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Superar la gramática con Ángel de la Torre

Autor del poemario 'Apagar el frío' (Cántico, 2021), ganador del XVIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Córdoba "Ricardo Molina", Ángel de la Torre nos invita a -y nos explica cómo- ganar la batalla por el lenguaje.

Tratando de explicar los entresijos del fenómeno poético, al comienzo de El arco y la lira (Fondo de Cultura Económica, 1972) Octavio Paz escribió lo siguiente: «La necesidad de preservar el lenguaje sagrado explica el nacimiento de la gramática, en la India védica. Pero al cabo de los siglos los hombres advirtieron que entre las cosas y sus nombres se abría un abismo. Las ciencias del lenguaje conquistaron su autonomía apenas cesó la creencia en la identidad entre el objeto y su signo. La primera tarea del pensamiento consistió en fijar un significado preciso y único a los vocablos; y la gramática se convirtió en el primer peldaño de la lógica. Mas las palabras son rebeldes a la definición. Y todavía no cesa la batalla entre la ciencia y el lenguaje». Valedor de esta teoría, el joven y brillante poeta cordobés Ángel de la Torre (Lucena, 1991) nos propone en su última obra, Apagar el frío (Cántico, 2021), unos versos con los que seguir peleando en el campo de batalla del lenguaje. Sobre todas sus posibilidades -y sobre cómo conseguir estirarlas para que de ellas surjan nuevas realidades- trata esta entrevista, cuyo verdadero origen compartimos a continuación:

Superar la gramática

Es el verbo es callar sobre
dentro en es por si con el
verbo hablara y el sobre que
me dentro
que me fuera por de sí
altero mientras
altura
mediante cruzo un para
y abro la mano sin
abrazo fuera vómito movido
dentro de este dentro de por
en
antes es el verbo pero es callar
cuando la luz fuera de por sí
arrebata
dentro y arrebata contra
y arremete mientras por
para el silencio todo es un
temblor y todo callar sucede
en este suelo fuera de sí se estremece y
te devora del revés
asfaltar el pecho de dentro
afuera
dejar prender la arteria
este es el verbo que arde
hasta la transparencia.

PREGUNTA: En esta propuesta poética para superar la gramática tienen un peso especial las preposiciones, que, según la Nueva gramática básica de la lengua española (Espasa, 2011), «constituyen una clase cerrada de palabras, normalmente átonas y dotadas de valor relacional, que introducen un complemento […]». Es decir, son piezas que cobran -y hacen cobrar- sentido según los elementos que tengan a su alrededor, a los que pueden «caracterizar sintáctica y semánticamente». Sin embargo, contigo reciben una valoración aparte: ¿dirías que es a partir de las categorías gramaticales más pequeñas de dónde debería surgir esa especie de revolución del lenguaje? Por ejemplo, ¿podríamos tratar de explicar el mundo a partir de las preposiciones?

RESPUESTA: Ese poema es, para mí, uno de los más importantes del libro a nivel germinal. Digo esto porque el poemario, Apagar el frío, surge como un fracaso del que emerge, poco a poco, como hilillos, un decir que va desde la descreencia hasta la confianza en la palabra. De hecho, este fue uno de los poemas que me sirvió de acicate para darme cuenta de las posibilidades que hay en los recovecos del lenguaje. En esas categorías gramaticales que, aunque sutilmente, significan.

Es posible que sea también mi formación y labor como docente de español para extranjeros lo que me ha llevado a tener una concepción más amplia de las posibilidades de la gramática de una lengua. No en vano, aprender una lengua y escribir poesía tienen mucho en común. La diferencia es que en el primer ámbito se censura el distanciamiento con respecto a la norma y en el segundo se aplaude.

Si tuviera que elegir una preposición o, más bien, un conjunto de preposiciones, elegiría dos pares que resumen muy bien la experiencia humana: «desde» y «hasta»; «por» y «para». Todo tiene inicio, todo tiene fin. Todo tiene causa, todo tiene finalidad. Sin esas concepciones, la experiencia humana tendría poco sentido.

