Ficciones

Semblanzas oscuras y veraniegas (y III)

Siempre hay que serle fiel a uno mismo; hasta en el mismísimo final: rodeado de balones de vóley-playa, palmeras y la playa de San Juan.

En la playa de San Juan

Vendió su piso y se mudó a la costa, donde transcurriría la última etapa de su vida. Como tantos otros, planeó una retirada en la playa, y fue de los que pudo cumplir su deseo. Sin atender a cuestiones metafísicas, sin considerar la fuerza con la que el mar atrae las despedidas, trasladó su soledad a un pequeño apartamento en busca de un final, al menos, tranquilo.

Aquella mañana salió a pasear con la misma gorra con la que lo llevaba haciendo los últimos años, la de su último viaje: un crucero por el Mediterráneo. Renqueante, recorrió el tramo de ida del paseo; se sentó en el mismo bordillo de siempre, aunque con más dificultad que de costumbre, con la certeza de estar perdiendo el pulso, y se dispuso a contemplar la secuencia final de su vida, la fijada en el guion. Se quitó la gorra para que el airecillo refrescara su cabeza, enjugó el sudor de su frente y levantó la vista para disfrutar del panorama.

Era una mañana nublada en la playa de San Juan. El mar estaba picado. Pero lo agradeció: prefería la sombra desde hacía tiempo.

Frente a él, dos pistas de vóley-playa instaladas por el Ayuntamiento. Jugadoras federadas entrenaban allí a diario, y mostraban unos culos que le resultaban inverosímiles, de parpadear para confirmar la realidad. En su época nadie llevaba tanga, y consideraba un último regalo del destino la normalización de aquella prenda. Aquel espectáculo nunca dejaría de conmocionarlo: era imposible abstraerse de toda la juventud que concentraba la turgencia de aquellas nalgas.

Se quitó las gafas, las guardó en su caja y las dejó junto a él; después, cuidadosamente, las cubrió con su gorra y se reclinó apoyándose sobre sus brazos. Entonces, una lágrima se deslizó sobre su mejilla, pero no la secó. Cerró los ojos, inspiró profundamente y, con suavidad, espiró. Así permaneció durante un buen rato, esperando lo que sabía que no tardaría demasiado en llegar. Hasta que, mientras las olas rompían en la playa de San Juan, se interrumpió el bombeo de su corazón.

No sé si era eso lo que veía cuando se sentaba en el bordillo del paseo. No sé si observaba a las jugadoras de vóley-playa para saciar un placer mundano o para recordar a su difunta mujer, que practicaba el mismo deporte. Nada de lo que me ha dictado mi imaginación tiene por qué coincidir con la realidad. Lo único cierto es que este verano he vuelto a la playa de San Juan, y por primera vez no está.

*Ilustración de Antonio Alcaide.

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