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Brenda Navarro: «¿Por qué están los poderosos tan molestos con nosotros?»

Tenemos la grandísima suerte de charlar con Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) por segunda vez. En esta ocasión, a propósito de su segunda novela, 'Ceniza en la boca' (Sexto Piso, 2022).

Admite Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) al finalizar esta entrevista que ella es una provocadora y que es mejor no hacerle mucho caso a todo lo que dice. Evidentemente, es otra provocación, pues no hay voz más preparada para hablar de temas como la violencia, la inmigración, la discriminación o la precariedad que la suya. Ya lo demuestra en la escritura, con una desgarradora segunda novela titulada Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022) que aspira a convertirse en uno de los mejores libros del año, pero también con cada respuesta y con cada reflexión. ¿Su secreto? Ella no critica, hace autocrítica, y aquí estamos los demás para ponderar: léanla porque no van a arrepentirse. Al contrario: van a descubrir el valor de la posibilidad.

PREGUNTA: Los protagonistas de Ceniza en la boca se sitúan en un contexto cuyo destino, siendo diametralmente opuesto a su origen, no termina de diferir en todos los aspectos con el punto de partida. Al fin y al cabo, tal y como sostiene el personaje de Diego, «donde estés es lo mismo, nomás sobrevivir (…), en todos lados es igual: trabajamos para vivir y luego vivimos para trabajar». En este sentido, ¿no cambia todo para que todo siga igual? Y siendo así, ¿cómo se forja la relación con el nuevo lugar? ¿Cuál es el vínculo que queda con el país que se abandona?

RESPUESTA: Verás, plantear esta pregunta vinculándola con el trabajo me parece muy interesante, pues en la mayoría de los casos -no en todos, por supuesto- las personas que se mueven de lugar lo hacen también por este deseo de prosperidad que acarrean las nuevas oportunidades laborales. Querrán conocer mundo, querrán vivir otras experiencias, pero casi siempre irá de la mano de la idea de que nuestra vida debe alcanzar un mayor valor económico, que es lo que en teoría nos permitirá avanzar hacia quién sabe dónde. Luego, te encuentras con que cada país tiene sus propias circunstancias y especificidades, pero que en el fondo en todos lados ocurre lo mismo: hay un sistema económico que precariza, que no está garantizando ningún tipo de oportunidades ni de futuro, y que es el origen de grandes dosis de frustración.

Lo que les sucede a las personas migrantes de las que habla la novela es que tienen el problema de vivir una ciudadanía que se entiende como de segunda categoría, donde justamente se les impide ejercer sus derechos políticos y civiles, que es el motivo por el cual deben aceptar trabajos que nadie aceptaría, como el de cuidadora o camarera de hotel. Desde luego, los migrantes mexicanos llevan años siendo tratados así en Estados Unidos, lugar al que suelen ir por la oferta de salarios que, a pesar de ser muy reducidos para sobrevivir en el nuevo país, al cambio sirven para ayudar y proporcionar remesas económicas a quienes se han quedado atrás. Sea como sea, por supuesto que en todos lados es lo mismo y que el problema no es la migración, sino las condiciones laborales. Y me atrevo a decir más: el problema es trabajar, ¿o no? [risas]. Deberíamos de tener la renta básica universal y poder hacer otras muchas cosas en este mundo.

P: Contestado lo anterior, y parafraseando otra de las ideas de la obra, ¿crees que somos -al menos en parte- de donde vivimos?

R: Yo creo que un poco sí, sobre todo porque nunca somos la misma persona que éramos ayer -ni siquiera la que éramos hace cinco minutos-. Biológicamente, primero somos niños, luego adolescentes, luego adultos, por último ancianos, y al ir generando lazos afectivos lo que hacemos es configurarnos como individuos en cada preciso momento. Es en ese instante en que yo creo que todos podemos admitir que todos somos del lugar en el que estamos, sí: nos guste o no nos guste. Porque afirmar que pertenecemos a un lugar no es lo mismo que decir que nos sentimos orgullosos de él, que es otro gran tema de conversación. De cualquier modo, una parte de nosotros sí que es siempre del lugar de donde vivimos y de las personas con las que estamos, así como hay otra parte que representa el germen de lo que más adelante llegaremos a ser.

P: Uno de los aspectos laborales más interesantes que tratas al hablar de las mujeres migrantes es el de la necesidad de ser entendidas todas por igual, en este caso como primas. «¿Las primas? Sí, porque para que nos dieran trabajo, una a una, nos íbamos recomendando como primas (…). Y cuando les decías eso a las empleadoras como que cambiaban la actitud». Inequívocamente, uno se pregunta: ¿qué clase de hermandades forman los migrantes en los países extranjeros? Algunas buscadas, está claro, pero otras también impuestas, ¿no?

