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David Sainz: «La suerte de hacer ‘Parking Karaoke’ es que estoy haciendo el programa que a mí, particularmente, me gustaría ver»

Entrevistamos a David Sainz (Las Palmas de Gran Canaria, 1983) a propósito del estreno de la segunda temporada de 'Parking Karaoke' en Playz. Hablamos sobre el presente, sobre proyectos pasados, comedia, los límites del humor y muchas otras cosas.

Cuando el año pasado los raperos Ayax y Prok decidieron tomar caminos separados y sacar a la luz, cada uno por su cuenta, sus proyectos personales, Prok definió el suyo de la siguiente manera: «Hay muchos raperos que son muy intelectuales, pero que no tienen calle ni tienen formas ni tienen flow, y no me gustan nada; luego hay otros raperos que son muy calle y no tienen conceptos complejos que me llamen la atención o que me despierten chispas, y también me decepcionan. Yo creo que los más fuertes (…) son esos que te pueden hacer tanto un tema hipercallejero, hiperduro, hiperboom como un tema intelectual o una mezcla de las dos cosas simultáneamente».

Para mí, y salvando las distancias, aunque últimamente todo lo que toca tiene un componente musical, eso es lo que consigue David Sainz (Las Palmas de Gran Canaria, 1983) en todas y en cada una de las cosas que hace, en todos y en cada uno de los proyectos que capitanea: una mezcla candente de flow, creisicura y trascendencia audiovisual que se materializa en series como Malviviendo, Grasa, Mambo o, más recientemente, la segunda temporada del programa Parking Karaoke, un late night show canalla y marca de la casa Diffferent Entertainment (su productora) que estos días se encuentra de estreno. ¿Dónde? En Playz, la plataforma de contenido audiovisual, joven y digital de Radio Televisión Española.

PREGUNTA: En primer lugar, ¿qué tal todo? Desde que estrenasteis la primera temporada de Parking Karaoke hasta hoy, que acabáis de estrenar prácticamente la segunda, el mundo ha cambiado bastante; y tú, incluso, un poquito más. Hablamos de un confinamiento, de una pandemia, de una hija recién nacida… ¿Cuánto te ha cambiado la vida -o tu forma de ver la vida, más bien- en este par de meses?

RESPUESTA: Pues imagínate… Algo que nos ha pasado mucho mientras grabábamos esta segunda temporada de Parking Karaoke ha sido recordar momentos de la primera y decir: «¿Te acuerdas? El año pasado…» cuando ni siquiera ha pasado un año desde la grabación de aquella, que grabamos en febrero; pero nos parecía que, en el fondo, había pasado un mundo. De hecho, mientras grabábamos la primera temporada fue cuando se empezó a hablar de los primeros casos de coronavirus en China; y justo en mitad del rodaje empezó a hablarse de la situación en Italia, pero nada de lo que se sabía entonces te hacía intuir hasta qué punto llegarían a torcerse las cosas, o que nos fueran incluso a confinar, como terminó sucediendo.

Es curioso, porque las cabezas se hacen pronto a las circunstancias nuevas. Es una pasada, pero ya nos estamos hasta acostumbrando a ver programas sin aplausos. El otro día, sin ir más lejos, estaba viendo una batalla de gallos y pensando en lo jodido que resulta para un formato como ese el hecho de que no haya un público entregado, gritando, abucheando o aplaudiendo a los participantes. Y para mí, que opino que un 60% de ese espectáculo lo aporta el público, era duro de ver; pero habrá que irse adaptando, porque por mucho que esto se solucione yo soy de los que opina que como antes no vamos a volver a estar, al menos completamente.

P: Menos mal que, al menos, no se os ocurrió lanzar algún chiste durante esas primeras grabaciones que luego tuvieseis lamentar.

R: No te creas: yo sí que solté uno, pero, por suerte, Parking Karaoke no es en directo y pudimos quitarlo; pero hice un chiste acerca del coronavirus sobre el que luego, montando, dijimos: «¡Madre mía! Si no quitamos esto vamos a acabar en el talego». Porque, claro, en aquellos momentos, a comienzos de febrero, era un poco chistosa toda esta situación, ¿no? Es lo que ocurre siempre: parece que cuando está muriendo gente, pero lejos, no termina de afectarnos; y eso es algo que también tendríamos que aprender a interiorizar.

