Kiko Llaneras (Alicante, 1981) ha descansado poco y mal en este 2020. En este año, como parte del equipo de datos de El País, le ha tocado explicarle al mundo la mayor pandemia mundial desde la gripe de 1918, que se ha llevado por delante más de un millón de vidas y ha paralizado la economía y el modo de vida de todo el planeta de formas inimaginables, vaciando desde la Gran Vía madrileña a la Times Square de Nueva York.
También ha tenido que analizar la derrota de Trump en las elecciones ante Biden, cuatro años después de ganarlas por sorpresa ante Hillary Clinton. Tiene callo con esto: antes lo tuvo que hacer con el Brexit o el asalto de la nueva política al cielo del Congreso de los Diputados. Pero Llaneras no ha venido a hablar de virus ni políticos, sino de su gran pasión. Resulta que después de todo, al colaborador de Politikon y Jot Down aún le quedan ganas de leer y lo hace muy a menudo. Le encanta la ciencia ficción y la distopía, dos géneros que cada vez se parecen más a nuestros días y que gustan mucho a científicos e ingenieros por un pequeño detalle: el estrecho margen de éxito entre el rigor y la narrativa.
PREGUNTA: El método científico es un factor clave para acompañar a las historias de ciencia-ficción y de distopía. ¿Por qué crees que funcionan mejor entre el público general?
RESPUESTA: La ciencia ficción tiene éxito porque despierta lo que llamamos el «sentido de la maravilla» mientras nos habla del mundo real. Nos asombra mirando personas, tecnologías, seres o circunstancias que no existen, pero podrían existir. Esa distinción es fundamental.
Lo que distingue a la cifi de la fantasía es que se apoya en la ciencia. Parte de premisas especulativas, pero con una condición: las consecuencias de esas premisas son siempre plausibles y hasta probables. Ahí está el lado cientifista del género, no en los artefactos ni en las naves espaciales, sino en su respeto por lo racional y lo creíble. En ese sentido, como escribí en Jot Down, la ciencia ficción es la antítesis de realismo mágico. El realismo mágico describe un mundo corriente en el que ocurren cosas imposibles, mientras que la ciencia ficción describe mundos diferentes donde solo ocurre lo inevitable.
La ciencia ficción busca la fascinación, pero mantiene sus raíces en la realidad. El sentido de la maravilla es esa sensación que recorre a un niño cuando mira el cielo nocturno y entiende que de cada estrella penden mundos, y que, en uno de esos mundos, aunque quizás en más de uno, hay un niño mirando las estrellas. No tiene por qué haberlo, pero podría. Y ese asombro por el mundo real —no por uno mágico— es lo que hace que la ciencia ficción sea mejor.
P: ¿Pueden a la vez resultar un condicionante y hacer que no funcione narrativamente una historia para quien conoce la materia?
R: Sí. Por eso hay un continuo debate en torno a esto. Dentro de la ciencia ficción se habla del subgénero «hard» o «cifi dura», que es el que pone mucho énfasis en la parte científica que sostiene la trama. Se dan detalles, se hacen cálculos. No es un subgénero para todo el mundo, pero tiene adeptos. Muchas otras veces los detalles de la parte científica se describen muy por encima y se usan solo como un mensaje: no estamos en un mundo mágico, sino en un mundo que podría ser real si la física tuviese esta propiedad —se puede viajar en el tiempo— o si fuese cierta esta teoría —existen universos múltiples—. Los detalles en este caso dan igual, lo importante es decirte qué regla estamos cambiando o asumiendo.
Para mí, el segundo caso es la esencia de la ciencia ficción, por lo siguiente: cambiar una regla de la realidad y explorar sus consecuencias es una forma de pensar sobre nuestro mundo. Es literatura del «what if». Hay un relato de Ted Chiang donde se inventa una tecnología que impide percibir la belleza («¿Te gusta lo que ves?»). Da igual cómo lo hacen, no lo explica. Lo divertido es pensar cómo sería el mundo si nos mirásemos unos a otros y no viésemos quiénes son guapos. ¿Cómo cambiaría todo? Pensar eso no te habla de un mundo falso. Te explica cómo es nuestro mundo. Ver la realidad con otra perspectiva es una de las claves de mucha cifi.
P: Isaac Asimov es solo un ejemplo de un científico que tuvo la necesidad de trascender a su campo y crear historias para contarlas. ¿Qué crees que provoca a estos científicos a filosofar sobre la vida en futuros campos? ¿Es una especie de vocación sociológica?
R: Muchos autores de cifi tienen formación de ciencias y algunos son científicos. Creo que es un género de tradición analítica. Uno de los motivos me parece que es lo que te decía en la pregunta anterior: es literatura del «what if». La idea de pensar sobre el mundo real —sobre la naturaleza humana en especial, sobre la sociología que dices— usando contrafácticos es tentadora para un científico.
¿Cómo sería no ver la belleza? O siguiendo con Ted Chiang, ¿cómo sería percibir la vida si el tiempo no fuese hacia delante sino fuese estático y lo vieses todo de golpe, pasado y futuro? (La historia de tu vida). Esa pregunta es natural para alguien interesado en la concepción del tiempo. Pero casi siempre a esa parte científica le acompañaban debates muy humanos: ¿Querrías tener un hijo sabiendo que lo vas a perder cuando todavía es un niño? Por eso la ciencia ficción es para todo el mundo interesado en las ideas y las personas.
Creo que la mejor cifi sociológica tampoco la han hecho sociólogos. Desde el prejuicio diría que es porque les preocupa mucho el debate normativo —cómo debería ser el mundo— y la curiosidad hace mejor ciencia ficción.
P: ¿Crees que la sociedad actual demanda rigor científico incluso en las obras de consumo masivo, o nos seguimos conformando con poco en ese campo?
R: Creo que no es necesaria. Sobre todo, se busca plausibilidad. Ocurre también que las obras de ficción se han hecho muy sofisticadas. Trabaja mucha gente y se cuidan muchos detalles. Lost no necesitaba detalles científicos muy currados, pero los añades porque cuidas todo mucho. Pasa como con los vestuarios: si una serie se ambienta en los ochenta y usan unas zapatillas de 1991 la verdad es que va a dar igual, pero se cuida todo en las súper producciones.
P: ¿Por qué ocurre que los científicos que han vivido las épocas de los mayores avances en sus campos de la historia de la humanidad plantean universos tan catastróficos y postapocalípticos?
R: Las utopías son aburridas. La ficción necesita un conflicto, algo que esté roto o que esté mal, que es lo que te empuja a seguir leyendo o mirando. Quieres saber si el problema que tienen los personajes se va a resolver. En ese sentido, el apocalipsis da mucho juego.
La esencia del género es un what if perfecto: vale, tu mundo está bien y la gente hace colas en el súper más o menos de forma ordenada. Pero eso es un malabarismo. Os sostenéis en un alambre. Si las cosas se complican, ¿seguiríamos siendo buenas personas? ¿Volverían las tribus? Walking Dead cuenta esto genial. Es ciencia ficción porque hace ese truco de cambiar una pieza —ya no hay estado, falta comida, etc.— para explorar de forma plausible qué pasaría. El resultado te enseña cómo somos realmente las personas.
Estos días he leído Estación once, de Emily St. John Mandel, que es fantástica, y que es un muy buen ejemplo de la paradoja que apuntas. Es un relato postapocalíptico que se puede interpretar como un canto a las bondades del mundo actual: «I thought it might be interesting to think about and write about the modern world by contemplating its absence in the same way that you can talk about a person by delivering a eulogy. It can absolutely be read as a love letter to electricity, plane travel, antibiotics, insulin, all the trappings of civilization we tend to take for granted».
P: El nazismo o el estalinismo inspiraron a toda una generación de autores como Orwell o Bradbury a crear las mejores novelas distópicas de nuestro tiempo. Y las series actuales los actualizan con la polarización que se vive en sociedades como la estadounidense y se reflejan en la adaptación del Cuento de la Criada, por ejemplo. O los ecos de la segregación racial estadounidense y del supremacismo blanco en Watchmen. ¿Qué acontecimientos o avances crees que inspiraran las distopías de las próximas décadas?
R: Apostaría por distopías con problemas nuevos: sobre la deshumanización por culpa de los móviles, sobre el fin del mundo por culpa del cambio climático.
Creo que habrá más distopias i-liberales: de gobiernos totalitarios clásico o de gobiernos súper paternalistas que imponen un exceso de seguridad obligatoria o dictaduras de corrección política (prohibido insultar o bañarte en el mar cuando hay olas). Creo que es tiempo de Un mundo feliz más que de 1984. Me parece que esas son ahora más probables que las distopías ultraliberales, muy populares en los ochenta y noventa, con multinacionales dominando el mundo y gobiernos débiles. Siempre ha habido un péndulo entre unas y otras.
Habrá quizás distopías de castas, por la creciente desigualdad. Además, ahí se podría innovar porque hay ejes nuevos: campo contra ciudad, nativistas contra globalistas. Un ejemplo reciente es The Wall, de John Lanchester.
Y habrá con total seguridad distopías de epidemias. ¿Qué pasaría si el confinamiento tuviese que durar años? ¿Viviríamos en túneles con un grupo de contactos ultra reducidos? ¿O quizás sería todo digital y será tabú compartir el aire de una habitación con otra persona? De esto creo que veremos mucho.

