Artes Escénicas

La lluvia amarilla

'La lluvia amarilla' de Julio Llamazares ha vuelto con más fuerza que nunca para abordar -y recordarnos- la problemática de la despoblación. Esta vez sobre las tablas en el Teatro Español.

Cuando el último hijo decide marcharse del pueblo, su padre le niega la despedida porque entiende que su casa morirá definitivamente. Y es que no solo se marcha el hijo, se marchan con él todos los sueños y cimientos que se levantaron desde generaciones. El pueblo comienza a morir lentamente, se pudren los tejados y la hierba devora las calles. No queda nada más que un viejo herido de dolor que espera a la muerte.

Estos días pasados, la magnífica novela de Julio Llamazares se ha representado en el Teatro Español de Madrid con una fuerza que, igual que el óxido, cala profunda en el espectador. Adaptada y dirigida por Jesús Arbués e interpretada por los actores Ricardo Joven y Alicia Montesquiu, la obra nos muestra la crudeza de la España vaciada. En un escenario escueto pero que gracias a las nuevas tecnologías cambia y acompaña el monólogo del protagonista, la obra realiza una cruda fotografía de los pueblos españoles que agonizan lentamente. Tras el suicidio de su mujer, Andrés de Casa es el último habitante de Ainielle que lucha para sobrevivir mientras recorre con su memoria toda una vida. En una casa en ruinas, que bien podría representar el alma de Andrés, el espectador se va sumergiendo en la decadencia del pueblo y la familia, donde la guerra, el abandono y la soledad van arrebatando el futuro del protagonista. Desde la butaca, se puede percibir la crudeza del frío del Pirineo Aragonés y un pinzamiento huraño en las tripas de un hombre que, agarrado a las paredes de su casa, deambula como un fantasma a la espera de las últimas horas.

Tanto la novela de Julio Llamazares como la obra de teatro dirigida por Arbués tocan de fondo el grave problema de los pueblos que envejecen y mueren sin futuro. La vida actual, con su velocidad estrepitosa, obligan a un éxodo joven que deja en manos de ancianos el porvenir de unas localidades que ven cómo se les arrebata lo que construyeron durante décadas. El destino de Ainielle es el reflejo de cientos de pequeños pueblos que agonizan a la sombra de las grandes ciudades y la centralización de oportunidades. La vida lenta y sacrificada de antiguos oficios es opuesta a lo que el mundo actual de redes sociales y búsqueda de fotografías estrafalarias demanda, por ello, no deja de perder atractivo más allá de puntuales escapadas turísticas.

Treinta años después de la publicación de la novela, la lluvia amarilla cae lenta sobre la sala Margarita Xirgu donde los espectadores se agarran a la butaca mientras presencian los demonios del protagonista. Una tragedia de desolación y derrumbe de un mundo que tantos hombres y mujeres lucharon por construir, y que han ido viendo con impotencia cómo se les escapaba entre las manos. En definitiva, tanto la obra de teatro como la novela de Llamazares penetran afiladas para remover conciencias y poner frente al espejo la vida de nuestros ancianos pueblos.

Y ahora que la muerte ronda ya la puerta de este cuarto y el aire va tiñendo poco a poco mis ojos de amarillo, incluso me consuela pensar que están ahí, sentados junto al fuego, esperando el momento en que mi sombra se reúna para siempre con las suyas.

Julio Llamazares.

*Foto de portada: Jesús Arbués.

Acerca de Manuel Molina

Manuel Molina (Daimiel, 1984) es graduado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Ha publicado la novela 'Arena en la garganta' (Acen editorial) y varios relatos sobre el mundo rural para antologías en la editorial Playa de Akaba. Desde hace años participa con artículos de opinión y cultura en medios regionales manchegos. En la actualidad se encuentra inmerso en su segundo proyecto literario.

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