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Confesiones sobre el baño

Le debemos tanto al baño (alegrías, tristezas, enfados, etc.) que no dedicarle un artículo como éste sería una falta de consideración. Y es que es muy real lo que esboza Carlos Alejandro Noyola: «nada como el baño se presta a confesiones».

I.

Ir al baño es un placer, un gozo, un disfrute, una felicidad. Yo cada vez que voy al baño me digo que voy a acendrarme. Es un acto de purificación (en el sentido literal) que permite pensar con claridad porque quita un peso de encima, y por lo tanto libera. Uno dice: Espérame, voy rápido al baño y nos vamos de peda. No en balde los alumnos van al baño antes de empezar el examen: uno se siente más preparado para afrontar la vida luego de una escala técnica. Pienso que así se sentirá un católico cuando va a confesarse, pero no hay forma del que el pacer sea tan sumo. Porque las necesidades espirituales nunca pueden superar a las del instinto, y un gusto carnal jamás será comparable con la apacibilidad del cuerpo. Les recomiendo, señores, ir al baño.

II.

El baño es una asquerosidad. ¿O somos nosotros la asquerosidad y el baño nuestro espejo? ¿Alguien puede explicarme por qué tenemos que expulsar por un nudo de globo toda la basura que ingerimos, en una masa maloliente y de consistencia pegajosa? (Seamos honestos: todos, por muy cuidadosos que sean, nos hemos dado una embarrada y hemos terminado con los dedos empapados de meados, y a veces hasta de ajenos). Pero hay varias cosas que son evitables: ¿por qué tiran papeles colorados en el bote o, aún más deleznable, en el suelo? ¿Por qué la gente no tiene la mínima decencia de jalarle al baño y cerciorarse de que no quedaron submarinos? En los peores baños del mundo, los de la playa, ¿cómo es posible que haya quienes se atreven a entrar descalzos, a pisar todos esos charquitos de agua que uno nunca sabe si son de agua de alberca, de pipí, o una mezcla de ambos? Y eso que hoy tenemos papel y jabón (que muchos no usan) para aminorar la situación. Imaginen a las reinas del siglo dieciséis que ni siquiera se quitaban el vestido para defecar. Nomás se levantaban la falta, dejaban que todo saliera y volvían al salón por un bocadillo. Los restos, que nunca limpiaban, iban formando una costra que las protegía contra las rozaduras.

‘Confesiones sobre el baño’, ilustrado por Mr. Power.

III.

El baño también es fuente de vergüenza. Especialmente cuando se trata del dos, los riesgos aumentan. Que lo agarren a uno las ganas en casa del amigo y el intestino tenga flojera de trabajar raudo; descubrir que uno tiene chorrillo luego de que acaba de presenciar la enorme fila esperando su turno para pasar; que se nos esté saliendo en el hotel de nuestro primer viaje con la novia y las heces vengan acompañadas de unos punes bien sonoros… El baño demuestra que miles de años después no acabamos de conciliarnos con nuestro cuerpo.

IV.

Nada como el baño se presta a confesiones. Confesiones de la naturaleza más bizarra imaginable. La razón es simple: el baño es como el sexo: todos tenemos algún fetiche. Algunos tienen su rutina, entran siempre después de desayunar; otros lo toman como espacio de lectura, de esparcimiento, ponen música y prueban sus mejores tonos mientras sueltan el cacahuazintle. Aún otros dejan la puerta abierta, deciden que es momento de hablar con el amigo al que no ven hace años, y he sabido de quien entra con taza de té para que todo lo que tiene que fluir refluya mejor. Yo he llevado mi relación con el baño a una supraintimidad. Sueño con un baño de cuarenta metros cuadrados (ojo, sin regadera o jacuzzi, solo escusado), impecable, sin una gota de suciedad, con una superpotencia para que se lo lleve todo inmediatamente (qué asco los papeles en el bote de basura), protegido por una doble hilera de muros hiperreforzados, sin ventanas pero con luz cálida y extractores en cada pared, de preferencia en una ubicación desconocida para todos excepto para mí, igual a ese cuarto íntimo de las leyendas, al que el rey -y solo el rey- tenía acceso, umbral del contacto con la divinidad a través del secretismo que produce el silencio inconmovible. Limpieza y silencio, esos serían los pilares de mi baño.

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