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Inhalación profunda. Historia del Popper y futuros queer: Sexo / Muerte

Tres, dos, uno… ¡inhala profundamente! Desde los hospitales victorianos a los clubes de sexo de la década de los setenta, el vapor del popper ha liberado el potencial 'queer' de muchos de nosotros.

Las palabras «Intensely powerful» (intensamente poderoso) en letras de un plateado brillante. Sobre ellas, una botella de popper Hard Ware con el tapón abierto. El vapor se eleva. De hecho, se dispara desde la abertura, formando una nube en forma de hongo. Es el tipo de nube creada por la explosión nuclear que mató a 146.000 personas en 1945 en Hiroshima. Podemos ver caras de hombres eufóricos en el detalle del vapor acumulado. Alejándonos de la imagen, la nube en su conjunto parece una calavera humana. «The ultimate in purity» (lo definitivo en pureza) es la frase promocional escrita en la parte inferior, junto a un número gratuito en el que se ofrece más información sobre el popper Hard Ware.

Este anuncio se publicó en 1981 en Drummer, una revista para los homosexuales aficionados al cuero y al sadomasoquismo. Es complicado saber con exactitud qué está ocurriendo en la nube de hongo de placer y devastación, pero el sexo y la muerte muy a menudo están unidos en nuestra imaginación, como bien saben los publicistas. Es posible evitar el bajón definitivo solo con comprar sus maravillosos y reafirmantes productos. Cosméticos, vitaminas, coches rápidos, ensaladas, colchonetas de yoga. Esta es la forma de sentirse vivo. Pero como demuestra el anuncio del popper Hard Ware, los publicistas de productos gais desde siempre han tenido que hacer algo más distintivo, sexualizando a los hombres, glorificando la muerte, o ambas cosas.

Anuncio del popper Hard Ware en Drummer Magazine, 1982.

Echando la vista atrás a la década de 1970, tan hedonista, la combinación de códigos subversivos y códigos sexuales parece inevitable. En aquellos años, los hombres homosexuales se concentraban en lugares como Londres, Nueva York o San Francisco. Vivían juntos, pero también tan separados de la homofobia como podían. Follaban mucho. Es frecuente que personas estigmatizadas que sufren daños psicológicos en forma de acoso y discriminación se unan. A través de las saunas, de las guías de cruising, de las discotecas y de revistas como Drummer, una subcultura gay se orientó cada vez más frontal y profundamente hacia el sexo. Cada subcultura necesita su opio. El consumo de popper explotó.

Pero los consumidores querían saber si ese colocón tan rápido era perjudicial. Era complicado de averiguar, porque su uso se limitaba en su mayoría a los hombres que practicaban sexo con otros hombres. En países ricos como Estados Unidos y el Reino Unido estos hombres estaban cada vez más liberados, pero sus vidas seguían siendo furtivas e incomprendidas. No es difícil imaginar a aquellos homosexuales siendo herméticos sobre sus vidas sexuales y las drogas que consumían mientras los políticos los condenaban y la policía los asediaba. Tampoco era difícil imaginar que un producto que se encontraba en una situación legal dudosa y sobre cuyo uso fabricantes y vendedores no podían informar pudiera ser perjudicial. En 1976, el Instituto Nacional Estadounidense sobre el Abuso de Drogas registró ingresos en los servicios de urgencias como resultado de los efectos secundarios del nitrito. Pero solo trece.

Aun así, las incertidumbres que rodeaban a esta sustancia, relativamente antigua pero a la que se había dado un uso relativamente nuevo, hizo que algunas personas se tomaran su tiempo. Aunque cualquier sustancia interactúa con nuestro cuerpo y con nuestra mente, el popper en concreto suscitaba algunas preocupaciones fascinantes, como por ejemplo si podía ser perjudicial para el corazón. Los consumidores necesitaban orientación.

