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‘Por trece razones’: Hannah Baker, Abel Azcona y Marcel Duchamp, ésta es vuestra cinta

La muerte puede ser entendida también como un proceso creativo; especialmente si dejas unas cintas grabadas para ser escuchadas después o eres un artista contemporáneo como Duchamp o Abel Azcona.

Ahora que se acaba de estrenar la cuarta y última temporada de ‘Por trece razones’ (Netflix, 2017-2020) es el momento perfecto para rebobinar las cintas, retroceder en el álbum de fotos y volver al origen de tanta frustración: el suicidio de Hannah Baker y su consiguiente testamento sonoro, que, como si fuera una performance contemporánea, tantas ampollas levantó. Para el que no haya visto la serie, decir que todo empieza con la muerte de su protagonista, quien, expuesta a varias situaciones límite, decide quitarse de en medio y grabar los trece motivos por los que sus fuerzas empezaron a fallar. Sin vida ya, una caja llena de cintas empieza a circular por el pueblo de Crestmont, de casa en casa, y los involucrados en la muerte de Hannah empiezan a descubrir la verdad, las auténticas razones por las que todo terminó volviéndose un desastre. Es curioso, una vez muerta es cuando Hannah empieza a hablar. O, más bien, cuando se le ocurre pronunciar sus últimas palabras.

Tal y como cuenta el escritor mexicano Octavio Paz en Apariencia desnuda (Alianza, 2008), la leyenda de Marcel Duchamp también comenzó tras su muerte. «Uno de los pintores más célebres de nuestro siglo había abandonado el arte para dedicarse al ajedrez. Pero en 1969, unos pocos meses después de su muerte, los críticos y el público descubrieron, no sin estupor, que Duchamp había trabajado en secreto durante veinte años (1946-66), en una obra probablemente no menos importante y compleja que el ‘Gran Vidrio’. Se trata de un ensamblaje llamado Étant Donnés». Y, como comprenderán, tuvo mucho que ver con la muerte de Hannah Baker, aunque no seamos capaces de encontrar la conexión.

En primer lugar, es curioso que Octavio Paz relacionase ‘Étant Donnés’ con el ‘Gran Vidrio’, también conocido como ‘La novia desnudada por sus solteros, incluso’; pues de los trece motivos por los que Hannah se suicidó todos tenían nombre y apellido, y la mayoría eran hombres; y solteros. Como en la obra de Duchamp, la vida de nuestra protagonista giraba en torno a ellos y dependía enteramente de su aprobación, en especial de la de aquellos que tanto daño le hicieron. Se trataba de un complejo circuito de láminas y alambres que empezaba por un elemento individual en lo alto -que se ha asociado siempre a la imagen de una mujer- y un conjunto de aparatos en lo bajo -entendidos como hombres- que la observan y la hacen funcionar por medio de diversos mecanismos. Siempre se ha entendido este montaje como una alegoría del deseo, tanto masculino como femenino, de la masturbación o del amor; entendido éste último como un objetivo frustrado, pues nunca lo conseguiremos alcanzar del todo. A veces, incluso, nos invitará a que dejemos de existir.

Sin embargo, lo que más vincula a Hannah Baker con Marcel Duchamp es su idea de relacionar la muerte con un proceso creativo, aunque ella misma no fuese consciente. Al fin y al cabo, dejar trece cintas grabadas con la explicación de tu final para que los responsables del mismo descubran cuál fue su grado de implicación es tan artístico como dejar en tu testamento las instrucciones de montaje de una nueva obra, tras más de veinte años retirado y fingiendo estar jugando al ajedrez. Es tomar las riendas de tu vida justo cuando a ésta le ha tocado claudicar y desvanecerse; pero sirve de legado y como nuevo comienzo -nadie dijo que perfecto- para los que seguimos aquí.

Lo confesó Abel Azcona hace no mucho, en una entrevista realizada por The Objective: «Mi muerte llegará pronto y será un proceso creativo». «Me obligaron a nacer y considero que el día que realice esta pieza podré cerrar un ciclo, podré darle un sentido ideológico a muchas de mis piezas, que podrán cerrarse de esta forma», admitía el artista contemporáneo español. Y es que, efectivamente, la muerte es un extremo; y todo lo que la rodea suele ser extremo también. A fin de cuentas, la vida de Hannah Baker no fue un paseo, precisamente; sino, más bien, una carrera a marchas forzadas y en pendiente. Era el centro de todas las miradas, de todos los comentarios, de todas las burlas, y no tenía -o creyó que no tenía- a nadie en quien confiar. No parece baladí, entonces, que en la introducción de las tres primeras temporadas aparezca dibujado un tobogán con forma de cohete -donde el primer protagonista de sus cintas la besó por primera vez- convertido en una jaula, en una celda parecida a los montajes de la artista Louise Bourgeois. Para ella, las celdas eran recintos que servían para separar el mundo exterior del mundo interior y protegerlo. Y el dolor, «la redención del formalismo».

Volviendo a Octavio Paz, al hablar de ‘Étant Donnés’ decía que lo que le había fascinado realmente era «un objeto de cuatro dimensiones y las sombras que arroja -esas sombras que llamamos realidades. El objeto es una Idea pero la Idea se resuelve al cabo en una muchacha desnuda: una presencia», y, de nuevo, volvemos a pensar en Hannah; en una muchacha frágil y desamparada, desnudada, y con muchísimas sombras tras de sí. Esta última temporada se centrará en seguir explicándolas y en iluminar un poco el camino, pero con la seguridad de que siempre quedarán cosas por decir, promesas que contar. Al final, ni siquiera podemos estar seguros de que en las series de ficción se cumpla con el mantra impuesto en ’Pequeñas mentirosas’ (Warner Bros., 2010-2017), donde dos personas sólo eran capaces de guardar un secreto cuando una de ellas había muerto. En ‘Por trece razones’ ni aun así, porque la muerte es un proceso creativo; y al público actual, lo crea o no, le gusta el arte contemporáneo.

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