Sí, yo también he fantaseado con la vida de los cómicos. Sí, yo también he fantaseado con ser uno de ellos. Y sí, yo también he fantaseado con que Ignatius Farray (Granadilla de Abona, Tenerife, 1973) salga de alguna de las bocas de metro que conforman el centro de la ciudad de Madrid, se pida una porción de pizza y, acto seguido, descienda de nuevo a los infiernos por las escaleras de un local abarrotado hasta llegar a su sótano, agarrar el micrófono que se encuentra sobre su pequeño escenario y estar listo, como Louis C. K., para «morir de pie».
Realmente, no es necesario leer el libro Vive como un mendigo, baila como un rey (Temas de hoy, 2020) para darse cuenta de la influencia que tuvo alguien como Louis C. K. en la personalidad de Juan Ignacio Delgado Alemany, más conocido como Ignatius Farray. En el fondo, hubo una época en la que este cómico norteamericano afincado en la ciudad de Nueva York supuso una influencia muy pronunciada entre el gremio de humoristas españoles que vieron en su serie de televisión, Louie (FX, 2010-2015), una nueva forma de hacer comedia: algo con un toque tan desgarrador a ratos que sólo aquellos que se habían asomado alguna vez al acantilado del stand-up terminaban comprendiendo. Por su parte, Ignatius Farray acaba de publicar una obra en la que viene a resumir, a través de la introspección en su propia persona, el afán de poder entender cómo, saliendo de un pequeño pueblo de la isla de Tenerife como era el suyo, aquel que recitaba sus textos en voz alta por las calles desiertas de los municipios de la zona ha conseguido llenar en la actualidad los principales teatros madrileños. Así, Vive como un mendigo, baila como un rey se estructura siguiendo las distintas etapas que moldean la(s) personalidad(es) de un cómico como él, esas muertes simbólicas pero necesarias a las que él mismo hace referencia en una analogía shakesperiana.
Ignatius nunca quiso ponérselo fácil a su público, eso está claro; sin embargo, si hay algo indudable en su comedia es que está forjada a fuego, ofreciendo una continua reflexión acerca de la forma que tiene de conectar con la audiencia y así llegar, junto a ella, al punto en común que es la madurez profesional. Si «la curiosidad mató al gato», como dice el refrán, a Ignatius Farray le terminó dando una de las carreras más sólidas del panorama cómico actual; pues no es casualidad que, sin comprender aparentemente mucho inglés, iniciase de alguna forma su camino en el Reino Unido, donde realizó algunos viajes homéricos como aquel que le llevó hasta el festival Fringe de Edimburgo en el año 2001, entre otros.
Pocas cosas hay más interesantes para «un jovencito confuso» como el que escribe que leer, ver o escuchar a los cómicos reflexionar sobre su propio material, sobre su propia comedia. En Vive como un mendigo, baila como un rey uno encuentra todo aquello que necesita; es decir, te enseña a creer en lo que uno hace y, en caso de no obtener los resultados esperados, parece decirte: «no pasa nada, chaval», ya que, como el mismo Ignatius escribe, «todo lo que sucede, conviene». No en balde, fue su fuerte obstinación por convertirse en cómico la que lo llevó a romper la piedra con la que previamente se había tropezado de manera reiterada, y así le surgió la que -seguramente- sea la oportunidad más importante de su carrera, aquella que le terminó dando la popularidad de la que hoy goza gracias a La Vida Moderna (Cadena SER, 2014-?).
Ignatius Farray durante la grabación de un episodio de ‘La vida moderna’, de la Cadena SER. ‘Vive como un mendigo, baila como un rey’ (Temas de hoy, 2020), de Ignatius Farray.
Las revelaciones que hace Juan Ignacio Delgado en Vive como un mendigo, baila como un rey son esclarecedoras en relación a cuánto hay de verdad o de mentira en el personaje de Ignatius Farray, destacando que, a pesar de lo que pueda parecer, todo está bien planeado en su cabeza, aunque luego -eso sí- deje salir a la bestia. No cabe lugar para la improvisación, y eso es lo que el pasado 6 de noviembre, sin ir más lejos, pude comprobar personalmente en el Teatro Alcázar de Madrid, donde estos próximos días representará el monólogo La comedia salvó mi vida. Allí, de nuevo, aguardaba sobre el escenario únicamente un trípode con un micrófono mientras Juan Ignacio esperaba entre bastidores para dejar saltar a Ignatius Farray a la tarima, y que, así, comenzase la actuación. Lo más llamativo, quizás, es que él nunca te engaña con lo que vas a ver: ya desde un principio te está diciendo que el show es una mierda y que aquello no es el Rey León; y es en esa fina línea donde encuentra su mayor bastión de resistencia, gracias al cual consigue asomarse al precipicio todas las noches, jugando con la soledad a enfrentarse a todo un patio de butacas que, muy probablemente, termine entregado a los desmanes del personaje cómico que todo el mundo reconoce como Ignatius Farray. Como decía anteriormente, fantasear con su vida me lleva a pensar en que el cómico tiene que estar dispuesto -al menos por unas horas- a embarcarse en un viaje junto al público, aunque éste se muestre expectante por ver si hay una segunda parte tras la introducción o si, en realidad, era Ignatius quien tenía razón y aquel espectáculo no cuenta con visos de mejora.
Con Vive como un mendigo, baila como un rey Ignatius llega hasta nuestros días, hasta la pandemia que a todos nos ha tocado sufrir en este 2020, el año en el que el tiempo se paró y nos tocó aguantar una época de reclusión domiciliaria –y personal, como fue su caso-. En esta parte, sin duda, es donde encontramos al Ignatius Farray más maduro, quien, quizás -y debido a su amplísimo repertorio (ahora acaba de presentar junto a los miembros que conforman su empresa, El Grito Sordo S.L., un podcast en YouTube, por ejemplo)-, da la sensación de que ya haya quemado todas las etapas que un cómico corriente podría experimentar. Sin embargo, Juan Ignacio Delgado no es un cómico corriente, y su camino no ha hecho nada más que comenzar.
Como él mismo trata de mostrarnos en la obra señalada, Ignatius empieza a ser ya algo del pasado a quien agradecerle los servicios prestados, aquellos que han dejado tras de sí regueros de muertos, al más puro estilo Macbeth. «Yo creo que Ignatius Farray, o el Ignatius Farray que conocemos, tiene los días contados. Y que esta obra de teatro, finalmente, va a tener tres actos», termina escribiendo en Vive como un mendigo, baila como un rey, anticipando lo que todavía ha de suceder. Yo, mientras tanto, sólo puedo despedirme de Juan Ignacio diciéndole lo siguiente: «volveré el viernes que viene» (aunque, bueno, sólo él y quienes fuimos a verle actuar la semana pasada lo entenderán).
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