P: Hablando de Parking Karaoke: un karaoke, como la inmensa mayoría de los locales a los que uno acude para reírse y para montar una fiesta, es un sitio que puede funcionar perfectamente para el noble arte del ligoteo, ¿no? Así que, ¿qué hace un chico como tú presentando un late night de estas características en un sitio como éste? Tanto por la escenografía del karaoke de Mostenses como por la plataforma en que se emite, Playz, con la que ya lleváis un tiempo colaborando.

R: Por suerte, con Playz tenemos una relación que ya está siendo duradera, y creo que eso es algo que ha ocurrido por el mérito de ambas partes. Ellos han sido siempre muy profesionales y, además, muy buena gente a la hora de confiar en nosotros. Cuando llamaron por primera vez a nuestra puerta, hace ahora casi tres años, que fue para proponernos Mambo, ya ellos partían de una confianza inicial con la que parecían decirnos: sabemos de dónde venís, sabemos cómo hacéis la ficción online y cómo la manejáis, y confiamos al 100% en vosotros. Y es esa libertad de poder contar las historias que queremos como queramos (con algún miramiento siempre, claro) la que ha hecho que en nosotros se instaure un sentimiento de fidelidad y de gratitud para con ellos. Luego, con suerte, las cuatro cositas que -por ahora- hemos hecho con ellos han ido súper bien y es una alegría compartida, un cariño mutuo y un agradecimiento constante por las oportunidades y las opciones que esto nos da.

En cuanto a la idea de hacer un programa en un karaoke, ni siquiera es mía. Lo que sucedió es que Playz quería hacer un late night y, como tal, se pusieron en contacto con la gente que mejor sabe hacer late nights en España, que es la productora de El Terrat (Late Motiv, La Resistencia, entre otros). Les comentaron sus ideas, que era hacer un programa nocturno de la marca, y enseguida se pusieron a trabajar y a mandar propuestas. Pero, claro, los de El Terrat a mí no me conocían lo suficiente como para proponerme como presentador, sino que lanzaron nombres más conocidos, más mainstreams, más catalanes, incluso [risas]; y, bueno, al final fue Playz la que les dijo que preferían tener al frente a un rostro de la casa, y pensaron en mí.

El resto fue todo una genialidad de Alberto Fernández, que es uno de los jefazos de Playz -y ya colega-, con el que había hablado alguna vez, precisamente, del karaoke de Mostenses, que es un karaoke súper mítico de Madrid que debe su fama -entre otros motivos- a que es ahí donde terminan las mejores cosas, como si fuera un cementerio de elefantes. Además, siempre ha sido muy popular por la clase de gente que te podías encontrar en él, desde un señor solitario cantando a Nino Bravo hasta Nacho Vigalondo o Quim Gutiérrez. También, en el plano más personal, he de admitir que la peor resaca de mi vida, a mis casi 37 años, ha salido de ahí, y siempre habíamos tenido una coña respecto a ese sitio que ha terminado deviniendo en un programa de televisión. Un programa de televisión que, por cierto, es una locura, todo un reto; porque hacerlo en un espacio como éste, que es ratonera, le ha supuesto más de un quebradero de cabeza a los compañeros de producción, que, viniendo de El Terrat, estaban acostumbrados a platós mucho más grandes. Pero está muy guay porque, en el fondo, hay una cosa que tiene Parking Karaoke -y que, quizá, no tengan otros late nights– que es este rollo de club, de club de verdad, que no te inspira un teatro o un plató con su propia escenografía, que es siempre un poco más artificial. Aquí, mientras grabamos, está la gente tomándose una cerveza, tranquilita, en su mesa, y de fondo hay un tío hablando. No sé, es un rollo diferente, más íntimo y más real; así que, al final, lo que nos quitan por un lado -por espacio- lo ganamos por otro.

P: Ha sucedido, entonces, lo que ahora se conoce como un perfect match, ¿no? Tanto en vuestra relación con Playz como con el formato, el lugar en el que grabáis; ¡con todo!

R: Claro, esto que te he contado explica, además, que yo esté haciendo este programa, porque es algo que yo jamás me hubiese planteado. De hecho, hasta hace tan solo dos años yo tenía un miedo escénico que flipas; y, de repente, verme aquí, en algo que yo no considero que sea mi trabajo como tal -pues yo, al final, me considero director y guionista más que actor, compositor o cualquier otra cosa-, es algo que me fascina.

La artista Kimberley Tell versionando ‘Bomba’, de King África, en el programa 2×01 de Parking Karaoke.