P: Dentro del ensayo Estética y emancipación. Hacia una teoría del arte de lo común (Libargo, 2021), de Javier Correa Román, hay una referencia a Jordi Claramonte en la que se expresa lo siguiente: «el momento en que nos olvidamos que la cultura tiene que ver con el cultivo (…) y empezamos a usar la palabra ‘cultura’ escrita y pronunciada con C mayúscula de un modo normativo y rígido (…) puede bien suceder que entremos en una fase de relativo bloqueo». «Le llamamos Cultura y nos sentimos imperiosos e importantes cuando tenemos que defenderla (…). Que lo Necesario convertido en Cultura se tienda a sacralizar». En esa idea de ir superando la gramática, me pregunto cómo con un pequeño cambio tipográfico podemos, efectivamente, manifestar una férrea decisión. No es el caso concreto de Apagar el frío, pero muchos poemarios actuales utilizan este recurso de la minúscula y la ponen encima del tablero, como en una suerte de reconquista gramatical. ¿Qué se logra con ello?

R: Me encanta la pregunta y creo que suscita una reflexión muy interesante. Muchas veces tomamos decisiones estéticas en la poesía sin reflexionar lo suficiente sobre el efecto y el resultado, como me dices. 

En mi poesía, si bien es verdad que en Apagar el frío no aparece tanto, sí que he usado en poemarios anteriores el recurso de la supresión de las mayúsculas o de la puntuación. Hay algunos poetas que han tenido gran importancia en mi formación cuya poesía se valía de estos mecanismos. Pienso en e. e. cummings o en Olvido García Valdés, por ejemplo.

En general, tal y como yo lo entiendo, tanto la supresión de las mayúsculas como la supresión de la puntuación están relacionadas con la idea de ruptura. En un primer momento de ruptura de las normas ortotipográficas, no debemos olvidar, como decía Mariano Peyrou, que la poesía surge en esa zona de tensión existente entre el significado y el significante. Si en la escultura existen los materiales, en la poesía existe la materialidad de las palabras, cómo están escritas. En un segundo momento, la ruptura va más allá, y es una ruptura espacio-temporal: la idea de poema-río, la idea de no saber dónde acaba y dónde empieza un verso puede generar, como sucede en los últimos poemarios de Juanma Prieto y Ruth Llana, por ejemplo, un temblor y una atracción en la lectura, que son, al fin y al cabo, varias de las razones fundamentales por las que escribimos y leemos poemas.

P: Además de tu experiencia como docente de español para extranjeros, ahora tienes la oportunidad -original y genuina- de enseñarle la gramática a tu hijo. Podrías, de hecho, aprovechar la ocasión para inculcarle una gramática «mejorada» -o «superada», tal y como venimos repitiendo-, pero evidentemente en algo de tanta envergadura como es una lengua muchas veces nos toca ceder ante los convencionalismos y el entendimiento común, por mucho que nos llame la atención la transgresión y la ruptura.  ¿Qué cosas dirías que son las que nos llevan, como ser humanos, aún queriendo superar la gramática canónica y romper con la tradición, a seguir utilizando los modelos de siempre? También al contrario: a pesar de llevar muchísimo tiempo bajo las mismas reglas, ¿qué es lo que nos invita a querer llevarles la contraria, a transgredir, a imaginar otras posibilidades?

R: En mi opinión, y aquí incluyo la enseñanza de lenguas, solo se puede enseñar una cosa: a descreer, a dudar de lo que se enseña. Digo esto, sobre todo, desde el punto de vista del docente y, por qué no, como padre que, como tú dices, «enseña una gramática». Es difícil desprenderse de todas esas ideas que nos han enseñado sobre la normatividad lingüística y sobre la necesidad de preservar una cierta tradición lingüística sin cuestionarlo. Es por ese motivo, quizá, por el que me interesé por la poesía. Me considero una persona racional, que se rige por una cierta objetividad en la vida personal y laboral. En ese sentido, me parece interesante la idea de superar la gramática, pero no solo entendida como una escritura desviada de la norma, sino como la posibilidad de crear horizontes de expresión nuevos a través de un material tan cotidiano como la palabra. Si lees un poema de Juan Gelman, por ejemplo, notas cómo la escritura se subvierte pero, a la vez, notas que crea nuevos caminos expresivos y emocionales a través de una gramática y un léxico propios. Decía un buen amigo, el poeta Mohsen Emadi, que las palabras son el cementerio de las cosas. En ese sentido, para mí, aunque parezca paradójico, escribir es esa actividad en la que intento decir lo que no sé decir.

