Destacados Disidencias

Ternura radical, ternura molotov

Contra un orgullo mercantilizado que nos dice «ames a quien ames el capital te ama a ti», ternura radical, vulnerabilidad compartida y lucha colectiva.

«Y una y otra vez volvían a la carga tomándose la calle con su ternura molotov inflamada de rabia»

Tengo miedo torero, Pedro Lemebel

«Ternura radical es canalizar energías irresistibles y convertirlas en encarnaciones indomables»

Manifiesto vivo, Dani d’Emilia y Daniel B. Chávez

Ames a quien ames, el capital te ama a ti. Así podríamos resumir el espíritu del MADO, la asimilación del Orgullo por parte del Capital. Mientras el PSOE bloquea la ley trans para colgarse la medallita, dejando fuera a les menores, les migrantes y les no binaries, el MADO nos dice que ser homosexual y transexual es cool. O que, como poco, si no podemos acceder a lo cool, podemos al menos ser normales: ser monógames, casarnos, tener hijes biológiques y trabajos exitosos para poder consumir como ciudadanos de pleno derecho. A nada que hagamos un poco de memoria histórica, esta estrategia de marketing se cae por su propio peso. Ser bollera, ser marika, ser puta, ser trans nunca ha sido cool. Que se lo digan a Leslie Feinberg, a Paco Vidarte, a Lorca, a Audre Lorde, a Sylvia Rivera, a Martha P. Johnson, a La Veneno o a tantes otres disidentes de cuerpo y género.

Pero no hace falta irse muy lejos, basta con partir de nuestras propias disidencias, unas disidencias precarias, muchas veces solitarias, que dejan heridas profundas en nuestros cuerpos pero que al mismo tiempo (y esto es importante si no queremos caer en el tópico de la víctima al que tan manidamente ha recurrido el feminismo®) son la condición de posibilidad de la lucha. De una lucha colectiva, acuerpada. De una lucha que tiene como bandera la ternura radical[i].

Cuando empecé a escribir este artículo, mi formación filosófica se apoderó de mí, poniendo un muro entre lo que escribía y mi propia vulnerabilidad. Empecé a escribir sobre el sujeto político del feminismo, haciendo un alegato contra el feminismo® (burgués, blanco, cishetero, capacitista, putófobo…), citando a Butler y, en definitiva, construyendo un discurso racional que de algún modo me protegía de las miradas de aquelles que puedan llegar a leer este artículo. Cuando pensé que lo había terminado, lo leí y me di cuenta de que no me interesaba en absoluto.

El otro día estaba hablando con une amigue transmasculine. Hablábamos de la testo, los referentes de masculinidades, del passing y de los miedos de convertirnos en un hombre cishetero a los ojos ajenos, pero al mismo tiempo de los malestares de la malgenerización constante de les policías del género legitimades por la institución de la Santa Diferencia Sexual. Cuando une sale del armario trans le atraviesan el cuerpo muchas cosas: la precariedad laboral, la vivienda, la violencia policial, el desabastecimiento de hormonas, la psiquiatrización y la salud mental, el acceso a la sanidad pública para les migrantes sin papeles, la violencia familiar… La relación con el feminismo puede ser una de ellas porque para algunes, en algún momento de nuestras vidas, el feminismo ha sido un hogar que nos acogió y le puso nombre a malestares que pasaban sin lenguaje por el cuerpo. Porque ponerle lenguaje a esas heridas puede ser profundamente liberador, siempre que no se nos obligue a nombrarnos en términos que no nos pertenecen. 

Cómo el feminismo pasó de ser un hogar a ser un campo de batalla es sin duda uno de los malestares que más han atravesado mi cuerpo trans, pero es precisamente uno de los malestares que más palabras tiene. Y a mí, ahora, no me interesa apuntar a lo que ya tiene nombres. Me interesa apuntar a esos lugares oscuros, no iluminados por la luz de la Razón, esos lugares que anidan en el cuerpo y van atravesándolo silenciosamente, llenándonos de soledad y socavando poco a poco nuestras certezas sin tener anclajes para movernos hacia otro lugar. De esas heridas que están bajo capas y capas de vergüenza y que solo pueden curar si salen a la luz. Pero no a la luz de la Razón, sino a una luz conflictiva, acuerpada y, sobre todo, vulnerable. Así que vengo hablar a de otra cosa, pero es algo que para mí apenas tiene palabras todavía, y escribo desde el síndrome del impostor y desde la necesidad de remarcar a cada paso que yo no soy representante de lo trans, ni de las disidencias ni de nada: escribo como Pol, como persona transmasculina blanca, neurotípica, con nacionalidad española. De lo que venía a hablar es algo que el MADO, el PSOE, el feminismo® y los discursos hegemónicos sobre lo trans invisibilizan por completo: el cuestionamiento. Un cuestionamiento que no acaba cuando une sale del armario trans, cuando empieza a usar el nombre y los pronombres elegidos o se apropia de los asignados, cuando une empieza a modificar su cuerpo o no, pero, desde luego, modifica su forma de habitar el mundo. El cuestionamiento del que quería hablar es un proceso que no termina. Como dice el manifiesto, «ternura radical es sentir la posibilidad en cada duda, es dejarse atravesar por lo desconocido».