P: Esta es una cuestión que también tiene que ver con algo que hacéis al final de cada episodio, cuando invitáis a un músico reconocido -o que está empezando a darse a conocer- a que se suba al escenario e interprete alguna canción diferente a las de su estilo. Así, habéis puesto a Alex Ubago a cantar Extremoduro, por ejemplo; a Ismael Serrano a cantar ‘Suavamente’, de Elvis Crespo, o a Rayden y a Mediyama a interpretar a Nino Bravo. ¿Cuál es la importancia que tiene salir -de vez en cuando- de tu «zona de confort»?

R: Hombre, es importante porque para sorprender al público tienes que encontrar siempre algunas mañas nuevas; y en el caso de estos artistas, además, que ya están consagrados, cambiar de repertorio puede llegar a ser muy complicado, puede entrañar una especie de riesgo. Y no todos entran igual al juego, claro. Por ejemplo, un día llega Ismael Serrano, que es un artista ya encumbrado, y de repente te hace una versión increíble del ‘Suavemente’ de Elvis Crespo, que es, posiblemente, una de las canción con menos mensaje del mundo; pero te la canta él y empiezas a ver una parte metafórica en la letra que jamás te habías planteado. Sin embargo, hay otros que no se atreven a hacer una versión propia sino que cantan desde el humor, enfocan el número desde la risa; que es algo muy inteligente también, pero más complicado.

En esta segunda temporada, de hecho, los artistas que vengan no van a tener tanto renombre. Va a ser gente conocida, por supuesto; pero que, digamos, todavía esté dando sus primeros pasos. Y nos hemos dado cuenta de que pueden salir cosas muy buenas de ahí, porque, al estar empezando, se atreven a correr más riesgos, como le ocurrió a Kimberley Tell en el primer programa de la segunda temporada, donde se atrevió a dignificar -ni más ni menos- la ‘Bomba’ de King África e hizo la versión más elegante de esa canción que yo haya escuchado nunca.

P: En vuestra productora, Diffferent Entertainment -y tú, particularmente-, ya llevabais un tiempo apostando por la música. Algunos ejemplos son, sin ir más lejos, la serie musical Mambo -cuya promoción, incluso, os llevó a la academia de Operación Triunfo-, el grupo que tienes con Pablo Nicasso, LOMO, o esta referencia a la cultura popular del cante eufórico y festivo que supone Parking Karaoke. ¿Qué importancia tiene para ti? ¿Qué cosas cuenta la música que las palabras -o que las imágenes- no son capaces de contar en exclusiva?

R: Bueno, desde siempre la música ha formado buena parte de lo que son mis hobbies. Yo no me considero a mí mismo ni músico ni cantante ni nada por el estilo, pero sí que es verdad que para mí funciona como una herramienta más para seguir haciendo lo que me gusta, que es el humor. El hacer canciones que parezcan muy serias pero que, en el fondo, transmitan un mensaje cómico o relativamente absurdo es algo que siempre me había hecho mucha gracia y me había llamado la atención, y eso es algo que ha ido evolucionando hasta llegar a LOMO, que es ya como una superproducción de este concepto.

P: Un karaoke es también un sitio al que sueles ir acompañado de tus amigos y a disfrutar; y eso es, precisamente, lo que también sucede en el programa: conversaciones con amigos, con gente cercana y muy relacionada entre sí por el fascinante mundo de la comedia. ¿Es un acierto, siempre, contar gente cercana para llevar a cabo esta clase de proyectos?

R: En mi caso, desde luego. Es algo que se puede ver también en mis trabajos de ficción, donde uno de los temas recurrentes ha sido siempre la amistad. Para esta producción en concreto, como te decía antes, los compañeros de El Terrat me habían dicho que, básicamente, un late night tenía que ser el presentador, donde todos los demás formen parte de su propio universo -por eso también el presentador de un late night es siempre su director, como sucede con Broncano, Buenafuente e incluso Pablo Motos-. Todo se mueve en base a lo que ellos consideran que está bien; aunque, claro, al ser tú quien da la cara también terminas adquiriendo buena parte de las responsabilidades, pues todo lo que vaya a suceder va depender de ti, y no del equipo de guión. Entonces, cuando me propusieron a mí como presentador también me dijeron: «hazlo como tú quieras, a tu medida», y de ahí empecé a tirar no ya sólo de amigos sino también de personas que me hicieran gracia a mí mismo o que directamente admirase. Es el caso de Kike Pérez, de Ignatius, de David Pareja, o de Delia Santana en esta nueva temporada, por ejemplo; y funciona. Funciona perfectamente porque, aparte de que sean muy buenos en lo suyo, aportan una química especial. Además, todos tienen más tablas que yo; y ese es el truco: rodearse de gente que sabe más que uno. Al final, ¿qué puede salir mal si estoy agarrado a unos pilares como éstos? Va a funcionar seguro.