P: Sostenía san Juan al comienzo de su Evangelio que «en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». En este sentido, ¿crees que en cuestiones gramaticales seguimos siendo teocentristas y consideramos que los verbos son -aún- lo más importante que tenemos? Sin ir más lejos, en tu poema ‘Antes o después’ escribes: «¿cuándo amanecen los verbos? / ¿qué tiempo usar que traspase las ventanas?» o «el verbo es callar sobre dentro». ¿Cómo es tu relación directa con ellos?

R: El tema de la importancia de las categorías gramaticales en la poesía es una cuestión sobre la que reflexiono con frecuencia o, más bien, es una cuestión con la que experimento. El verbo, de alguna manera, personaliza el poema. Tiene sentido que le hayamos dado esa categoría quasi divina, tiene sentido que hagamos girar la poesía en torno a dicha categoría. Pienso, por ejemplo, en el inicio de ese magnífico libro de José Angel Valente que es A modo de esperanza, que crea no solo una atmósfera, sino también una geografía personal dentro del poema: «Cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre». Sin embargo, como apuntas, también es uno de los resquicios a través de los cuales se puede vislumbrar cierta ruptura con las categorías gramaticales. Mucha de la poesía que más me ha interesado es la que cuestiona esa ubicuidad del verbo para posicionarlo o hacerle jugar papeles muy diferentes. Estoy pensando en autores como César Vallejo, por ejemplo, en Trilce: «Tiempo Tiempo. / Mediodía estancado entre relentes. / Bomba aburrida del cuartel achica / tiempo tiempo tiempo tiempo. / Era Era.», que le da una dimensión completamente diferente al concepto clásico del verbo, situándolo en un nivel en el que los conceptos de tiempo, persona o aspecto tienen poca utilidad para adentrarse en el poema. En ese sentido, por ejemplo, un recurso al que yo he acudido con frecuencia, probablemente no con mucho éxito, son las formas no personales del verbo, en concreto, el infinitivo. Me ha parecido siempre, siguiendo la estela de autores como Chantal Maillard o Edoardo Sanguineti -por ejemplo-, que abre un mundo de posibilidades expresivas el hecho de situarse en un no-lugar gramatical. Puede ser una huida del yo, pero también puede ser un juego de introspección. Así que, por responderte con una frase, considero que es necesario tener en cuenta las categorías gramaticales y sus relaciones a la hora de escribir poesía si entendemos dicha actividad como un proceso de creación que tensa no solo la dimensión semántica, sino también la materialidad del lenguaje.

P: Si los verbos personalizan el poema, ¿qué papel juegan los sustantivos? ¿Cuáles dirías que son los límites del Yo poético -del que hace unos instantes decías que a veces parece que rehuyas-? 

R: Es curioso, el otro día leía el nuevo libro de Olvido García Valdés, que empieza advirtiendo: «Este es un libro de poemas, es decir, de mecanismos verbales complejos atravesados por la vida y depurados por su propia materia y por el tiempo». Me parece que resume muy bien lo que hemos estado hablando antes y lo que me preguntas ahora. Por supuesto, puedo responder a tus preguntas solo desde mi punto de vista, no sé qué pensarán otros poetas de su proceso de creación. En mi caso, suelo partir de la imagen, de una imagen que me asalta en forma de frase o, simplemente, de sensación, pero que me produce una tensión interior. A partir de ahí, se desarrolla y se ramifica de maneras inesperadas. En ese sentido, siempre me ha generado un poco de pudor el Yo, por eso me pongo como objetivo una forma de ‘translucidez’, de esconder y mostrar al mismo tiempo. Está claro, sin embargo, que la mano y la vida del que escribe están ahí y, como decía la definición de antes, atraviesan el poema y se depuran en él, lo que no quiere decir, en mi caso, que haya una aspiración de autoficción, en ningún caso. Creo que la poesía, además, abre una vía muy interesante de huida de uno mismo a través de uno mismo, si eso tiene sentido. Pienso en los heterónimos de Pessoa o poemarios como Los poemas de Sidney West, de Juan Gelman. Volviendo a la idea de Olvido García Valdés, me parece que los únicos poemas que consiguen penetrar en el lector son los poemas que se abren a la intimidad, que permiten entrever, independientemente de cuál sea el sujeto, pero que no te muestran el cuerpo y su interior ya dividido en etiquetas.

