Opinión

Las luces navideñas, ese «imaginario demente»

¿Se ha desvirtuado el verdadero sentido de la Navidad? Muy probablemente; pero, ¿qué más da? Si hay luces que nos ciegan y guirnaldas que adulteran nuestros recuerdos...

La Navidad, divino tesoro, solía constituir el momento del año en que los practicantes de la religión cristiana celebraban el nacimiento de su salvador, Jesucristo. Sin embargo, el mesías ha quedado relegado a un segundo plano en una reinterpretación de la festividad fundamentada, ahora mismo, en el éxtasis generalizado, los decorados de influencia gringa y, sobre todo, una extensión ingente de luces —de cuestionable sentido estético, por cierto— a lo largo y ancho de toda gran ciudad.

Escribía Charles Dickens en uno de sus cuentos navideños que «el recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad», como si la época del año pudiese influir de manera alguna sobre las ondas electromagnéticas que conforman el brillo -la intensidad de la luz- de una vela. Es posiblemente este abuso de la retórica y el misticismo (siendo Dickens un mero ejemplo de muchos) la simiente del paisaje navideño actual; un paisaje de luces cegadoras y decorados de barroca intención que buscan transformar el desasosiego, el malestar o el estrés de la vida moderna en una suerte de ilusión infante. Un «panem et circenses» del siglo XXI donde, sin comida ni espectáculo, la ciudad se llena de ornamentos de acusado mal gusto, como el pino cúbico instalado en la Grand-Place de Bruselas en el año 2012 o el aún más controvertido pino en forma de plug anal diseñado por el polémico artista Paul McCarthy que decoró la plaza Vendôme de París en 2014. Este último, si bien no fue creado con la intención principal de servir a la justa de la decoración navideña contemporánea, tampoco llegó vivo a la misma, ya que fue vandalizado días después de su inauguración. Un año antes, de hecho, The New York Times Magazine publicaba un reportaje sobre el propio McCarthy que, proverbialmente, bien podría haber tratado sobre la imaginería navideña actual. ¿Su título? Traducido lo más decentemente posible, «el imaginario -o el imaginador– demente».

‘Tree’, de Paul McCarthy (2014). Via: @HauserWirth (Twitter)..

La luz, elemento fundamental de la Navidad

Sin duda, la luz, «[…] artificial princesa, amada eléctrica» (’35 bujías’, Seguro azar, Pedro Salinas), es la gran protagonista de estas fechas. Por ella pasa prácticamente la totalidad de la decoración de las ciudades: edificios cubiertos por bombillas LED, gigantescas bolas de árbol, banderas kilométricas, meninas mutantes… La Navidad es la fiesta de la luz y, en esta fiesta, la única regla que nos queda es que ya -precisamente- no nos quedan reglas. Bueno, sí; hay una: se haga lo que se haga, ¡que brille!

Por ejemplo, si se va a contaminar la ciudad, que sea con luces; si se van a despilfarrar los fondos públicos, que sea por las luces; si se ha de competir, que sea por ver cuáles son las luces más brillantes. Esto último se ha convertido en la piedra angular de todas las decoraciones navideñas: el hecho mismo de que las luces aparezcan en diversos puntos del planeta y de que sean entendidas como elemento turístico —algunos hablan del boom de las luces— ha motivado la competición. De ahí que cada año haya más y más luces de colores; casi más bombillas que habitantes. Hay quien maquilla esta competición como una forma de animar a la población en tiempos de catástrofe. A esto podríamos responder, parafraseando al psiquiatra y psicoanalista suizo Carl G. Jung, que «nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad». Y la oscuridad de este 2020 es grande, por mucho que se iluminen las ciudades -dentro de poco, hasta tendremos que pasear por ellas usando gafas de sol antes del toque de queda-.

Efectos medioambientales de la iluminación navideña

El boom de las luces es una realidad empírica. Compresible o no, las economías locales se ven gratamente beneficiadas por la iluminación estacional, que atrae a los turistas sedientos de LED en invierno como atraen las lámparas eléctricas a las polillas y a los mosquitos tigre a lo largo del verano. Pero no todo es brillante y dulce en Navidad.

Si, como decía Pío Baroja en su cuento Olaberri el macabro, «en la vida hay un 75 por ciento de facturas», éstas van y se multiplican por cuatro o por cinco en pleno temporal navideño; y, además, en el futuro tendremos que afrontar las terroríficas consecuencias medioambientales de la contaminación lumínica que las desoídas voces ecologistas llevan años advirtiendo. No es una broma: por culpa de las luces del exterior -y de las pocas luces que tenemos en el cerebro- las aves migratorias que sobrevuelan los inviernos se están empezando a desorientar y, simultáneamente, a morir. Los insectos polinizadores, también. Y nosotros, los humanos, tampoco nos libramos de esto: ¿O es que soy el único al que estos dispendios le provocan insomnio y depresión? Sí, ha leído bien: depresión. Y es que si no se deprime usted por esta psicodelia absurda que adultera la estética de las urbes, lo hará dentro de poco; por culpa del efecto que las diversas luces tienen sobre el organismo, tal y como alertan los expertos.

Escena de ‘¡Socorro! Ya es Navidad’ (1989) en la que su protagonista, Clark, enciende, fuera de sí, el alumbrado navideño. (Es la cara que se nos queda a nosotros, además, al salir a pasear).

Recuperar la Navidad

Decía el papa Francisco —máximo representante de una de las partes implicadas en el proceso de deconstrucción navideña— que «la mundanidad se ha robado la Navidad», y que, por supuesto, «hay que recuperarla». ¡Pues que no llamen a Jep Gambardella! El rey de la mundanidad, según La gran belleza de Paolo Sorrentino (2013), que no permitiría la más mínima bombilla en un lugar distinto -o distante- a alguna de sus fiestas. Y es que ciertamente, el espíritu festivo no nació bajo uno millón de luces LED; tampoco el navideño. Sea como fuere, las luces ya están colgadas y la Navidad también está presente, así que júntense poco, mastiquen bien las uvas y pasen unas muy felices fiestas. Ah, ¡y que las luces no les cieguen!

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