Con los invitados sucede otra cosa, porque amigos míos, al menos, no son. Pero la clave sigue siendo la misma, porque también sigo siendo yo quien decide quién va a venir y quién no, y no llamo a mis amigos. Básicamente, porque no me dejan, porque si no los llamaría a todos; pero trato de llamar a gente a la que yo verdaderamente quiero -o quería en un momento determinado- entrevistar, gente que tenía ganas de conocer. Eso ha sido: tener la suerte de poder elegir a quién entrevistar.

Además, el programa lo dirijo y escribo junto a otra persona importantísima -que también me dejaron elegir- y que es, para mí, un auténtico sensei: Rubén Ontiveros, que es el creador de Qué vida más triste, la serie online que precedió a Malviviendo, y un auténtico sabio. La suerte de hacer Parking Karaoke es, en definitiva, que estoy haciendo el programa que a mí, particularmente, me gustaría ver.

P: Hablando de Malviviendo: entre otras cosas, dicen que funcionó y que tuvo tanto éxito porque, a pesar de que en la serie hablabais de un contexto concreto -que era el vuestro-, allí en Dos Hermanas (Sevilla), también supisteis reflejar el contexto universal de miles de jóvenes que se sentían identificados con vosotros. ¿Cómo se logra, sin pretenderlo, captar a tanta gente, llegar a conformar un relato tan universal?

R: Pues, mira, lo cierto que es todo esto nace -al principio, al menos- sin pretensiones: nada surgió porque buscásemos algo concreto. Lo único que queríamos era trabajo y fue la manera que encontramos para ir ganando un poco de experiencia en el sector audiovisual y poder ponerlo en el currículum; pero, al final, creo que en lo que se terminó convirtiendo Malviviendo fue en una especie de contexto original: un barrio de clase media/baja donde los protagonistas, que no tenían aspiraciones ni ganas ni futuro, se buscaban la vida. En el fondo, espero no haber volcado tanta realidad en los papeles protagonistas como la que había, pero lo que queríamos contar, básicamente, era la vida de una serie de perdedores que no aspirábamos a nada y que tampoco teníamos la más mínima intención de sacar algo específico de todo aquello.

Luego sí que es verdad que hay una serie de temas que son universales, vivas donde vivas o seas de la clase social que seas: el amor, el hambre, la amistad… O lo más importante que yo creo que tenía Malviviendo, y que es lo más autobiográfico también: la manera de reflejar ese limbo de mierda en el que te encuentras cuando estás justo a medio camino entre la juventud y la adultez. De ese limbo habla Malviviendo, de ese punto en el que de repente te encuentras sin responsabilidades aparentes y un día, sin avisar, empiezas a tenerlas; y eso es algo que, quieras o no, va a seguir viviéndose a lo largo de la Historia.

Protagonistas de la serie Malviviendo (2008-2013), producida por Diffferent Entertainment.

P: En series como Malviviendo o como Grasa -que acaba de recibir ahora una candidatura a los premios Feroz, por cierto- se terminan viendo reflejadas esas historias de barrio que comentas, donde las drogas, la gente que lucha por sobrevivir y alguna que otra gamberrada ocupan, quizá, un hueco preferente en la retina del espectador. ¿Cómo crees que influyen esta suerte de elementos contraculturales a la hora de conformar una cultura específica, una suerte de cultura popular, por ejemplo?

R: Para empezar, esta clase de perspectiva sólo nos sirve si queremos abordar asuntos como los que estamos abordando ahora, como el grado de inspiración que supuso para nosotros en un momento dado o para contar una historia concreta; y es verdad que llama mucho la atención el contexto, pero es el contexto en el que yo me he criado y del que puedo hablarte sin grandes pretensiones. Ahora parece que a todo el mundo le guste acercarse a esta clase de cuestiones, pero siempre desde una posición cómoda y nada comprometida; aun así, la vida es tan simple que puede contarse desde cualquier contexto, y éste es uno de los más interesantes. Es atractivo porque es primario, primitivo, en el sentido de que las cosas son -básicamente- porque tienen que ser, y porque alguien tiene que hacerlas, punto. Si alguien tiene que cometer una ilegalidad por culpa del hambre estamos hablando de alguien que no va a preguntarse según qué cosas, según qué movidas éticas, ¿no? Es gente que se mueve por el mundo de una manera que a mí me ha llamado siempre mucho la atención y me ha parecido muy interesante, gente que se plantea las cosas a posteriori, y eso era un punto de vista muy guay. Más que el contexto, incluso, te diría que lo que más nos gustaba era el tipo de personaje al que nos estábamos acercando, y ese tipo de personaje somos -en el fondo- un poco todos; y encontrábamos en ellos una verdad que en otros sitios, por ejemplo, no éramos capaces de encontrar.

