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En presencia de Battiato: I miei pensieri neri

Avance del libro 'En presencia de Battiato' (Sílex ediciones, 2021), de Eduardo Laporte: una biografía de urgencia dedicada al maestro de la canción italiana.

E guarirai da tutte le malattie

Perché sei un essere speciale

La cura

De niño, escuchaba Battiato en castellano y en italiano. Los Reyes Magos que me regalaron la casete de Fisiognomica insistieron en que era mejor escucharla en el italiano original. No sé si me convenció aquello, porque yo quería entender las letras, aunque el misterio de esa lengua alternativa, distinta al inglés y francés que estudiábamos en el colegio, me acabó por conquistar. Bastaban los títulos para entender el marco de la canción y lo demás se cedía a la imaginación. E ti vengo a cercare, Veni l’autunnu, Il mito dell’ amore, L’oceano di silenzio… En general, me hacía una composición de lugar en mis atentas escuchas de noche y walkman, aunque también convivía con la feliz ignorancia de quien escucha sin entender. Pasaron décadas hasta que descubrí que Un secondo imbrunire se refiere a «Un segundo anochecer». O que cuando, en L’oceano di silenzio dice lo de «Senza questa luce che illumina i miei pensieri neri», hablaba de sus negros pensamientos.

A finales de los sesenta, el Battiato que toca música ligera aunque le disguste no ha descubierto todavía las bondades de la meditación. Aún no se ha sumergido en ese océano de silencio que transcurre lento, sin centro ni principio, esa paz que el alma encuentra dentro de un tiempo que fluye despacio, pues viene de otra dimensión, de otras leyes.

Cuenta Pablo d’Ors que su contacto con Franz Jalics, a quien considera su maestro, le enseñó a disolver sus problemas. No es que estos encontraran de pronto una solución mágica, sino que ante su presencia se revelaban insignificantes y que incluso cargar con ellos le hacía bien. «Jalics no eliminaba mis oscuridades; me mostraba cómo atravesarlas para acceder al núcleo de luz que se escondía tras ellas. Esto me hizo comprender el camino espiritual como nunca lo había entendido. Entendí, por fin, que todo, a fin de cuentas, es para bien».

Franz Jalics es autor de Ejercicios de contemplación, libro que un desconocido entregó a D’Ors a modo de gratitud por haber escrito Biografía del silencio. El escritor y sacerdote madrileño quedó fascinado por esa lectura, que calificó de «acontecimiento», y experimentó la misma gratitud que muchos lectores sentimos en cuanto abrimos la archisubrayada Biografía del silencio. En presencia de Jalics, Pablo d’Ors parecía encontrar la plenitud que a veces se le escapaba, la luz que en ocasiones se dejaba dominar por la negrura. El propio D’Ors me lo confesaba sin tapujos en una entrevista que le hice a propósito de su reciente y ambiciosa Biografía de la luz:

«No solo soy un núcleo de luz, también me constituye un — llamémoslo así— territorio sombrío. Allí me encuentro con una profunda insatisfacción, un sentimiento de inferioridad, una in- seguridad estructural, miedo, culpa… Todo eso es, fundamentalmente, lo que se va alumbrando y redimiendo (cambiando de signo) cuando uno emprende con decisión un camino espiritual. Mantenerse amorosamente en la oscuridad, esa es la clave de la práctica meditativa».

Battiato tiene en contra su Zeitgeist, palabro alemán que viene a significar espíritu de su tiempo. El profundo e incontestable ateísmo de Sartre era difícil de poner en entredicho sin quedar como un meapilas o un heredero de la tradición más ranciorreaccionaria que se pretendía superar, cuando no aplastar, como quedaría demostrado con Mayo del 68. Emil Cioran consigue notoriedad en ese siglo xx materialista con títulos elocuentes como Del inconveniente de haber nacido o Breviario de podredumbre. En una entrada de sus diarios, fechada en 1964, el propio Cioran se pregunta «¿A quién rezar en lo más hondo de este universo marchito?». (Claro que también dirá cosas como que «lo verdadero hay que encontrarlo en uno mismo, no en otra parte»).

