Mañana de domingo en Madrid, calle Alcalá y en la esquina sobresale el edificio inmenso de la sede central del Instituto Cervantes. En su puerta giratoria permanece erguido un cartel azul cielo con la amplia sonrisa de la escritora Carmen Laforet. Me adentro y el portero vestido de uniforme oscuro espera en el detector de metales. La mochila que siempre me acompaña en la capital pasa sin problema y el arco blanco no genera ningún pitido. En las escaleras centrales del hall señorial espera la exposición Próximo destino: Carmen Laforet organizada por el Instituto Cervantes con la colaboración de Acción Cultural Española (AC/E), de la Dirección General del Libro y de la Biblioteca Nacional, dedicada al centenario de una de las escritoras más influyentes del siglo XX.
Al adentrarse en la exposición, en una especie de caja a media luz, suena el Claro de Luna de Debussy con imágenes proyectadas en blanco y negro de la escritora en lugares como el mar, bosques o un campo gigante de trigo. Allí en soledad las notas del piano te envuelven mientras lees en las paredes frases de Carmen que elevan como un cohete el ansia de agarrar papel y tinta. Es una habitación propia que muestra documentos y objetos personales como la máquina de escribir, el cenicero y una serie de ejemplares de juventud de Juan Ramón Jiménez, Dostoyevski o Virginia Woolf. Se muestra también un dibujo de infancia de un gallo dedicado a su abuelo que ella siempre llevó consigo, así como pinturas y fotografías de su familia.
Al cruzar la puerta de la habitación, las altas paredes del Instituto Cervantes parecen absorberte en una especie de tornado con la multitud colorida de portadas en gran tamaño de los libros de Carmen. En esta segunda parte de la exposición se encuentra la joya principal: el manuscrito de Nada. A través del cristal contemplamos las siete primeras páginas de una novela que marcó toda una generación y que a Carmen Laforet le otorgó el Premio Nadal en 1944, con tan solo 24 años y siendo una escritora desconocida. Se pueden apreciar las correcciones y tachaduras con una letra puntiaguda y rápida, así como también el documento pasado a máquina y el informe de censura. En esta parte central de la exposición recorremos a través de una línea temporal la obra de la autora que va mucho más allá de Nada. Decenas de fotografías y manuscritos de sus posteriores novelas como La isla y los demonios, La mujer nueva (reconocida con el Premio Nacional de Literatura 1956), La insolación y Al volver la esquina. De esta su última novela (1975) se exponen las pruebas de imprenta con anotaciones a mano de la autora y tres folios mecanografiados. Se muestra también correspondencia de gran valor entre Carmen y Juan Ramon Jiménez o con el escritor exiliado y gran amigo de la autora Ramón J. Sender.


La exposición es un regalo visual que repasa la vida y obra, la proyección interior y exterior de una autora que, en palabras del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, es una escritora decisiva en la cultura española que dialogó con el exilio, con la literatura del interior y que ha dejado un legado de especial importancia en el protagonismo de la mujer. Muchas de las conquistas que después se realizaron son en parte gracias a la creatividad de Carmen Laforet.
Tras un último pasillo donde se exponen coloridos cuadros y collages dedicados a Carmen, y se aprecia la influencia en siguientes generaciones de escritores y artistas, sales de nuevo al inmenso hall del Cervantes. Al despedirte, el portero te observa en su mesa mientras tal vez anota el aforo y afluencia de la exposición. De nuevo en la calle, el sol golpea tu rostro y los viandantes pasan acelerados en ambas direcciones. Sin embargo, ante el barullo y después de ese ratito sumergido en la más bella y alta literatura, parece que el tiempo se ha ralentizado y nada parece volver a ser lo mismo.
He pensado en el motivo y la vena de mi vocación de novelista y sé que mis libros se deben a un profundo amor a la vida.
Carmen Laforet.
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