Cuando nosotros empezamos Malviviendo, sin ir más lejos, pasábamos hambre, estábamos en una ciudad que no era la nuestra tratando de conseguir un curro mientras trabajábamos en otras mierdas y estábamos mal, verdaderamente. Es decir, Malviviendo se centra en una etapa -o en una clase de circunstancias, más bien- que nosotros mismos estábamos viviendo, y creo que esa fue una de las claves más importantes del proceso; hasta que por fin se nos abren las puertas y empezamos a entender la industria desde dentro y a comprender cómo se hacen las series, las películas y todo lo que orbita alrededor de este universo.

Es un poco como cuando a Zapatero le preguntaron cuánto costaba un café y no tenía ni idea de qué responder porque hacía un montón de tiempo que no pisaba la calle para tomarse uno; o como cuando ves una serie sobre jóvenes escrita por adultos y ves que nada tiene sentido, que todo es muy extraño: hay que intentar hablar desde la perspectiva que uno conoce, y eso es lo que yo he intentado siempre como director o escribiendo los guiones. Puedes llamarlo contracultura si quieres, pero creo que, más bien, se trata de una verdad que -en el fondo, y aunque la tratemos desde un punto de vista cómico- duele. Lo guay es conseguir una especie de equilibrio, que es lo que creo que hemos logrado con Grasa, donde, aunque se trate de un contexto prácticamente igual al de Malviviendo, ya no estamos hablando de una transición a la adultez, sino que ya estamos hablando desde un punto de vista más maduro, más cercano a la muerte que a ese otro cambio de fase anterior.

P: Es ridículo, entonces, acercarse a determinadas situaciones con aires de antropólogo, ¿verdad?. La vida, al final, es más simple que todo eso, ¿no?.

R: Nosotros, por ejemplo, sólo hablamos de las cosas que vemos claras, de aquellas que encierran una especie de verdad, por así decirlo; pero son las personas las que están ahí. Al igual que a veces queremos enseñarte a alguien que lucha por cambiar, a pesar de que la sociedad no le deja, también te enseñamos a ese otro personaje que no quiere cambiar por nada del mundo y que lo único que intenta es aprovecharse de las circunstancias para seguir sobreviviendo. Y esas dos clases de personas están en el mismo barrio; quiero decir: al final no existen los buenos y los malos, lo que existe es la necesidad de cada uno.

P: ¿Cómo se envejece, o cómo se madura -más bien-, en una profesión como esta?

R: Yo creo que es un proceso súper interesante. Al fin y al cabo, una persona que tenga la suerte de tener un trabajo como el mío, que yo ni siquiera contemplo como un trabajo duro sino, más bien, como una especie de oportunidad para jugar constantemente y pasármelo genial, tiene que madurar siendo consciente de todo esto; es decir, sin perder nunca la frescura que tiene la mirada de un niño, que para mí es lo más importante a la hora de escribir, y sin perder tampoco nunca las ganas de pasarlo bien con todos tus proyectos, de levantarte con ganas cada lunes por la mañana. Y creo que lo más interesante de esto es poder verlo reflejado en las historias. Quiero decir: si alguien ve las series que hemos hecho, si las viese con aires de psicoanalista, por ejemplo, yo creo que sería capaz de decirme qué momento concreto estaba viviendo y a qué etapa corresponde cada proyecto: cuando conocí a Tere, mi crisis de los treinta, esos primeros momentos de precariedad que ya hemos comentado… todas nuestras movidas se van viendo reflejadas en nuestro curro; y es algo genial, porque, en el fondo, tengo la suerte de estar continuamente contando mi vida y dejando constancia de mi paso por el mundo frente a un montón de personas a las que les interesan mis ideas o mi forma de pensar; ideas que, por otro lado, van cambiando con el tiempo, claro. Por ejemplo, el David de Malviviendo tenía unas ideas, o unos ideales, que han ido cambiando mientras se iba haciendo viejo. Ya no soy tan idiota como cuando era joven y está guay ir dejando constancia de ello. Y no sólo yo, sino todo el equipo, creo; con el que ya llevo más de once años y en quienes veo directamente cómo hemos cambiado o evolucionado.

