Es sin duda alguna fascinante el efecto extasiante que tienen las pinturas de El Greco, cómo a través de sus brillantes colores, sus formas sinuosas, su iluminación prácticamente artificial nos puede llegar a transportar a nuestra sala de fiesta favorita, la cual, en ocasiones, puede ser sencillamente el salón de una amiga con una bola de luces de colores.
Doménikos Theotokópoulos fue un artista realmente inquietante para la Corte de su época y, sobre todo, para su Rey, su Católica Majestad Felipe II. Cuando llegó a nuestro país, El Greco fue comisionado para realizar dos obras de gran importancia para el Rey, y para el Papado tras el Concilio de Trento (1545 – 1563); los cuadros en cuestión: Alegoría de la Liga Santa – Adoración en el Nombre de Jesús (1577 – 1579) y El Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana (1580 – 1582). Se sabe que el Monarca pagó gustosamente unos cuadros que jamás usó, mas estos cuadros lograron sobrevivir hasta completar importantes colecciones como las del Museo Nacional del Prado.
Tal y como afirma el catedrático Jesús Palomero Páramo en su manual de Historia del arte (Anaya, 2012), «el Greco había violado la regla de oro de la estética contrarreformista: otorgar primacía al estilo sobre la iconografía, en vez de subordinar el arte a la temática religiosa».
Es precisamente su obstinación en una estética propia la que daba tanta vida y libertad a su arte, que, por otro lado, tenía una base muy sólida; Alla Greca, siguiendo los modelos bizantinos, y Alla Latina, según los modelos del Renacimiento; en ambos casos, el color -sobre todo el dorado y los tonos fuertes como el rojo sangre- y las figuras esbeltas y ricamente ataviadas -principalmente las bizantinas- hicieron la base de las pinturas del artista. Tampoco hay que olvidar que fue el introductor del manierismo en España, estilo surgido en Italia a finales del Siglo XVI de la mano de Giulio Romano, uno de los principales discípulos de Rafael.


Me gusta imaginar que la profunda espiritualidad del pintor cretense le generaba tal excitación como a un amigo el uso de estupefacientes, como se puede observar en el lienzo de San Mauricio o en Pentecostés (1597 – 1600). No quiero con esto sugerir que este gran pintor, una de las personalidades más sagradas de nuestra Historia del arte, hiciese uso de tales sustancias, pues eso es imposible de confirmar, pero sí creo que una profunda espiritualidad y los distintos efectos de los hábitos religiosos pueden dar lugar a alucinaciones o a tener diferentes visiones, como también le ocurrió a Santa Teresa, quien, en su Libro de la vida, apuntó: «Aquí son las verdaderas revelaciones en este éxtasis y las grandes mercedes y visiones, y todo aprovecha para humillar y fortalecer el alma y que tenga en menos las cosas de esta vida y conozca más claro las grandezas del premio que el Señor tiene aparejado a los que le sirven».
Sea como sea, este impredecible artista del Siglo XVI también tuvo un innegable efecto en los artistas decimonónicos finiseculares y en artistas de la siguiente centuria, tales como Picasso, que, en ocasiones, firmaba como «Yo, El Greco»; aunque quizás su influencia sea más clara en los colores utilizados por uno de los dos grupos expresionistas alemanes más significativos, Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). Con todo, a finales del Siglo XX podemos ver su influencia en los colores del Equipo Crónica, en obras como La salita (1970), en la cual me gusta ver no solo una referencia a Velázquez, sino también a la paleta de El Greco, principalmente en el uso del amarillo.
Pero ¿por qué podría considerarse su arte como extasiante? Quizás porque una de las mejores formas de describir su obra sea acercándonos a la terminología científica y hablar de esa «sustancia (3,4-metilendioximetanfetamina), [que] genera un estado de ánimo expansivo y eufórico, aumento de la autoconfianza y del ego, hiperactivación, alucinaciones, alteración en la percepción del tiempo y sensaciones de paz y confianza con los demás. Se acelera el corazón y la respiración, y se reduce la sensación de hambre, sed y cansancio físico. Sin embargo a la vez genera un estado de tranquilidad y relajación», según la describe el psicólogo Óscar Castillero en la web Psicología y Mente. Al fin y al cabo, se sabe que el Greco era un hombre de espíritu inquieto, grandes ambiciones y altas aspiraciones, así pues no es raro que su pintura exhale el efecto extasiante ya descrito.


Lo cierto es que muchas obras de arte -no solo las de este artistas- ofrecen la posibilidad de experimentar emociones intensas e incluso generar síntomas físicos evidentes, casi como si de una droga se tratase. Esta dolencia tiene un nombre: Síndrome de Stendhal. Así lo escribía el autor francés Henri-Marie Beyle, que utilizaba el pseudónimo que dio origen a este fenómeno: «Experimentaba una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia… Me sobrecogió una feroz palpitación del corazón… El manantial de la vida se secó dentro de mí, y caminaba con el miedo constante de caer al suelo».
El arte y las drogas han estado íntimamente unidos, particularmente en las Vanguardias Históricas, en el primer tercio del siglo XX, y en el uso reiterado de la absenta y la cocaína; pero el arte en sí puede considerarse en muchas ocasiones extasiante, por sus formas, sus colores y su irreverencia. Es por ello que he querido relacionar al artista cretense con un buen chute de MDMA. Sin embargo, soy de la opinión de que nada calma, relaja y recrea la mente como un buen paseo por el Reina Sofía, así como cualquier otro museo que contenga obras que te hagan vibrar por dentro con solo mirarlas. Sé que el arte nunca sustituirá al consumo de drogas como forma de estimular la mente, pero una chica puede soñar.
Para concluir, es importante recalcar que desde este artículo no se recomienda el consumo de drogas, sino de arte; es cierto que es poco común que este particular síndrome (de Stendhal) te invada, pero sí es cierto que a la larga es mucho más beneficioso cultivar el ojo y la mente que destruir nuestras entrañas con el uso de estupefacientes. Si debes elegir entre ir de after o visitar la sala de El Greco en el Museo del Prado, o el Museo del Greco en Toledo, te recomiendo lo segundo; es una fuerte creencia propia, que una buena dosis de arte puede curar la resaca.
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