De 1974 en adelante, en el Reino Unido, si hablabas inglés y querías saber cualquier cosa sobre la vida de gais o lesbianas, podías llamar a una habitación en el sótano de una librería de Caledonian Road en Londres. En esta habitación, durante todo el día y toda la noche, todos los días del año, había voluntarios de Gay Switchboard. Para quienes llamaban, se trataba de un servicio fácil y libre de juicio que les proporcionaba información sobre discotecas y posturas sexuales, así como apoyo emocional para aquellos que se sentían aislados y rechazados por una sociedad homófoba. Esta línea de ayuda era, simplemente, un aspecto más de una subcultura queer floreciente. Pero en aquella habitación discreta bajo una tienda de libros radicales e izquierdosos, Gay Switchboard se convirtió en un proyecto sofisticado. Se mudó a un espacio más grande sobre la tienda, donde los voluntarios montaron baldas y más baldas en las que acumulaban ficheros de información a punto de estallar, donde desarrollaron programas de formación muy completos en los que se enseñaba a manejar cualquier tipo de llamada y se estableció una cultura de debate interno sobre cómo responder a las necesidades de aquellos que telefoneaban. Casi desde el primer día en el que empezaron a atender llamadas, los voluntarios hablaron del popper. Lo primero que pudieron ofrecer al respecto, casi como en el caso de cualquier otro tema que apareciese en las consultas, fue información sobre dónde conseguirlo. Pero los libros de registro de Gay Switchboard también recogieron una variedad de opiniones sobre la sustancia. «La gente que inhala poppper necesita un aliciente físico extra en el sexo porque no experimenta satisfacción emocional», escribió un voluntario, David Seligman, el 29 de agosto de 1975 en su característica caligrafía en mayúsculas. Un colega anónimo le respondía ese mismo día: «Meapilas en corbata».

Cartel de contacto de ‘Gay Switchboard’

Puede parecer sorprendente que esta disputa tuviera lugar. Gay Switchboard se encontraba en el corazón de lo que hoy podríamos llamar las políticas queer de Londres. De hecho, sus cofundadores eran personas con un historial de años de intenso activismo en el Gay Liberation Front. Se ubicaba en el mismo edificio que albergaba otros proyectos radicales que aspiraban a liberar al Reino Unido de su conservadurismo. Pero Gay Switchboard era una organización diversa en la que convivían cristianos como Dudley Cave y encorbatados como Seligman, que eran los responsables de que la organización saliese adelante junto a hippies y radicales. Algunos días después de que Seligman afirmase que el popper era para las personas que no encontraban satisfacción emocional en el sexo, un voluntario llamado George respondía: «Yo he experimentado placer emocional y físico incrementado por el consumo ocasional de popper y creo que a cualquier persona que pregunte al respecto se le debería decir que no tiene nada de malo, a no ser que tenga el corazón chungo».

Estos intercambios se registraron en la centralita de Gay Switchboard en 1975. Puede que este fuera el momento en el que los homosexuales comenzaron a dividirse entre los que buscaban placer y los que buscaban matrimonio.

Seligman merece ser recordado como el hombre que salvó y mejoró un número incontable de vidas a través de su trabajo en Gay Switchboard. El proyecto se convirtió en una organización benéfica de una importancia enorme que aún hoy recibe llamadas bajo el nombre de «Switchboard — the LGBT+ Helpline». Los actuales voluntarios no se pronunciarían sobre si el sexo reporta satisfacción física o emocional y, sin embargo, la idea de Seligman permanece fuertemente arraigada en la sociedad.

Hay pocos actos tan ridiculizados como el «sexo por sexo». Una expresión que aquellos que proclaman su preferencia por las relaciones a largo plazo desdeñan en las aplicaciones para ligar. Muchos de nosotros compartimos la idea de que cuanto menos sexo se practique, más significativo será. Este es el motivo por el que nos sometemos a tanta presión cuando practicamos sexo después de una temporada sin haberlo hecho, o en el caso de haber estado esperando a que ocurra por primera vez.