Ahora mismo, sin ir más lejos, a mí me apetece mucho más estar detrás de la cámara que delante, y en Grasa he conseguido hacerlo: tomarme las cosas con calma y dedicarle todo el tiempo que me gustaría a una faceta que yo creo que es la que mejor me define: la de guionista y director; a pesar de que en proyectos anteriores haya podido ser el protagonista. Y es muy interesante atender a este cambio de preferencias o de perspectivas, la verdad.

P: Esa era una de las críticas que os hacía el público al principio, y supongo que la cosa seguirá más o menos igual, cuando os decía que el penúltimo capítulo que habíais sacado era siempre mejor que el último -o, dicho con otras palabras, que pareciera que cada vez fuerais a peor-. ¿Qué tal se digieren esta clase de recriminaciones?

R: Imagínate lo que ha cambiado el mundo que, ahora mismo, hasta eso se queda antiguo. Esa frase, precisamente, me lo dijeron a mí los creadores de Cálico Electrónico cuando los conocí, que nunca me olvidase de que para el público el último capítulo iba a ser siempre peor que el anterior, y que fue completamente cierta. Gracias a esa frase, incluso, nosotros pudimos salir adelante en más de una ocasión, porque, claro, había momentos en que algunas de las cosas que te decían te parecían muy duras. Ahora mismo, tal y como está el patio -y tal y como nos relacionamos por internet y nos escondemos detrás de un avatar para hacer una crítica-, esas flechas han empezado a doler menos. Antes, cuando venía un zombi solo a atacarte decías: «¡Hostia, puta!»; y ahora que son legión no te fijas en ninguno.

Realmente, lo que nosotros hemos aprendido con el tiempo es que hay más gente que nos sigue, que confía en nuestro trabajo, ve lo que sacamos y sigue volcada en el proceso que haters. Tenemos la suerte de contar con incondicionales que nos permiten seguir haciendo aquello que a nosotros nos gusta y que nos apoya; pero también somos conscientes de que cada producto está hecho para un público concreto, para un sector determinado.

Probablemente, la serie más arriesgada que yo haya hecho en mi vida haya sido Mambo, una comedia musical que, evidentemente, no estaba hecha para todos los paladares. Hay gente, por ejemplo, que sólo sabiendo que era musical no le dio ni una oportunidad, y tener la suerte de que una plataforma como Playz nos apoye a la hora de hacer historias que en ese momento nos apetecen hacer es una auténtica maravilla. Y es que ahora mismo, en la época de las plataformas como Netflix, Disney +, HBO y demás, es lo que nos ha tocado vivir: el hecho de que ya no se hagan cosas que puedan gustar por igual al nieto y al abuelo, sino series donde cada uno encuentra su lugar; y eso es lo que permite que uno pueda hacer proyectos más arriesgados y contar historias más personales. La ficción ha cambiado muchísimo desde que nosotros empezamos.

Cartel promocional de la serie musical Mambo, producida por Diffferent Entertainment en colaboración con la plataforma Playz.

P: Y vosotros, sin ir más lejos, ¿al público no le querríais recriminar algo de vez en cuando? Se me viene a la cabeza, por ejemplo, una de las primera escenas de Entertainment, en la que, después del éxito de Malviviendo, entra a trabajar un becario con vosotros y os saluda como si estuviera saludando a los personajes de la serie, y no a vosotros mismos. «¿¡Qué pasa Kaki?! ¡¡Oye Zurdo!! ¡¡Coño, Javi Lería, el Rata!! ¿¡Qué pasa, Negro!? ¡¡Eres mi ídolo!! Encima fumándose un peta a las nueve de la mañana, como en la serie […]». ¿Hay algo que, en este sentido, os gustaría cambiar?

R: Pues, mira: a mí, sinceramente, no. Yo nunca le recriminaré nada al público; al final es para quien trabajamos, ¿sabes? Y el público, al menos el público entendido como ente gigantesco, es algo a lo que no podemos referirnos específicamente porque no existe. Lo que sí hay, luego, son un montón de tipos de personas y un montón de tipos de movidas, y nosotros tenemos muy claro desde hace mucho tiempo que nos debemos completamente a ellos y a su voluntad.

