Creo que la vida se celebra cuando el estilo de vida y la arquitectura se funden.
Balkrishna Doshi
Las casas escaparate obedecen al nuevo mandato imperante en la sociedad de ver y ser vistos, exponiendo a quienes las habitan como mercancías en venta. Esta nueva arquitectura no diferencia ni puertas ni ventanas, ya que sus fachadas se han convertido en paredes continuas de vidrio, donde apenas se dibuja un límite artificial entre el interior y el exterior.
Tal vez el problema no sea la cantidad de vidrio per se, sino la ironía de la transparencia. Esta nueva cara de la vida escaparate exige a sus habitantes mostrar obligadamente su vida doméstica y privada, tanto a los conocidos como a los desconocidos.
Quienes habitan dentro de estos espacios, pierden la sensación de seguridad propia de «estar dentro», porque las fronteras con el exterior son demasiado delgadas. Ya no están al resguardo de muros que les permiten ver hacia fuera por medio de ventanas, sino en espacios transparentes que podrían ser una casa o el escaparate de un local comercial.
El grupo de arquitectos creador de este tipo de espacios se ha liberado de las suposiciones sobre la forma de una casa unifamiliar. Lejos de esto, diseñan y construyen hogares atípicos donde resulta difícil sentirse cómodo. Esta es otra característica que vincula a este tipo de viviendas con la moda, ya que, al igual que algunas prendas, las casas escaparate no (suelen) ser necesariamente confortables. Parece que lucir ciertas tendencias requiere exponernos de una forma particular, tomar una postura que generalmente nos aleja de la comodidad y del confort.
De la misma forma que ciertas prendas de moda, muchas de estas casas son hermosas, incluso seductoras, pero aún así les falta algo. Son hechas para lucirse, pero no tienen lo necesario para convertirse en hogar.
Esto me lleva a pensar: ¿qué diferencia existe entre los escaparates habitados y las casas escaparate? Tal vez, solo cambie el objeto en venta, y, en algún punto, los sujetos que las habitan se conviertan en objetos de admiración de los paseantes que circulan por las calles de su barrio y los vean exponerse y mostrarse a través de las maravillosas paredes de vidrio de sus casas.
Me cuestiono si quienes habitan las casas escaparate se cuestionarán quiénes los miran. Imagino que muchas de las personas que los ven, no desean verlos realmente, probablemente no tengan ningún interés en hacerlo, es decir, los verán accidentalmente. También, me animo a arriesgar que otra porción de las miradas es captada por quienes buscan un modelo a seguir para ser copiado. En este sentido, resulta lógica la necesidad de reproducir o imitar un estilo de vivienda correspondiente a una forma de vida con la promesa de pertenecer a un estrato social en particular.
Estas casas funcionan como pequeñas burbujas aisladas capaces de encapsular y tomar como rehenes a sus habitantes, que previamente fueron capturados por la imagen y por la seductora idea capitalista de pertenecer. Es probable que quienes adquieran estas casas crean, erróneamente, que el simple hecho de vivir en ellas les otorgue el beneficio de igualar sus vidas con las de todos los demás que las poseen.
Concentrémonos en el tema del vidrio, que es el material estrella de esta nueva tipología de vivienda que, lejos de protegernos, nos expone, nos muestra y nos exhibe. Cuando pienso en estas cajas de cristal, me resulta inevitable pasarlo por el cuerpo. Si reflexionamos sobre las casas en general como organismos vivos capaces de alojarnos en su interior, podremos identificar que, al igual que nosotros, ellas tienen un cuerpo y, por lo tanto, un interior y un exterior. En este sentido, tal vez el error de las casas escaparate sea estar incompletas, ya que poseen un esqueleto y una piel, traducidas en una estructura visible y una envolvente vidriada que las recubre. Pero al mismo tiempo no tienen músculos ni grasa, razón por la cual son casas desnudas, desprovistas de contenido y de espesor. Por este motivo, solo pueden cumplir con la función de sostén y cerramiento, pero olvidan y omiten otras funciones inherentes al grosor de las paredes, tales como la protección, la regulación de la temperatura corporal y espacial, la de vincular diferentes sectores de la casa y la de amortiguar golpes.
