«Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni valientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están mejor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida». Este pequeño fragmento de A sangre y fuego (1937) es una de las numerosas y fascinantes descripciones contextualizadoras con las que Manuel Chaves Nogales acostumbra al lector de su obra más trascendental. Pertenece a La gesta de los caballistas, el segundo de los once relatos que conforman un libro que, difícilmente, podría narrar de mejor manera la Guerra Civil.
El tiempo de A sangre y fuego es el momento que le tocó vivir al periodista sevillano poco antes de su muerte (1944). Los postulados de Chaves Nogales han llegado al tiempo presente, en mayor medida, gracias al ya famoso prólogo que antecede a los relatos de la guerra. Al admirado lector que ya conozca sobre el mentado autor o, igualmente, al que despierte interés, no le resultará en ningún caso difícil encontrar referencias frecuentes en la prensa actual a este reconocido escritor -periodistas, columnistas, novelistas, investigadores y académicos-. Y es que, para muchos, Chaves Nogales supo ver y explicar el germen que, en aquellos años, llevó a los españoles a enfrentarse entre ellos. Motivos que, leídos en el contexto actual o, incluso, años antes de este 2020, podrían perfectamente extrapolarse ochenta años después.
Aquellos tiempos fueron los de la mediocridad, la decadencia, la incultura, la barbarie y la carencia de respeto. Lejos quedaban los ideales, los valores y la libertad. Todo aquel que sustente el paralelismo entre los años de A sangre y fuego y los presentes nadando en la superficie, quedándose en hechos políticos vacíos de contenido, habrá fracasado en el intento de entender lo que el periodista quiso reflejar -dejando, por supuesto, a un lado a los que, premeditada y conscientemente, traten de alterar su correcta lectura-.
España, en la excepcionalidad en la que se encuentra, ve estos días como muchos de los actores protagonistas de su más rabiosa actualidad aluden al patriotismo como necesidad para superar un momento crucial. Pero, ¿qué es ser un patriota? ¿Quién es de verdad un patriota? ¿Cómo se llega a ser un patriota?
Chaves Nogales, siendo «ciudadano de una república democrática y parlamentaria», decía ganar su «pan» y «libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo». Luchó, como cualquier otro periodista actual, «a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras», por sacar adelante «su verdad de intelectual liberal». Una verdad que, en definitiva, resumía en «un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo».
Antes y ahora, estupidez y crueldad se ven potenciadas por esos actores protagonistas de aquel y este tiempo. Leer este libro previene el contagio de ese germen. La figura de Chaves Nogales como intelectual y verdadero patriota levantó el rechazo de ambos bandos. En el exilio, se esforzó en conservar lo que él llamaba «una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos» pudieran desposeerle. «Su causa, la de la libertad -idéntica a la de su personaje Daniel-, no había en España quien la defendiese».
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«Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni valientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están mejor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida». Este pequeño fragmento de A sangre y fuego (1937) es una de las numerosas y fascinantes descripciones contextualizadoras con las que Manuel Chaves Nogales acostumbra al lector de su obra más trascendental. Pertenece a La gesta de los caballistas, el segundo de los once relatos que conforman un libro que, difícilmente, podría narrar de mejor manera la Guerra Civil.
El tiempo de A sangre y fuego es el momento que le tocó vivir al periodista sevillano poco antes de su muerte (1944). Los postulados de Chaves Nogales han llegado al tiempo presente, en mayor medida, gracias al ya famoso prólogo que antecede a los relatos de la guerra. Al admirado lector que ya conozca sobre el mentado autor o, igualmente, al que despierte interés, no le resultará en ningún caso difícil encontrar referencias frecuentes en la prensa actual a este reconocido escritor -periodistas, columnistas, novelistas, investigadores y académicos-. Y es que, para muchos, Chaves Nogales supo ver y explicar el germen que, en aquellos años, llevó a los españoles a enfrentarse entre ellos. Motivos que, leídos en el contexto actual o, incluso, años antes de este 2020, podrían perfectamente extrapolarse ochenta años después.
Aquellos tiempos fueron los de la mediocridad, la decadencia, la incultura, la barbarie y la carencia de respeto. Lejos quedaban los ideales, los valores y la libertad. Todo aquel que sustente el paralelismo entre los años de A sangre y fuego y los presentes nadando en la superficie, quedándose en hechos políticos vacíos de contenido, habrá fracasado en el intento de entender lo que el periodista quiso reflejar -dejando, por supuesto, a un lado a los que, premeditada y conscientemente, traten de alterar su correcta lectura-.
España, en la excepcionalidad en la que se encuentra, ve estos días como muchos de los actores protagonistas de su más rabiosa actualidad aluden al patriotismo como necesidad para superar un momento crucial. Pero, ¿qué es ser un patriota? ¿Quién es de verdad un patriota? ¿Cómo se llega a ser un patriota?
Chaves Nogales, siendo «ciudadano de una república democrática y parlamentaria», decía ganar su «pan» y «libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo». Luchó, como cualquier otro periodista actual, «a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras», por sacar adelante «su verdad de intelectual liberal». Una verdad que, en definitiva, resumía en «un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo».
Antes y ahora, estupidez y crueldad se ven potenciadas por esos actores protagonistas de aquel y este tiempo. Leer este libro previene el contagio de ese germen. La figura de Chaves Nogales como intelectual y verdadero patriota levantó el rechazo de ambos bandos. En el exilio, se esforzó en conservar lo que él llamaba «una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos» pudieran desposeerle. «Su causa, la de la libertad -idéntica a la de su personaje Daniel-, no había en España quien la defendiese».
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