Hay un espacio de indecisión en todas las vidas. Un momento en que el sí es indistinguible del no.
Ese momento lo llamo la espera.
En la espera entra el monólogo interior, porque es lo único que tiene espacio.
Una llamada de la clínica. Una de mi señor padre que me obliga a quedarme sentado donde estoy. ¿Leer? Pero seré interrumpido en un momento, y el peligro de la interrupción me paraliza.
Un correo, una fecha. Sobre todo una fecha.
La fecha de postularme al doctorado. Comprar las guías oficiales para los exámenes de admisión antes de entrar a la licenciatura. Revisar los requisitos, una vez, otra, una más. Pensar en esa vida. Imaginarla, soñar con traerla a mí por hacerla coextensiva a mi actividad cotidiana.
¿Vida en Rhode Island o en Pensilvania? ¿Una Ivy League o mejor Caltech? ¿Notre Dame habrá pasado de moda y será hora de apuntar a Stanford? O mejor algo menos mainstream, ¿Northwestern? ¿Vanderbilt?
(Irse.)
Revisar la información de los programas doctorales al menos una vez por semana, como he revisado el perfil de la mujer que quisiera tener enamorada, por si acaso cambia.
Esperar, sin tener razón, una noticia.
Creer la fecha muy lejana pero decidirse a avanzar, para que quizá la espera aminore. Como la escritura. Leer mucho para escribir poco. De a poco. A poco.
Estudiar. Pensar. Repasar. Todos los mundos, todas las posibilidades apetecibles: ¿y si mejor Europa? ¿No tiene más prestigio Cambridge? ¿No suena más exclusivo? ¿No será mejor algo más interesante, como Mánchester, Glasgow o Brístol? ¿Qué si mejor me voy a alguna extravagancia, como a la Universidad de Turín o Praga? ¿Quién hace un doctorado en Praga? Algo exótico, de otro mundo, que dé materia prima.
(Irse. Irse como sea.)
Que de pronto entren esas otras consideraciones. El idioma, la vida, la aspiración. ¿No será que hay una razón (una buena razón) para ir a Nueva York? La vitalidad, las oportunidades, las opciones. ¿Mejor solo considerar Londres, Boston, Chicago, Nueva York, Los Ángeles y San Francisco? Si acaso Edimburgo. Entonces Canadá podría entrar: Vancouver, Montreal y Toronto, solamente.
(Irse, pero sabiendo que será provechoso.)
Que se entrometan las lecturas, que para eso son. Quienes están leyendo lo que todos están leyendo jamás podrán pensar distinto. O lo mismo: que los que están haciendo lo que todos los demás están haciendo, en el mismo lugar donde todos los demás están haciéndolo, nunca podrán hacer algo que valga la pena. Entonces mejor irse a una universidad rumana, en el sur, o en el noreste de Lituania, pero carezco del tiempo para cambios tan drásticos de software mental. Mejor la Universidad estatal de Dakota del Norte. Un lugar tranquilo, sin presiones, alejado de todo en el centro del mundo. Una vida distinta, resignada, de pedir poco, de querer poco, de sentir lo que espera.
(Irse, pero con un sentido. Aquí está mi espacio de indecisión. Mi espera.)
¿Y si todo es un reflejo de mi colonialismo? Creer que la conversación relevante siempre está ocurriendo en otro lado. ¿No sería lo mejor quedarme en Puebla, estudiar en la BUAP? O ser radical, autodidacta ejemplar, no salir de mi cuarto, prefiriendo la compañía de las cosas a la de los hombres hasta que, después de décadas, una tarde, tenga algo que decir.
(Para irse no hay que escapar, ni siquiera marcharse.)
No como este momento, viendo el reflejo de mi barba en la pantalla cuando me digo que tal vez ya no sé qué más decir, que tal vez esta espera tampoco tiene sentido.
Esperar que lleguen los correos. Creer que nunca llegarán. No querer rechazar ninguna oferta. Aceptarlas todas: no el don de la bilocación sino el de la multiplicación de copias que no dejan de ser todas lo mismo. Habitar todas esas vidas que absorben lo que yo estoy perdiéndome.
(Irse, inexorablemente, a cierto lugar.)
Dudarlo todo. Tener que trabajar sin saber cuál es el próximo paso. Sin tener un jefe que diga haz esta gráfica, necesito un reporte con esto y esto, envía un correo a Fulano y otro con copia a Sutano.
Esperar que la nieve caiga, esperar, en vano, en vano siempre, que se vaya. Esperar.
0 comments on “Hay una espera”