En la década de 1970, el sexo homosexual era desafiante y estaba más asociado al placer y a una forma de vida alternativa a la heterosexualidad monógama de barrio residencial que tantos antepasados queer habían tenido que soportar. El sexo homosexual, en especial entre hombres, se intensificaba con el popper. Y, así las cosas, en 1981 muchos de los hombres que vivían de esta forma empezaron a morir de una manera rápida y horrible.

«Nos encontramos ante indicadores que muestran que estamos observando un nuevo síndrome», escribió David T. Durack en el New England Journal of Medicine de diciembre de aquel año. Los hombres atendidos por médicos como Durack habían acudido a los hospitales aquejados de una serie de problemas. En sus cuerpos aparecían lesiones moradas, causadas por un cáncer poco frecuente. Como escribió Durack, cada semana aparecían cinco o seis nuevos casos de sarcoma de Kaposi. También anotó el estallido de un tipo de neumonía que rara vez se veía en personas que, por lo demás, eran jóvenes y estaban en forma. Todos los hombres afectados por estas enfermedades poco frecuentes practicaban sexo con otros hombres, lo que llevó a Durack a preguntarse: ¿por qué este grupo?, ¿por qué ahora, y no antes? Sospechaba que algo nuevo estaba poniendo en apuros al sistema inmunológico de estas personas. «Las modas en el consumo de drogas cambian con frecuencia y la experimentación con nuevos agentes está extendida», escribió. «Quizá una o más de estas drogas recreativas sean un agente inmunosupresor. Los primeros candidatos son los nitritos, que en la actualidad se inhalan comúnmente para intensificar los orgasmos». Fue así como se empezó a formar la conexión entre el popper, el sexo homosexual y los pacientes con estas enfermedades poco frecuentes.

En 1982, tres médicos, T. J. McManus, L. A. Starret y J. R. W. Harris, escribieron una carta a The Lancet para comunicar que habían preguntado a doscientos cincuenta hombres homosexuales que acudieron a su clínica en el St. Mary’s Hospital de Londres si habían inhalado nitritos, y el 86 % de ellos respondió afirmativamente. La cifra era la misma en Nueva York, San Francisco y Atlanta, según un informe especial publicado aquel mismo año en el New England Journal of Medicine. Los médicos londinenses escribieron: «Así pues, hay similitudes entre los hábitos recreativos de los hombres homosexuales de Londres y los de zonas de Estados Unidos en las que se han encontrado casos de este síndrome que pone en peligro el sistema inmunológico».

En la primavera de 1983, la BBC mostraba imágenes de botellas de popper en los salones de todo el Reino Unido. El primer documental de este canal sobre lo que se dio en llamar sida y el virus de inmunodeficiencia humana que lo causaba se llamó Killer in the Village. El programa contaba con un médico de Nueva York, Alvin E. Friedman-Kien, que sujetaba una docena de botellas de popper y leía sus nombres comerciales con una voz que trataba de sonar con objetividad científica. Afirmaba que, de sus pacientes contagiados de la nueva enfermedad, el 100 % había consumido popper. Siguiendo el mismo enfoque que la literatura científica del momento, el programa dejó la correlación en el aire.

Cabecera del programa ‘Killer in the Village’ (BBC, 1983).

La película también mostraba la parte trasera de la cabeza de un hombre que hablaba sobre el popper. El narrador lo presentó como el presidente de la Crisis Sanitaria de los Homosexules de Nueva York y explicó que había decidido permanecer en el anonimato «para evitar problemas en su trabajo». En aquel momento el cargo lo ostentaba Paul Popham, un activista por los derechos de los homosexuales de perfil alto. Es casi seguro que el testimonio anónimo era de él. En el programa, este enseñaba a otra doctora, Linda Laubenstein, cómo inhalar popper. Ella parecía algo avergonzada, mirando a alguien fuera de plano antes de dirigirse al hombre anónimo para preguntarle «¿cuánto dura una botella como esta?». El hombre respondió que la botella circulaba de persona en persona en la discoteca y no duraba más allá de una noche.