Mi cuestionamiento explícito (porque podría trazar una genealogía de mi ser trans mucho antes, sin caer por eso en el discurso de que siempre fui trans y siempre lo seré. No fui un niño ni un adolescente trans, la pureza trans es algo de lo que no sé nada más allá de los discursos hegemónicos sobre lo trans) se abrió, de forma intensa, dolorosa y solitaria durante el confinamiento del estado de alarma. Para mí, el confinamiento, sin embargo, no fue ese tiempo detenido en el que estaba encerrado en casa. Turnándome con mi hermana, iba a cuidar a mi madre al hospital, que estaba con un cáncer terminal, a la espera de una operación paliativa. Así que mi cuestionamiento se fue acuerpando en los andenes de metro vacíos, en los caminos hacia el hospital y en los silencios de la habitación de oncología mientras mi madre miraba absorta una serie española de policías para no pensar en su muerte. Mi cuestionamiento tuvo un lugar y un tiempo muy marcados por la soledad y el dolor, por el duelo anticipado de la pérdida de mi madre, por las visitas de les oncólogues, les enfermeres y sus cuidados infinitos hacia mi madre y hacia nosotres y, sobre todo, por el silencio. Por la culpa de estar preocupándome por algo banal cuando había cosas mucho más importantes. Porque, al fin y al cabo, la figura de cuidadore, sobre todo cuando es intensiva, implica muchas veces suspender las emociones propias para poder estar ahí para le otre y sostenerle. Pero esos cuidados nunca son unilaterales, porque la persona cuidada, aunque nunca se nombre, tiene sus formas de cuidar[ii].

Cuando a mi madre le dije que no sabía si era trans, ya de vuelta a casa, sentí que me cuidaba como nunca me había cuidado. Mi madre no sabía nada de lo trans, apenas había tenido acceso al feminismo salvo a través de sus hijes, y no entendía racionalmente ni papa de lo que le estaba contando. Pero a veces los cuidados y el apoyo no necesitan de ningún aparataje teórico; quizás lo que más necesitan los cuidados es una disposición de los cuerpos, una emocionalidad encarnada que, de algún modo, nos da a entender que está bien como estamos siendo, que nos siguen queriendo así también, que nuestra existencia, que siempre es interdependiente, es posible.

Mi madre me hizo posible en un momento en el que ella estaba dejando de serlo. Desearía poder contarle que mi vida va siendo más vivible, que es lo que a muchas madres les da miedo cuando sus hijes salen de algún armario. Pero también me gustaría contarle que hay cosas que no entiendo, que a veces me da miedo todo y vivo enfadado conmigo mismo porque hay días en los que no me siento con fuerza para habitar espacios, para entrar en los baños, para corregir una malgenerización, para ir al gimnasio o simplemente para decirle a alguien a quien quiero que estoy mal y necesito un abrazo. Y es que parece que esa coraza que las disidencias tenemos que ponernos muchas veces hacia afuera para protegernos se nos queda adherida. Me gustaría contarle que, en contra de todos los discursos esencialistas de lo trans, no sé del todo quién soy ni quién quiero ser. Y eso también es cuestionamiento.

Que no quiero parecer un hombre cishetero, pero que necesito, de algún modo, que mi cuerpo se aleje de esa categoría de mujer que cada vez me pesa más. Que en vez de tener menos «disforia»[iii] tengo cada vez más, y que eso me enfada muchísimo porque sé que el problema no son nuestros cuerpos, sino el cistema que nos dice que nuestro cuerpo está mal, que estamos mal, que nadie nos va a desear y a querer trans, y que si quiero serlo tengo que ser como esos hombres cishetero que tanta violencia han descargado contra mi cuerpo. Que estoy hasta mi coño trans del feminismo®, que pone a las mujeres cis en el centro como si el sistema cisheteropatriarcal no fuese esa matriz heterosexual de la que hablaba Butler, que establece una continuidad entre sexo, género y deseo[iv], y que penaliza todas las desviaciones posibles de la norma. Que cada vez siento más rechazo hacia el feminismo®, pero que me niego a abandonarlo porque también es nuestro. De les trans, de les maricas, de les bolleres, de les loques, de les putes, de les bedesemeres, de les racializades, de todes aquelles que hemos puesto el cuerpo en las calles, porque es ahí donde se define el sujeto político de una lucha, y no de aquelles que debaten sobre nuestras vidas desde sus torres de marfil académicas e institucionales.