Battiato es un vagabundo entre los cabarets, las salas de fiestas y las giras con una Ombretta Colli en minifalda que despierta al animal más tosco entre el público. Hombres babeando que se empujan entre sí para lograr el mejor ángulo de los muslos de la cantante. Uno trató de meterle mano, osadía que Colli paró en seco con un golpe de micrófono en toda la jeta que hizo desplomarse al sujeto, semiinconsciente. Battiato explora, como un nómada, pero sabe en su fuero interno que encontrará la paz. En las «nieblas del norte» (¿de Milán?), en los «tumultos civilizados» (¿de Nueva York?) o fuera de la ciudad. Intuye, en su fe personalísima, que dejará de deambular para encontrar su propio camino, su cierta ruta en diagonal. «Has sido un vagabundo, pero puedes convertirte en un peregrino. ¿Quieres?».

El Battiato vagabundo acusa esa falta de brújula y, a finales de los sesenta, concretamente en 1969, se acerca al colapso. «Une forte crisi si era impadronita della mia persona», le confiesa a Pulcini, y lo vuelco en italiano por la fuerza que ofrece ese empadronamiento de la crisis, con un matiz entre administrativo y profundo, enraizado, tan hondo como el padre castrador del que no podemos zafarnos.

Son años de búsqueda, de «ricerca», dirá también, que se prolongarán hasta 1978. Un año después lanzará el álbum L’era del cinghiale bianco e inaugurará la época «de las canciones», «los años del cantautor», que Battiato sitúa, al menos en 1992, hasta la publicación de Genesi (la ópera de 1987), que supone otra relación con la música.

Dice el Charles de Foucauld convertido en personaje por el propio Pablo d’Ors, que nos guía en este capítulo, que «Dios no está al final de la búsqueda, sino en la búsqueda misma». Ricerca. Válido para dioses, para la creación musical o para la paz interior. Y la búsqueda se da, paradójicamente, cuando se ha encontrado. O cuando se ha encontrado, más concretamente, dónde buscar.

Asuntos no menores en la biografía del Battiato aún veinteañero, que le generarían objetivos «problemas psiquiátricos». ¿Estaban ahí antes o se agrandaron al tomar conciencia de su cul de sac artístico? ¿Qué fue antes, el huevo o la tortilla?, decía un cómico. En cualquier caso, se lanzará sobre la meditación como tabla de salvación inmediata, recurso por otra parte tan a mano como apagar la televisión e invertir el proceso mental de acumulación de estímulos.

Battiato intuye que debe saltar de un tren que empieza a coger velocidad y eso genera vértigo. Porque en 1968 conoce su primer éxito comercial con el sencillo È l’amore / Fumo di una sigaretta, tras esa La torre que no alcanzó la aceptación que el primerizo cantante había imaginado. De hecho, su paso por el programa televisivo de Giorgio Gaber no logró la repercusión esperada y las ventas fueron discretas, por lo que su casa de discos, la Saar, decide prescindir de él. Battiato persevera y con È l’ amore saborea las mieles del reconocimiento y se lleva al bolsillo unas cuantas liras gracias a las 80.000 copias vendidas, como cuenta él mismo en Le Nostre Anime, con una discográfica, ahora sí, de primer orden: la Philips. Si al Nostro no le ha bailado el dato, la cifra sería, cuando menos, apabullante, teniendo en cuenta las 300.000 copias que vendió en 1957 Tony Dallara con Come prima, el sencillo más vendido hasta la fecha en Italia.

De hecho, la canción recuerda, además de al Elvis de las baladas, al propio Dallara (nacido en Campobasso en 1936 y que sigue vivo mientras escribo esto). Canción melódica con letras ad hoc, lejos del pesimismo de La torre, que si el amor me prende poco a poco, y qué largas las tardes de otoño si no estás conmigo. Battiato tomó el dinero y corrió, no sin antes cortar por lo sano con esa trayectoria musical que le abocaba, paradójicamente, al éxito. Pero el éxito de Battiato reside, precisamente, en haber eludido ese éxito envenenado. En la entrevista de Le Nostre Anime lo despacha con naturalidad y sin mayores dramatismos: «Gané dinero, pero enseguida me di cuenta de que esa historia no era la mía. Y me dediqué varios años a la vanguardia. ¡Qué maravilla!».