P: «¿abres la mano? / se te caen los pronombres / y escribir elegías como uñas que se clavan en la cara». Estos son otros versos de tu poema ‘Antes o después’, que me fascina por la cercanía que creas entre los pronombres (categorías gramaticales brevísimas y, por otro lado, con mucho significado, como las preposiciones) y la capacidad de arañar, pues hoy por hoy una de las batallas más interesantes que se están produciendo en torno al lenguaje pasa, precisamente, por ellos: por el uso de los pronombres y el género. ¿Cuánto de político tiene una lengua? Concretamente, ¿por qué una categoría como la de los pronombres -cotidiana y democratizada- tiene más facilidades para sacar las uñas -y clavárnoslas- que otras?

R: Me parece una pregunta muy interesante, pero no sé si tengo las herramientas para responder adecuadamente. Intentaré dar una opinión dentro de mis posibilidades. Fundamentalmente, creo que la reflexión sobre el lenguaje tiene que estar en nuestra vida cotidiana, porque ninguna palabra ni categoría es neutral, todas están cargadas ideológicamente. Te hablo desde mi labor como profesor de español, por ejemplo, donde cuido mucho, por pudor personal, el uso del lenguaje y de ciertas expresiones y categorías anticuadas que reflejan una sociedad en la que ya no vivimos. En ese sentido, dada la atención al detalle que se maneja en el ámbito poético, es evidente que la reflexión tiene que ir mucho más allá para incluir categorías gramaticales que, en el lenguaje cotidiano, son tratadas casi con desdén, como hace Chantal Maillard en el poemario Cual, por ejemplo. Recuerdo uno de los primeros poetas que me fascinó en su uso y reflexión de categorías gramaticales, Juan Vicente Piqueras, también profesor de español en el extranjero, que es capaz de crear poemas de gran emoción desde una perspectiva lingüística que transita en los márgenes. Pienso, por ejemplo, en el poemario Adverbios de lugar y en versos como «Yo estoy aquí y tú ahí y allá nosotros cuándo. / Eso es piedra. Eso es seda. Aquello es mar». Desde el punto de vista léxico, como apuntabas, no hay una renovación poética, pero desde el punto de vista de la lógica del lenguaje, esos versos crean sentido, en mi opinión, de manera muy novedosa.

P: Y, entonces, ¿cómo superar la gramática? ¿Por dónde debemos empezar si lo que queremos es desacralizar el lenguaje -que es el motivo principal por el que surge esta disciplina, según Octavio Paz-?

R: Me viene a la mente con tu pregunta una frase que se me quedó grabada en la memoria cuando leí los diarios de Chantal Maillard: saber es simplemente un hábito. Me parece legítimo extender esta frase a la gramática: hablar es simplemente un hábito. Y creo que ahí está la clave para poder pensar cómo «superar la gramática». Creo, en ese sentido, que no hay una única forma de hacerlo, pero la que yo he encontrado es la poesía. Y quizá algunos lectores, ajenos al mundo de la poesía, se interroguen por qué a uno le interesaría tal cosa. Pienso, en mi caso, que no responde más que al deseo de «apagar el frío», entendido ese frío como el hábito de existir. Me da pudor ese automarketing, pero el título que le puse al poemario tiene que ver un poco con esa idea. La escritura, la poesía, despierta mecanismos en mí que me permiten iluminar los aspectos de una vida que, por el mismo desgaste del hábito, tanto de la palabra como de los actos cotidianos, acaban oscureciéndose.

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