Literatura Opinión

A vuestra librería de cabecera, ¡de cabeza!

En el Día de las Librerías 2020 alabamos la labor de estos bastiones culturales, sinónimos de futuro, a pesar de que, en realidad, nosotros no tengamos uno de cabecera. Será porque, en el fondo, nos gustan todas las librerías del mundo, en general.

En días como hoy, flamante Día de las Librerías 2020, sentimos verdadera lástima de quien, como nosotros, no ha encontrado aún su librería habitual de cabecera. Tenemos médicos de cabecera, filósofos de cabecera, autores y libros de cabecera que rondan siempre nuestra más rotunda intimidad; pero, amantes de los libros como somos, no hemos descubierto todavía un único lugar donde sentirnos vivos y despiertos, donde participar y dejarnos aconsejar por esa rara avis cultural que es el librero -o la librera-, y nos sentimos, más bien, cabezones y cabestros. Es decir: torpes y manipulables; porque, en el fondo, si tuviésemos alguna duda literaria, ¡no sabríamos a quién diablos consultar!

Hace años, creíamos que lo de tener una librería de cabecera, o cualquier asunto similar, era un engorro. Pensábamos en la palabra y se nos venía a la cabeza, precisamente, aquella escena de Rayos (Blackie Books, 2016) en que Miqui Otero escribía lo siguiente: «Ahí estoy, en mi habitación: comiendo techo (…). Me he ido a dormir cuando aún no se habían ido todos. Y ha pasado una hora y luego otra. Y ahora estoy tumbado en el colchón, a ras de suelo pero mirando al techo, orgía de humedades, mientras escucho el cabecero de la cama de Brais golpeando una y otra vez mi pared. Y a una chica gritando como si estuviera en una audición de la puta Scala de Milán (…). Bumbumbum. Cachetes de Brais. Pienso que dormirme es una cuestión de tiempo. Que me tengo que visionar dentro de unos días, relajado, recién duchado. Lo que no sé en ese momento es que cuando el butanero grite “¡Butano!”, yo seguiré con gesto de muñeca inflable: tirado en la cama, la boca abierta, los ojos como platos». Es decir: pensábamos que era un matraqueo constante, un bombardeo de información inasumible; que, al final -y como decía Juan Tallón en El váter de Onetti (Edhasa, 2013)-, «los lectores deberían limitarse a leer a sus autores favoritos, y nunca intentar conocerlos».

Entonces, ¿para qué diantres necesitábamos entrar en contacto directo con una librería? Un lugar donde, primero, autores y lectores han forjado y estrechado desde siempre su relación. Y, segundo: un lugar donde existen tantas posibilidades y tantas alternativas de elección que, como le ocurría a Fidel Centella -el protagonista de Rayos-, estaríamos noches, y noches, y más noches sin dormir; leyendo, atizando el cabecero de la cama y pidiendo explicaciones ante el más mínimo sobresalto. Porque, ya se sabe, hasta los mismísimos bestsellers -que todo el mundo recomienda- pueden no haber sido escritos para ti.

En esto de las librerías, por tanto, nos considerábamos autodidactas. Habíamos comprado, allá por el año 2013, la obra finalista del Premio Anagrama de Ensayo, Librerías, y todo lo que necesitábamos saber ya nos lo había contado su autor, Jorge Carrión. Por ejemplo, que «la Librería es crisis perpetua, supeditada al conflicto entre la novedad o el fondo, por ello se sitúa en el centro del debate sobre los cánones culturales»; pero también que, mientras es la Biblioteca la que conserva, «la Librería distribuye», democratiza, alienta. Y eso, en el fondo, no estaba tan mal.

Cartel oficial del ‘Día de las Librerías’ 2020, diseñado por el ilustrador Ximo Abadía.

«La Biblioteca está siempre un paso por atrás: mirando hacia el pasado. La Librería, en cambio, está atada al nervio del presente, sufre con él, pero también se excita con su adicción a los cambios. Si la Historia asegura la continuidad de la Biblioteca, el Futuro amenaza constantemente la existencia de la librería», expone Carrión. Y es en este punto, precisamente, donde todo cambia; pues, ¿a quién más, si no es a nosotros mismos, amenaza el futuro?

Pocas cosas quedan ya capaces de acompañarnos en el tiempo, de armar una promesa de perpetuidad -o de repetición- que tranquilice, que es lo que el poeta catalán Joan Margarit consideraba que era el amor. ¿Y la libertad? «La libertad es una librería», que es, además, «la razón de nuestra vida, / dijimos, estudiantes soñadores (…). / Una forma de amor, la libertad», tal y como escribiría en El primer frío: Poesía 1975-1995 (Visor, 2004). Y así estamos ahora: plenamente enamorados.

Quizá nuestro problema, al final, no sea el no habernos enamorado de una librería concreta a la que poder considerar «de cabecera», sino que, por el contrario, nos hemos enamorado de todas. El «bumbumbum» que tanto miedo nos daba, en vez de obedecer a la cabeza, por tanto, obedece al corazón; y eso es lo que importa. También nos equivocábamos al principio, y no es que sintamos lástima, sino envidia. Sea como sea, siempre hay alternativas; así que no pierdas el tiempo y ve inmediatamente, como tantos otros días, a tu librería de cabecera, ¡de cabeza!, y celebra allí, con tu librero de confianza, este Día de las Librerías.

Si no, sé como nosotros y haz varias visitas; pero, sobre todo, siéntete libre, acompañado y en plena comunión con «la razón de nuestra vida». Hagámosle caso a Margarit: el amor es libertad; y la libertad, una librería.

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