Car mon être est beau mais affreux. Et il n’est beau que parce qu’il est affreux.
Les malades et les médecins, Antonin Artaud
Enero es un mes frío, aunque irradie una luz muy clara, especialmente ahora, sobre la nieve espesa. La búsqueda de refugio se ha convertido irremediablemente en urgencia y el teatro puede ser concebido como el mejor templo para resguardarse –en todos los sentidos- del invierno y de la soledad. También los hay que prefieren rezar en un santuario de verdad. Y otros, en cambio, encuentran abrigo en los oscuros antros de la ciudad; lugares que también desprenden calor y en donde, además, como escribe Lola Blasco, «nunca te aburres porque nunca estás a solas con tu alma».
No importa del tipo que seas tú, el Teatro de la Abadía, en coproducción con el Teatro Real, te ofrece todo esto y mucho más. En pleno barrio de Chamberí y en lo que hace años fue precisamente la Iglesia de la Sagrada Familia, se ha levantado un bar, un club, un antro llamado Vía Crucis. Promete música electrónica, luces estroboscópicas, neones y muchos de esos vicios de los que, a plena luz del día, preferimos no hablar. Acudir allí es una experiencia –casi- religiosa donde recibir la comunión y una catarsis, si te dejas, también. Porque, estos días, el Teatro de la Abadía está representando Marie, la tragedia de la mujer contemporánea en un intento último de recuperar eso mismo, la tragedia, como paso previo al debate. Pero, ¿de qué debate estamos hablando?
Lola Blasco, Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016 por Siglo mío, bestia mía, ha escrito un libreto crudo y directo sobre las víctimas de la violencia de género; un libreto que no pretende ser una aproximación social o política sino, más bien, abordar el tema desde el teatro musical. Para ello, Germán Alonso ha compuesto la música –contemporánea y acusmática- y Rafael Villalobos lo ha materializado en el escenario. Completan el elenco dos cantantes: Nicola Beller Carbone (soprano) y Xavier Sabata (contratenor) y tres actores: Julia de Castro, Pablo Rivero Madriñán y Luís Tausía.
Hechas las presentaciones, el director de escena advierte: «la obra contemporánea se basa en el spoiler». Para entenderla, hay que traer los deberes hechos de casa y la obra original bien aprendida. Así es. La producción está basada en la ópera de Alban Berg, Wozzeck (1925), inspirada, a su vez, en la obra de teatro Woyzeck de Georg Büchner. Ambas discurren por la vida de Woyzeck, un exmilitar oprimido e infeliz que tiene un hijo con Marie, una prostituta. El argumento principal se centra así en la explotación de los pobres y en la alienación a la que la sociedad les somete. Además, Woyzeck, cuando descubre que Marie le es infiel, decide asesinarla, «porque desde que el tiempo es tiempo, controlar a la mujer es controlar la naturaleza» y eso hasta el más ilustrado como Rousseau lo pensaba. Wozzeck es la tragedia del hombre contemporáneo por excelencia. Pero, en esta ocasión, el foco no recae sobre él, sino sobre ella.
Marie analiza la posición de la mujer en el mundo con una puesta en escena explícita, dura y llena de símbolos. En el centro, una cruz colgada del techo escupe luz blanca. La imagen allí dibujada es, sin ninguna duda, poética: la cruz es culpa y es reflejo, el de uno mismo. Toda acción ocurre alrededor. Diferentes personajes entran y salen de la escena, mientras el pasado y el futuro confluyen. Así se explora la historia de una madre soltera en constante confrontación con su libertad sexual- ¿se puede ser madre y p*ta al mismo tiempo? Nos preguntan–, pero el relato solo es contado a través del testimonio de los otros personajes. Es un juicio en el que ella no tiene voz; un juicio en el que ha sido condenada antes de tiempo.
Además, para conjugar las escenas y arrojar algo de luz a la trama, aparece la voz en off de la propia autora, indagando en el papel del escritor cuando este trata de narrar un asesinato o cualquier otro hecho escabroso. Este es uno de los puntos más originales de la obra, que ya no solo se centra en la vida de Marie, sino también en quien se atreve a mirarla desde fuera. El texto anuncia: «Los escritores somos como aves de rapiña, siempre avizor, sentados sobre el borde de una montaña, contemplando… Una vez, le pregunté a mi madre por la muerte de su hermano, y ella me dijo que los muertos están muertos, y que preguntar por esas cosas llena de fango la boca del que pregunta. A veces siento el fango en mi boca mientras observo, cómo la tierra se corrompe delante de mí». El fuerte componente voyeur de la escritura se complementa con el del público allí contemplando -también- con sus bocas enfangadas porque acaban de ver a Marie morir tres veces, y podrían haber sido muchas más.
La obra constantemente descuartiza la belleza para mostrar la oscuridad del ser humano. Como decía Artaud, arriba de este texto, «mi ser es bello pero espantoso y solo es bello porque es espantoso». O lo que es lo mismo, «nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad». Y Marie es la auténtica prueba de ello: una tragedia a caballo entre la ópera y el teatro que, lejos de escandalizar o provocar aversión, recorre todas las expresiones artísticas para revolver conciencias en las butacas y evidenciar la triste situación que la mujer afronta. Esa Marie de la que todos hablan es ya cualquiera de nosotras.
¡Hasta el 17 de enero en La Abadía!
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