Encuentro aquí otra similitud con la tendencia de usar ropa de moda, con la esbeltez necesaria para lucir algunas prendas trendy. Pienso que los cuerpos de las modelos actuales (largos, rectilíneos y desgarbados: puro hueso y piel) se asemejan bastante a estas casas de columnas de acero y paredes de vidrio traslúcido. La falta de espesor, la transparencia y la liviandad parecen estar llegando a todas las esferas.
Otra diferencia entre un organismo vivo y este tipo de casas es la falta de corazón. No tienen centro, son frías, y lejos de invitar a permanecer en su interior, expulsan; no es posible sentir el «calor de hogar», ya que son de una naturaleza poco retentiva. Tal vez algunas de estas casas o algunos de sus habitantes tengan el deseo de recibir visitas o hasta de alojar huéspedes, pero sus gélidas paredes no tienen el grosor suficiente para cobijar invitados durante un tiempo prolongado. Tampoco dejan a los «turistas» la sensación de querer volver.
Imagino las casas escaparate, como protagonistas de escenas solitarias y frágiles, en donde la mera estructura se vuelve inhabitable y remota, y me parece oportuno citar una descripción de la Casa Farnsworth, que es una clara síntesis de lo expuesto hasta el momento:
«Ocho esbeltas columnas de acero pintado de blanco sostienen una caja de vidrio transparente; dos planos horizontales —bandas paralelas de acero flotando sobre el suelo— representan el piso y el techo».

Me pregunto cómo será pensar en vidrio, cuál será la sensación que experimentan quienes, como Edith, pasaron por la experiencia de vivir en frágiles castillos de cristal que parecen desvanecerse en el aire. También me pregunto: ¿dónde guardarán sus recuerdos y sus memorias familiares, los habitantes de las casas escaparate? Las paredes de cristal no son capaces de sostener retratos ni de alojar repisas donde apoyar recuerdos de viajes y fotos, tampoco admiten bibliotecas donde almacenar libros. Al igual que los escaparates, estas casas solo admiten una escenografía fija y etérea incapaz de engrosarse con el tiempo. Desde lo simbólico, este tipo de viviendas se convierten en casas objeto. Por lo tanto, resultan espacios impersonales, que solo admiten objetos nuevos y que no tienen espacio para soportar la huella del pasado.
Sin duda, la letra pequeña del anuncio que promociona esta nueva tipología olvida mencionar que cuestiones tan inherentes al habitar como la intimidad y la privacidad no encuentran lugar en este tipo de casas con delgadas paredes de vidrio, lo que las convierte en casas incompletas, en meras propiedades.
Todavía me gusta pensar las casas con gruesas paredes, capaces de soportar el paso del tiempo y resguardar allí sus memorias.
*Avance del libro Vida escaparate. ¿Vivir para ser vistos o ser vistos para vivir? (Almuzara, 2022), escrito por Julia Lescano.
Vida escaparate. ¿Vivir para ser vistos o ser vistos para vivir? (Almuzara, 2022)
Vivimos en la sociedad del escaparate, en la que importa mucho más parecer que ser. El reino de lo ficticio y del envoltorio, donde priman dos máximas: espiar y permitir que nos observen, nos valoren y nos juzguen. ¿Somos una simple mercancía en ese gran expositor llamado mundo online? (…) ¿Tanto nos motiva o nos penaliza el juicio del otro?

Qué bonita escritura. Disfruté mucho leer este ensayo muy profundo y muy ameno
Me gustaMe gusta
Muchas gracias Alejandro por leerme. Me alegra que te haya gustado.
Me gustaMe gusta