El programa planteó más interrogantes de los que resolvió y aterrorizó a las personas queer que lo vieron. «Decía que el sida era una enfermedad para la que no había ni tratamiento ni cura, lo que resultaba fatal, y que la podías coger por acostarte con alguien de Estados Unidos», relató un testigo, que tenía dieciséis años en aquel momento, al pódcast The Log Books. «Acababa de acostarme con uno de Estados Unidos, y pensé: “Estoy jodido”».

Todo lo que el documental podía hacer era repetir las preguntas de investigadores y médicos y establecer correlaciones entre la vida gay y la «enfermedad asesina». Una escena combinaba imágenes de los barrios gais de Los Ángeles con una narración que afirmaba que hasta 400.000 homosexuales se habían congregado allí en los últimos años debido a su mayor apertura sexual. La voz pregunta: «¿Contribuyó esto a la expansión del sida?». El sueño de que el sexo homosexual suponía una forma de vida válida se convirtió en una pesadilla. De repente, era una forma de morir. En el imaginario público, la categoría «gay» quedó asociada a «muerte» gracias a frases como «plaga gay» o «el bicho gay asesino» que proliferaban en los tabloides. En realidad, el VIH se transmite a través de ciertos actos sexuales, así como a través de actos no sexuales como el consumo de drogas intravenosas, que llevan a cabo todo tipo de personas. Aun así, fue la etiqueta «gay» la que prevaleció y tuvo un mayor impacto en cómo se percibió la enfermedad. Esto no fue en absoluto inevitable.

A medida que quedó claro cuánto afectaba esto a los hombres que practicaban sexo con hombres, sus cuerpos comenzaron a ser percibidos como pertenecientes a otra categoría y sus comportamientos empezaron a ser analizados de cerca. El sida pasó de los documentales científicos y la prensa homosexual a ser la pieza principal de los informativos nocturnos, en los que se establecían todo tipo de analogías. Una investigación sobre la que se hablaba a menudo era el estudio de Harry Haverkos, médico en el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos. Investigó con ochenta y siete pacientes de sida y comparó los que habían tenido sarcoma de Kaposi con los que habían desarrollado neumonía u otras enfermedades. Descubrió que los que habían presentado sarcoma de Kaposi eran los que más habían consumido popper. «El sarcoma de Kaposi es un cáncer de los vasos sanguíneos y los nitritos provocan la dilatación de estos», se cita a Haverkos en una noticia del Washington Post sobre su investigación el 24 de abril de 1985. «Tenemos un producto que actúa, aproximadamente, en el mismo sitio en el que está apareciendo el cáncer». Hace que suene como una suposición respetable. En un momento en el que la población dirigía su atención al sexo gay y a la horrible enfermedad en busca de una causa, el popper era el principal sospechoso.

*Avance del libro Inhalación profunda: Historia del popper y futuros queer (Editorial Dos Bigotes, 2022), escrito por Adam Zmith y traducido por Joan Daròs.

Inhalación profunda. Historia del popper y futuros queer (Editorial Dos Bigotes, 2022)


Esta es la sorprendente historia de cómo el popper salió del laboratorio y entró en los bares gais, las tiendas de barrio, los dormitorios y las películas porno. Combinando la investigación histórica con la observación irónica, Adam Zmith explora las fuerzas culturales y las improbables conexiones que se hallan detrás del subidón del popper.


Acerca de Adam Zmith

Adam Zmith ha recibido el London Writers Award 2019-20 y es autor de varios cuentos publicados en diversas revistas. También es uno de los productores del pódcast The Log Books, ganador en la categoría de Mejor Nuevo Pódcast en los British Podcast Awards 2020. El trabajo de Adam Zmith abarca la ficción y el periodismo, la realización de películas y la participación en pódcast. Los temas centrales en torno a los que gira su producción literaria y artística son los cuerpos y el sexo, los medios y la tecnología, el poder y la comunidad. Inhalación profunda. Historia del popper y futuros queer es su primer libro.

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