En estos últimos meses se ha reventado la rígida percepción de que nada podía cambiarse y el futuro era un raíl de acero. Sumidos en una especie de dulce siesta de verano, las últimas generaciones dimos por hecho demasiadas palabras como «libertad», «seguridad», «derecho»… Sin embargo, hace poco más de un año un bicho que se escapa a nuestra vista desmoronó la absurda idea de futuro, al menos de un futuro preciso y palpable. Hace décadas esta percepción de fragilidad convivía entre las calles, pues no se sabía con certeza si un plato caliente llegaría a la mesa o si un avión arrasaría el edificio con su fuego de odio. El siglo XX es un periodo de sucesivos cambios, desgracias y logros, un huracán que nos pone frente al espejo de que basta un solo día para modificarlo todo.
A lo largo de la historia han sido muchos los héroes discretos que realizaron grandes hazañas fuera de los focos. En esta nueva y efímera sociedad, las redes sociales encumbran a las estrellas del deporte o la música, que pasean sus lujos de cuatro ruedas u hormigón en stories de Instragram. Se busca constantemente la inmediatez, una calada profunda que suba a las neuronas y altere los sentidos.
Hace unos días tuve la suerte de encontrarme en Filmin con el documental El hombre que salvó el Louvre (2014). Este excelente trabajo dirigido por Jean-Pierre Devillers y Pierre Pochart muestra, combinando imágenes reales y animación, la valentía de Jacques Jaujard para vaciar el museo ante la inminente ocupación nazi. Diez días antes de que Francia entrase en la Segunda Guerra Mundial, Jaujard, entonces director del museo, inicia todo un laborioso y colosal despliegue para vaciar el Louvre. Usando círculos de colores para catalogar por importancia y trascendencia las piezas, logra con la ayuda de unas 200 personas embalar más de 4.000 obras de arte en apenas tres días. Los lienzos y las esculturas viajan a través de las carreteras y caminos franceses hacia castillos que son usados como depósitos y escondite ante la voraz avaricia nazi. Es impactante ver las fotografías del museo vacío con el nombre de los autores escrito a tiza en las paredes y los marcos apilados por el suelo. Y como símbolo de suerte, la Victoria de Samotracia es la última en salir enfundada en una coraza de madera y cuerda.
El museo del Louvre desmantelado en 1939. Jacques Jaujard (1895-1967).
Este héroe discreto es un ejemplo de que la historia es caprichosa incluso con quienes más la cuidan. Hoy sería impensable imaginar el Louvre sin las decenas de turistas que teléfono en mano buscan su ansiada instantánea frente al lienzo de Da Vinci. O no pasear por los pasillos sin detenerse ante un Delacroix o la inmensa Balsa de la medusa de Géricault, que debido a su gran tamaño tuvo que transportarse sola en un camión. Este siglo XXI que consideramos el paradigma del progreso no es más que un suceder de gigantescas batallas libradas por héroes y heroínas discretas.
Tras finalizar el documental, la idea que estuvo sobrevolando mis hombros varios días fue ¿cómo superaríamos nuestras desgracias sin la belleza? Sin poder dejarnos el alma observando un Rubens, un Picasso, un Goya o una de las esculturas de la Grecia clásica. La historia no le debe nada a nadie, pero ¿qué sería de nuestras generaciones si no hubieran existido hombres o mujeres dispuestos a arriesgar sus vidas para salvar de las llamas el arte o la literatura? Sin duda, la vida sería más gris, tal vez una repetición constante de automatismos y jornadas laborales para disfrutar en fin de semana de esa fotografía que subir a las redes.
Excelente artículo. Qué emocionada me siento de compartir nombre con aquella última pieza que abandonó el Louvre, llamando así al triunfo. Gracias por haberme descubierto este capítulo tan inquietante y a la vez esperanzador de nuestra historia moderna. Ad astra, per aspera 🙂
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Interesante, tengo re pendiente ir al Louvre.
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Artículo para analizar y reflexionar. Gracias. Enhorabuena
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