Yo, por ejemplo, sé que voy a tener cincuenta años y la gente va a seguir asociándome con el Negro; o que habrá gente que, en el fondo, sólo me terminará reconociendo porque en su momento vio el capítulo de ‘Callejosos’ -no digo ya ni siquiera Malviviendo– y se le quedó que yo era el Negro y que fumábamos porros; ¿y cómo le voy a reprochar nada a esa persona? De todas maneras, es como todo: el público es el que manda y es gigantesco; lo que tú no puedes hacer es olvidarte de que nosotros trabajamos para la gente, para que tú como espectador te lo pases bien -o mal-, para que, al menos, vivas una experiencia guay con la historia que quiero contarte, y que, además, te interese. El premio más grande que yo tengo, como director y como espectador, es ese: hacer que los demás se interesen por las cosas que tú quieres contar. Pero también entiendo que no todo el mundo está en el mismo sitio y que no a todo el mundo le van a gustar las mismas cosas. Afortunadamente, uno de los mejores aspectos de nuestro trabajo es que estamos creando universos constantemente, y eso es lo que a mí me permite crear un universo edulcorado, amable y simpático como el de Mambo o contarte una tragedia cómica en clave existencialista como Grasa, en la que te hablo de la muerte y del sentido de la vida en general. Y habrá gente a la que le guste una y no le guste la otra, o viceversa; pero lo interesante es encontrar a alguien a quien, como a mí, le gusten ambas.

P: Además de todas vuestras series, también habéis grabado algún que otro largometraje, como fue el caso de Fogueo. Al final del mismo, de hecho, le dedicáis la película «a todos los que aún están pensando en si atreverse o no. Y a los que ya lo intentaron». En este sentido, me imagino la cantidad de chascos o de reveses que, tras intentarlo, os habrá tocado sufrir a lo largo de vuestra carrera. Viéndolo con perspectiva, ¿qué importancia dirías que han tenido esas «oportunidades perdidas» en vuestro devenir profesional?

R: La verdad que esa es una parte ya no solo importante, sino también bastante grande -en porcentaje- de este trabajo: el saber aceptar y el saber resignarse ante el hecho de que más de la mitad de las cosas que uno escribe van a terminar en un cajón o que nunca van a ver la luz. Al principio es más duro darse cuenta, porque cuando te vienen con una propuesta tú mismo ya piensas que por eso mismo vas a poder comerte el universo; pero no. Al final, la clave de este curro es intentar tirar todas las balas posibles a todas las direcciones y que alguna tenga la suerte de impactar donde tenía que hacerlo. Nosotros, evidentemente, hemos hecho cosas que estaban de puta madre y no hemos llegado a hacer cosas que también nos hacían mucha ilusión, proyectos que al final no han tenido suerte y no han terminado saliendo.

Yo soy una persona muy tranquila y considero que en todo momento hemos estado en una continua subida de escalones, peldaño a peldaño, y nos hemos ahorrado el riesgo de dar grandes zancadas. Afortunadamente, no hemos pasado de grabar Malviviendo, donde el dinero era el que era, a grabar series con un presupuesto de cuatro millones de euros por capítulo, porque, quizás, nos hubiéramos vuelto locos y no hubiésemos estrellado; sin embargo, creo que si un día se llegase a dar ese supuesto estaríamos preparados porque no hemos dado un solo vuelco, sino que hemos ido aprendiendo y conociendo poco a poco todas las fases del proceso en cuestión. Hay quien echa de menos que nosotros no hayamos tenido oportunidades más grandes, por ejemplo; pero, bueno, yo creo que -en el fondo- uno no debe martirizarse con estas cosas, sino sentirse afortunado de lo que ha hecho. Este camino está lleno de trabajo, de trabajo duro, pero también de alegrías constantes y de saber saborear cada pasito. Somos muy afortunados.

P: En esta nueva aventura, antes de la cabecera de la primera temporada, siempre jugabais a reíros un poco de los límites de la comedia, de los límites del humor. ¿Qué piensas al respecto?

