaba a un negro, la cosa cambiaba: «Amigo, ¿tal sitio está demasiado lejos para ir a pie? Siempre, aunque estuviera planteando ir a Sebastopol, la respuesta era no. Nunca había nada demasiado lejos para ir andando».
Por su parte, vemos también cómo el conflicto racial sigue avanzando a varias velocidades -concepto que tomamos prestado de la Unión Europea- según sea el sujeto al que le toque sufrir. Los blancos lo ven lejos; los negros, cerca. Y así hasta confirmar la antítesis de esta dialéctica histórica que nos arrastra; pues los blancos creemos que estamos cerca de acabar con el racismo y los negros no, ni por casualidad. No es lo mismo hablar del tema siendo negro que blanco, como decía Banksy; al igual que no es lo mismo hablar sobre sexismo e igualdad siendo hombre que siendo mujer. Lo deja escrito Elisabeth Duval en ‘Reina’ (‘Caballo de Troya’, 2020): «Yo tengo la grandilocuencia, bien distinta, de aquella a quien la sociedad ha reconocido como mujer: la mía nace de una violencia que sigue aquí, que sigue viviendo, que no va a cerrarse (…). Yo viviré por tener la bala en el pecho».
Han salido estos días en los medios de comunicación muchos libros que, según nos cuentan, tratan de explicar el racismo. Uno de ellos ha sido ‘Prohibido nacer. Memorias de racismo, rabia y risa’ (Blackie Books, 2017), de Trevor Noah (Sudáfrica, 1984); y es cierto que algunas de sus páginas encierran una demostración -que no una explicación, porque hay cosas que, desgraciadamente, no se pueden explicar-. El penúltimo capítulo, concretamente, se titula ‘El mundo no te quiere’, y en él se cuentan cosas injustas sobre la etnia, el color de piel y la clase social.
Resulta que Trevor, cuando era adolescente, había cogido un coche del desguace de su padrastro para ir a una tienda de una zona residencial que estaba «demasiado lejos para ir andando y demasiado apartada para coger un minibús». Entiéndanlo, el problema racial que arrastraba el protagonista en sus memorias sudafricanas no era el hecho de ser negro ni blanco, sino mestizo, y de ahí -seguramente- su equidistante predisposición para caminar largas distancias; pero ese no es el asunto principal. Como decíamos, Trevor había cogido un coche del desguace y se había ido a una zona residencial, y en el camino tuvo tan mala suerte que se topó de bruces con la policía. Lógicamente, no llevaba encima la documentación oficial de vehículo, pero tampoco hubiese importado. «¿Sabes por qué te he parado?», le dijo el agente. «¿Porque usted es policía y yo soy negro? -Correcto. Enséñame los papeles del coche, por favor». La historia de Trevor termina con una angustiosa y nada corta estancia en la cárcel y con un valioso consejo de su madre, que es el que da nombre a esta sección: «El mundo no te quiere. La policía no te quiere. Cuando te pego yo, estoy intentando salvarte. Cuando te pegan ellos, te están intentando matar».
Por último, queríamos hablar de un relato de Dashiell Hammett titulado ‘Sombra en la noche’, que aparecía al final de sus ‘Interrogatorios’, publicados por Errata Naturae en el año 2011. Antes de nada, decir que Hammett fue siempre un escritor muy volcado con la política y con las minorías, así como con el derecho al voto de los negros y los programas de acogida de refugiados. Pues bien, en este relato de apenas ocho páginas el escritor norteamericano nos presenta a un personaje motorizado, de color, llamado Jack Bye. Es un tipo peligroso, un «enemigo público» -como él mismo llega a confesar- que de repente se encuentra con una chica blanca en mitad de la autopista, a quien decide llevar a la ciudad y salvarla de sus malas compañías. Ella, interesada en él y en sus cicatrices, insiste en que tomen una copa en algún bar y él la invita a un bar de negros. Allí, son el centro de todas las miradas y terminan separando sus destinos; pero Jack Bye entra de nuevo, al final del relato, para despedirse de los parroquianos y escuchar cómo el camarero -amigo suyo- le dice: «Chico, no estamos en Harlem (…), debes recordar que por muy clara que sea tu piel, o por mucho que hayas ido a la universidad, no dejas de ser negro»; a lo que éste contesta: «¿Y qué coño crees que quiero ser?». Sólo añadir que cuando Jack Bye estaba en la autopista conducía más rápido que nadie, fuera cual fuera su cilindrada o el color de los coches que manejaran. Y, sobre todo, sin importarle en absoluto de qué color fuera la piel de su rival: él estaba por delante.
*Imagen de cabecera original: © Santi Palacios; diseño: @wannabegangster_
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