Me gustaría contarle que el otro día me empoderé por primera vez desde que salí del armario para ir a una concentración feminista contra la violencia machista y que los gritos de «que viva la lucha de las mujeres» me partían en dos, como si tuviese que volver a identificarme como mujer para poder estar allí y pertenecer a esa lucha. Que nunca hablo de las violencias sexuales que me han atravesado, ahora lo sé gracias a las palabras de une amigue[v], porque parece que tenga que arrastrarme a la categoría de mujer para poder ponerles nombre. Y que me niego a ello. Me niego a dejar que una vez más el sistema me diga qué lenguaje tengo que utilizar para ponerle nombre a todo lo que me atraviesa. Y esto también es cuestionamiento, porque implica cambiar de posición dentro de los espacios, y eso transforma cómo los habitamos.

Supongo que al final, venía a hablar de mí. No porque crea que mis vivencias tienen un interés especial sino porque si hay algo que me ha hecho poder acuerparme y aprender a narrarme, si hay algo que me ha hecho posible y que me ha permitido estar donde estoy, son todas aquellas personas trans que se han compartido, de la forma que sea pero desde el cuerpo, siempre desde el cuerpo porque es ahí donde la violencia y la resistencia son realmente materiales[vi]. Donde las estructuras que nos atraviesan se hacen carne y desde donde podemos luchar. Porque si hay algo que es político son nuestros cuerpos, y nuestros cuerpos son vulnerables. En estos últimos años, he aprendido que la ternura radical no es algo que haya que entender, sino que hay que acuerpar, y para mí hacerlo tiene que ver con sostenernos colectivamente les unes a les otres, que es la única posibilidad de hacer nuestras vidas vivibles en un sistema que descarga toda su violencia contra nosotres, y que eso pasa por aprender a compartirnos y a resistir desde la vulnerabilidad.

Para todes aquelles que sostienen, que cuidan y que luchan desde las disidencias es para quienes he escrito este artículo. Porque como decía el manifiesto: «ternura radical es prestarle tus tripas a les demás». Así que aquí estoy, desnudo ante les lectores, en un ejercicio de vulnerabilizarme desde la resistencia que espero que pueda resonar a alguien. Para mí, eso también es la ternura radical. 

Contra un orgullo mercantilizado que nos dice «ames a quien ames el capital te ama a ti», ternura radical, vulnerabilidad compartida y lucha colectiva.


[i] Manifiesto vivo, por Dani D`Emilia y Daniel B. Chávez (se puede consultar aquí)

[ii] Recomiendo leer el fanzine Teoría de la mujer enferma, de Johanna Hedva (se puede encontrar aquí)

[iii] Pongo entre comillas el término porque considero que es una categoría que viene de la patologización de las identidades trans desde la medicina y la psiquiatría. Sin embargo, me parece útil en ocasiones para señalar los malestares que mucha gente trans vivimos, siempre poniendo el foco en lo social pero sin olvidar que es en lo social donde se construyen nuestros cuerpos y nuestras subjetividades.

[iv] Utilizo aquí la definición del concepto de Butler de “matriz heterosexual” sacada del clásico de Butler, El género en disputa. Para Butler, la matriz heterosexual instituye como norma estructural la continuidad sexo-género-deseo (genitales marcados como masculinos- hombre- deseo hacia las mujeres // genitales marcados como femeninos- mujer- deseo hacia los hombres). Esta definición resulta tremendamente útil para el transfeminismo porque por un lado apunta al eje de poder hombres-mujeres, pero por otro permite visibilizar como parte de la misma estructura las violencias contra las personas intersex (ruptura de la asignación genital inicial), las identidades trans y no binarias (ruptura de la continuidad genitales- género) las bolleras y las maricas (ruptura de la continuidad género-deseo) y todas sus intersecciones posibles. Este marco teórico permite abrir el sujeto político del feminismo (a nivel académico, porque a nivel político ya está abierto), ampliándolo a todas las identidades que no encajan con ese trinomio fundacional genitales marcados como masculinos-hombre-deseo hacia las mujeres.

[v] Recomiendo muchísimo la reflexión de mi compañere sobre las transmasculinidades y el feminismo, que podéis encontrar en este link.

[vi] Gracias a todes les que han tenido estas conversaciones conmigo desde la ternura radical, desde la vulnerabilidad y desde la rabia, y especialmente a les que me han validado en mi forma de habitar el mundo en un momento en el que sentía que yo, mi cuerpo y mi deseo no éramos posibles. Gracias también a todas las personitas trans que a través de fanzines, charlas, posts en Instagram o artículos en libros han hecho que el proceso fuese menos solitario. Gracias, porque me hacéis posible.

Acerca de Pol Cirujano

Pol Cirujano ve imposible la tarea de definirse en una mini biografía porque su identidad está atravesada por muchos ejes y es un proceso en movimiento. Probablemente lo que más le defina ahora es que es virgo, que de mayor quiere ser como Leslie Feinberg y que está intentando conciliar sin mucho éxito la práctica de la ternura radical con la violencia del trabajo asalariado.

1 comment on “Ternura radical, ternura molotov

  1. Teresauria13

    Me encanta! Gracias

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