R: Los límites del humor son un asunto que va a seguir siendo candente toda la vida, y que va a depender -en mayor o en menor medida- de la sociedad que en cada momento esté hablando por Twitter o por la red social que sea. Realmente, yo soy de la opinión de que los límites del humor están en el lado del receptor, en lo que a ti como espectador te haga gracia o no. Mi humor, por ejemplo, es bastante ácido, bastante oscuro a veces, y, sin embargo, hay límites que yo no rebasaría; pero porque a mí no me hacen gracia. Sin embargo, tengo muchos compañeros que practican un humor mucho más agresivo -y con el que yo me meo de risa-, y que valoro porque considero que, antes de nada, hay que saber hacerlo. Por ejemplo, si a mí Ignatius me cuenta una historia negrísima en la que tienen cabida las situaciones más viles y perversas de la experiencia humana, yo puedo terminar comiéndomela con papas y riéndome, pero porque el cabrón ha sabido colármela como el que más; como el mejor cómico de España, según mi criterio. Y puede hacerme mucha más gracia esto que el humor más blando del mundo. Pero realmente lo que yo hago, en el fondo, es el humor que yo sé hacer; y es el que a mí, particularmente, me hace gracia.

Entonces, en este debate voy a estar siempre de parte de quien hace el chiste, aunque es evidente que siempre habrán determinadas cosas que sean indefendibles. El asunto es muy ambiguo, pero sí que considero que el humor no debería de tener tantos límites como los que en estos momentos se le requiere; aunque sin volvernos locos, claro. No podemos ser extremistas: ni podemos vivir con el miedo a que te metan en la cárcel por culpa de un chiste que hiciste hace un montón de años ni volver al momento previo en que las pieles se volvieron tan finas que lo que sucedía era justo lo contrario, donde la comedia estaba dejando de ser negra para empezar a ser marrón. Hay que encontrar un límite que sirva para diferenciar aquellas cosas que te hacen gracia de las que no, y siendo conscientes de que siempre va a haber alguien que se ofenda por un chiste, sea cual sea. Por eso te digo: el límite lo pone el receptor; y el mando a distancia, también. Es decir: si el límite está en el receptor, y es el receptor quien tiene el mando a distancia, que cambie de canal si lo que está viendo no le hace ni puta gracia, ¿no? Creo que elegir no ver algo ya es suficiente castigo como para aleccionar a alguien que ha dedicado todos sus esfuerzos y todo su trabajo en hacer que ese programa -o esa serie, o esa película- salga adelante.

Fotograma del programa 1×04 de Parking Karaoke.

P: Bueno, ya sabes cuál va a ser el titular, ¿no?: «Que el receptor cambie de canal si lo que está viendo no le hace ni puta gracia» [risas].

R: Ja, ja, ja, ja. Pues, sin tomárselo a broma, creo que este es otro de los problemas que existen ahora mismo. Como hay tantas alternativas para informarse, tantos medios de comunicación, tantas revistas, los redactores tienen que darle la vuelta a las cosas, a veces, para destacar por encima del resto. En mi caso, cuando me preguntan si creo que Malviviendo podría tener éxito hoy en día o no, siempre respondo lo mismo: ni de coña. Cuando Malviviendo salió, de hecho, uno de sus éxitos fue que no existía nada parecido y que la oferta española de ficción en internet estaba muy limitada. Claro, uno en una habitación vacía llama mucho la atención; pero ahora mismo es abrumadora la cantidad de ofertas que hay, la cantidad de cosas buenas que la gente puede ver sin despegarse de la pantalla de su ordenador.

P: Y si por algún casual volviese Malviviendo, ¿cambiarías el formato? Pregunto por el interés que estáis demostrando en Parking Karaoke por los nuevos modelos audiovisuales, como pueden ser los Tik-Toks.

R: Yo creo que, directamente, grabar Malviviendo en formato Tik-Tok sería imposible; básicamente porque uno de los elementos que teníamos por aquel entonces para diferenciarnos del resto era el tiempo, que siempre se nos iba de las manos, y, claro, terminábamos haciendo capítulos de hasta cuarenta minutos -para disgusto de Tere, sobre todo, que era la productora-. Sin embargo, el mundo de Vine a mí me flipaba, que era una red para subir videos de hasta seis segundos que se reproducían en bucle. Este caso me pilló, además, en una época muy guay en la que me parecía muy interesante contar cosas de esa manera, y es lo que creo que tienen de interesante todas estas nuevas alternativas: el tipo de historia que puedes contar, el tipo de contenido que puedes compartir. Al final, todo se resume en jugar con el formato y en tratar de descubrir todas sus posibilidades: y en saber que puedes utilizar unos u otros dependiendo de cuál quieres que sea su finalidad.

La cosa está en no envejecer como para dejar de ver las cosas buenas -y nuevas- que aporta cada formato, creo yo. Es evidente que en todas las redes sociales va a haber mierda, pero también hay cosas muy buenas, y la clave está en saber verlas a tiempo y en no quedarte atrás; sobre todo en un sector como el nuestro.

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