La frase no es mía. Fue la propia Julia de Castro quien anunció, de esta manera, su concierto en redes sociales y nadie puede negarle que la comparación estuvo más que acertada. El domingo 14 de marzo, en riguroso horario de misa de mañana tardía, especialmente concebido para aquellos que prefieren estirar el sueño hasta la hora del vermut -como bien sería mi caso-, la artista reunió a sus más fieles seguidores en el Teatro de la Abadía para poner sobre el escenario su nuevo disco, La historiadora (El Volcán Música, 2020). La presentación estaba prevista para septiembre pero tuvo que ser retrasada por motivos obvios y aún así, a día de hoy, continúa siendo una gran suerte que se haya podido llevar a cabo. Con las salas de conciertos cerradas, es de agradecer la gran labor de los teatros por mantener viva la música en directo aunque, a veces, nos surja la duda de si un teatro es el mejor espacio para realizar un concierto que diste de lo acústico. O mejor dicho, si es esta una mejor alternativa a pesar de que el asiento queme y el cuerpo solo te pida levantarte y bailar. La respuesta -defendemos- no admite negación ni pero alguno.
En este camino en solitario, Julia de Castro ha dejado a un lado la parte teatral que tanto caracterizaba a De la Puríssima -su anterior proyecto en el que fusionaba hábilmente música jazz y el cuplé más castizo- en favor de un concepto arraigado a la música electrónica y a los Dj-Sets. Un cambio radical, vaya. La puesta en escena, avivada con focos de luces intermitentes, abogó por una formación clásica con tres músicos que entraban y salían a conveniencia del registro de cada canción. Julia, en el centro, lucía uno de sus llamativos -y elegantes- looks a los que nos tiene acostumbrados, a la vez que se contorsionaba heroicamente sobre unos Louboutin de tacón algo vertiginoso. Y durante una hora, recorrimos todas las nuevas canciones que conforman el disco. A mitad del concierto, se detuvo para recordar el aniversario de esta situación esperpéntica que estamos viviendo y que parece no encontrar fin y sobre todo, para tener presente -y homenajear- también a la escritora Elena Fortún, enalteciendo la ocasión con una cita a propósito de las alegrías que sobrevienen siempre las decepciones o los malos momentos. En 2020, por estas mismas fechas, Julia había participado en la obra Elena Fortún [Sendero Fortún], con texto y dirección de María Folguera, en el Teatro Valle-Inclán. Y un año después, ambos momentos quedaron unidos, cerrando -o así lo quiero pensar porque a mí también me marcó especialmente aquella función-, tal vez, un ciclo.
Promo ‘La historiadora’. Cedida por El Volcán Música Portada del disco ‘La historiadora’ (El Volcán Música)
Por todo esto, Julia de Castro es una de nuestras artistas más interesantes y en consecuencia, más valiosas. Una conocida copla reza que «Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena» y quizá, por lo mismito, Jaime M. de los Santos dijo de ella que el artista la pudo haber pintado. Pero esto solo cobraría verdadero sentido si nos referimos a su etapa anterior. Leyendo otras entrevistas, me he dado cuenta de que, inevitablemente, por H o por B, a Julia siempre le preguntan por su decisión de finalizar De la Puríssima. Y aunque es cierto que la desaparición del proyectó nos dejó a todos un poco huérfanos en un sentido muy amplio, una decisión así precisamente es lo que la hace ser muy valiosa. Habrá quien no lo entienda y habrá quien sí, pero su nuevo disco, este nuevo vaivén, es sinónimo de valentía, inconformismo y evolución y de esto, Julia -queda confirmado una vez más- tiene para rato.
La historiadora, para quién se lo esté preguntando, hace alusión a su formación académica, porque estudió Historia del Arte, pero también alude a cuando la historia se cantaba antes de ser escrita. La historiadora repasa, uno a uno, los lugares por los que la autora ha viajado en estos últimos cuatro años desde Roma a Tucson pasando por México y Madrid. La historiadora, por lo tanto, es una mezcla de electrónica, ranchera, flamenco y zarzuela bien conseguida. Es un disco libre de prejuicios y géneros; un disco donde todo cabe, pero no todo vale. Sus letras mantienen la frescura y provocación que su idiosincrasia contiene. Y es, entonces, cuando el álbum se convierte en testimonio de su propia historia, la que se aferra a las mujeres que la sostienen y la que evoca a la ciudad que la vio nacer, Ávila, a pesar de que cuando era pequeña solo deseaba salir de allí corriendo. Ahora vuelve a sus raíces y a su castellanismo más entrañable. «Los apellidos rosas no los leo, solo entiendo de escudos en el suelo» dice en algún momento.
Al fin y al cabo, Julia de Castro siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. Es una rara avis de esas a las que hay que cuidar mucho. Por ejemplo, muy amante de los coches de carreras, llevó un bólido decorado con su nombre hasta las puertas de La Abadía como promoción. Y también, desplegó una mesa con gorras deportivas que decían, como su canción, «ríndete» colocadas junto a La retorica delle puttane (La Fábrica, 2019), un libro que recoge su particular visión sobre la prostitución, ese tema que, ella misma admite, le ha llegado a costar algunas amistades. Por todo ello, por todo este amalgama de conceptos y tendencias, es muy necesaria hoy en día. Porque, en un mundo donde predominan las diferencias, ella lucha por encontrar -y celebrar- las semejanzas. Y Julia, mucho más allá de sus sonadas colaboraciones con C. Tangana, tiene una identidad polifacética que brilla por sí sola. Simplemente, por donde ella pasa, arde Madrid.
*Foto de portada cedida por El Volcán Música
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