Pero antes, la «crisis profundísima» que lo llevó a reflexionar sobre su profesión. El punto de no retorno se produjo durante la emisión de Un disco per l’estate, una especie de festival de Eurovisión radiofónico circunscrito a la canción italiana al que Battiato concurría con otro tema blandito y meloso, Bella ragazza. Aquella sexta edición, de 1969, la ganó Al Bano con Pensando a te, y Battiato tocó fondo. «Mientras guardaba fila con el resto de competidores, me sentí a disgusto de un modo exagerado. […] Asumí que había algo que no cuadraba».

Llegará a sentirse una especie de alien, es decir un otro, pero no en ese sentido desdoblado y consciente que le da Rimbaud con su Je est un autre, sino más cercano a la cucaracha o escarabajo de Kafka. Battiato y kafkiano dan para verso asonante, pero il Nostro se desligará cuanto antes de esos valles desolados del ser. ¿Acaso no descubrió el autor de La metamorfosis y El proceso las bondades de la meditación y el abrazo del silencio? Battiato llegaría a ver seres de otro planeta, en el tranvía, llegándose a preguntar qué tenía que ver él con esa comunidad. «La impresión, completamente seria y nada metafórica, de haberse confundido de planeta, de haber nacido en lugar [del universo] equivocado». O que era un oriental incrustado en el epicentro de Occidente (Milán como uno de los nodos de la red occidental) que aún no había leído a los que serían sus maestros, como el René Guénon de Oriente y Occidente.

El sendero del medio que predicaba Buda lo encontrará Battiato en la «meditación espontánea», como modo de enganche urgente a una realidad que se le escapaba, o que se volvía inasible, nebulosa como el cielo de Milán que le fascinó en sus primeros días en la ciudad, como apunta Aldo Nove en su biografía. Leerá a Sri Nisargadatta Maharaj, a Ramana Maharshi, la Biblia, el Corán, la Bhagavad-gītā, texto sagrado del hinduismo, pero sobre todo recurrirá a esa meditación que nace de la no-meditación, como él mismo dice. Un monasterio interior en el que entrar y salir a placer. Un lugar en el que no buscar nada, ni siquiera meditar, y entregarse, permitirse, por fin, estar en presencia de uno mismo, en presencia de lo superior, llámese Dios o la denominación que se prefiera, pero también en ausencia de todo.

«A partir del momento en que uno se pierde, esto es, olvida su individualidad, su voluntad, y solo es puro sujeto, límpido espejo del objeto (…) ya no es una cosa particular sino la Idea», dijo Schopenhauer. El olvido de sí. En presencia de Battiato. En ausencia de todo.

*Avance del libro En presencia de Battiato (Sílex ediciones, 2021), escrito por Eduardo Laporte.

En presencia de Battiato (Sílex ediciones, 2021)


En ausencia de biografías recientes de Battiato, Eduardo Laporte se puso a la tarea el mismo día de la muerte del cantante siciliano, quizá espoleado por alguna voz superior (…). Una biografía atípica, como lo era el propio Battiato, que indaga en el particular éxito de un artista polifacético que no dejó de buscar el alba dentro de las sombras.


Acerca de Eduardo Laporte

Eduardo Laporte nació en Pamplona en 1979 pero lleva en Madrid desde 2005, donde cultiva esa doble nacionalidad que decía Sabina (triple en su caso, por su condición de medio galo). Se dedica al periodismo intermitente de temática cultural en medios como Territorios, de El Correo de Bilbao. Ha publicado algunos libros de vocación autobiográfica (que no autoficcional, de momento), entre los que destacan Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011) o el reciente Tiempo ordinario, un diario editado en 2021 por papeles mínimos. Su canción favorita es Perspectiva Nevski, de Battiato.

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