Series distópicas que tienes que ver
Si, además de las recomendaciones de Kiko, te apetece engancharte a alguna serie distópica para despedir este año de mierda, aquí van algunas sugerencias más allá de clásicos como Black Mirror, El cuento de la criada o Westworld (si no las has visto, ¡nunca es tarde!).
Years & Years (HBO)
¿Qué pasaría si tu familia fuese grabada cenando en Nochevieja y pudieses ver la evolución del tiempo en una especie de máquina VHS que adelante la cinta? Posiblemente corroborarías que el pesado de tu tío hace el mismo chiste todos los años. En el caso de esta familia de Manchester, te verás envuelto en un fascinante relato que construye escenarios futuros hipotéticos, pero perfectamente plausibles acerca del avance de los nacionalismos populistas, la nueva Guerra Fría que vivimos, la crisis de los refugiados, la deshumanización del neocapitalismo o la relación de los centennials con la tecnología. Combina momentos hilarantes de puro humor británico con escenas dramáticas que te harán estremecerte cada vez que las recuerdes.

El colapso (Filmin)
¿Te acuerdas de cómo se puso la gente con lo del papel higiénico? Pues imagina si pasan tu tarjeta por el lector del datáfono del súper y no funciona porque el sistema económico mundial acaba de hundirse. Ocho episodios, grabados en plano secuencia, que describen una visión extremadamente realista del Apocalipsis capitalista dirigido por los geniales Les Parasites.

Watchmen (HBO)
No apta para puristas del cómic. Damon Lindelof ha hecho una reinterpretación del clásico con una visión muy interesante del movimiento por la lucha de derechos de la población afroamericana. Rescata episodios reales vividos por estas minorías a lo largo de la historia de Estados Unidos con unos requiebros de guion y un reparto brillantes. La primera secuencia del episodio piloto explica a la perfección qué es eso que llaman «privilegio blanco».

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