R: Algo que tenemos en común las personas que habitamos ciertos lugares es que cuando llegan los otros -que es una expresión que no sé muy bien qué significa, pero que a determinadas personas parece que les gusta utilizar- éstos suelen verse casi siempre como iguales. A nosotros, los latinoamericanos, sin ir más lejos, los europeos suelen igualarnos al mismo estereotipo: racializados, morenos, todos parecidos, que es algo que también pasa con los miembros de las comunidades árabes o con los asiáticos, a quienes también suelen meter en el mismo saco de patrones y características comunes, que son las que contribuyen a la construcción de la otredad, que es otro de los temas sobre los que pretendía reflexionar en la novela.

En este caso, por supuesto que las primas están basadas en esos grupos de mujeres que, como las kellys de Barcelona, luchan por sus derechos laborales y civiles, pero también tienen que ver con otra circunstancia. Y es que resulta que cuando estaba escribiendo Ceniza en la boca solía escuchar a todas horas las canciones del grupo Vampire Weekend -de hecho, cada una de las partes de la obra está basada en uno de sus discos-, siendo que los capítulos dedicados a Barcelona se inspiran en Contra, álbum que tiene una canción titulada Cousins, que además fue compuesta en México y que por el juego que ofrecía me apeteció mucho incorporar, con el fin oculto de tratar de ofrecerle al lector más atento una crítica en dos niveles: por un lado, hablando de esas hermandades impuestas por el color de piel o la nacionalidad; por otro, cuestionando los falsos discursos feministas que abogan por que todas las mujeres debemos actuar como hermanas si lo que pretendemos es acabar con esta clase de discriminaciones. ¡Pero es que en el fondo no queremos ser así! Ni hermanas ni primas: lo que queremos es poder ser todas distintas, pero con los mismos derechos. En mi opinión, esto es lo que buscamos todas las mujeres que perseguimos un cambio: no que se nos iguale, sino que se nos acepte tal y como somos, con todas nuestras diferencias; y por esos dos motivos utilizo el concepto de primas: para criticar que ya está bien de que, además de meternos a todas en el mismo saco, nos obliguen a querernos a la fuerza, porque ese amor no existe -de hecho, no es real -ni bueno- que siempre estemos en comunión con todo el mundo-; pero también porque quería reflejar de un modo sutil -y no tan sutil- lo que a mí y a la narradora nos sugieren las canciones de Vampire Weekend.

En el fondo, no deja de ser el mismo asunto que a mí me gusta tanto problematizar en las novelas -y cuya discusión en Latinoamérica viene de nuestro propio pasado continental-, que es la familia sanguínea como base de una sociedad que nos hace creer que ese vínculo es, precisamente, el que nos va a salvar a todas. Lo que realmente deberíamos hacer es dinamitarlo, pues son esos hilos de sangre los que provocan tanta desigualdad: en el trabajo, en la familia, en las relaciones, etc.

P: En vez de tomar las relaciones familiares como paradigma, ¿deberíamos, quizás, tomar las relaciones de amistad como ejemplo para afrontar nuestro porvenir socio-político?

R: Ay… [suspira]. Esta es una gran pregunta, porque, como ya pudimos comentar en su momento acerca de la maternidad, las mujeres estamos constantemente apelando en los discursos públicos a que el amor heterosexual y heteronormativo ya no es lo que nos mueve, reivindicando, así, otro tipo de relaciones afectivas, especialmente la amistad entre nosotras (entre amigas, evidentemente, pero también entre familiares, entre compañeras de trabajo, entre colegas de profesión, etc.), dando a entender que en la propia amistad pueden caber los distintos elementos que componen este tipo de vínculos. El problema, como siempre -y tal y como ocurre con la maternidad, sin ir más lejos-, es que el sistema se lo está apropiando inmerecidamente, y también lo está desvirtuando al insinuar que ya no sólo es necesario que seamos amigas, sino que -por si fuera poco- tenemos que ser las mejores amigas del mundo y cumplir con una serie de patrones -que nos imponen-. Y es que cuando alguien le impone una serie de necesidades a la amistad para que ésta sea auténtica -o entendida como auténtica, al menos-, lo que hace es corromperla, volverla a conducir hacia la heteronormatividad. Es algo que leo mucho en redes sociales, por ejemplo: a chicas que, además de abogar por estos asuntos, dicen que si una mujer les hace daño dejarán de ser inmediatamente amigas; pero yo, que soy una señora de antaño [risas], opino que si una mujer te lastima por decirte la verdad, por confrontarte, por ser tu espejo, lo último en lo que se puede convertir es en tu enemiga. Al contrario: para eso están las amistades, ¿no?

Tal y como dice la protagonista de Ceniza en la boca, una relación puede ser política o no -o estar sustentada por valores políticos, más bien-, puede venir del gusto compartido por bailar un son cubano o no, puede tener que ver con el movimiento de las primas o no… pero lo verdaderamente importante de toda relación es que podamos soportarnos, sobrevivir y tener cierta capacidad de decisión sobre cosas tan importantes -y a veces tan silenciadas- como son el ocio y el gozo, que se pueden practicar en cualquier lugar y circunstancia. La reivindicación de hacer lo que queremos hacer, de incluso acompañarnos en el descanso es, en estos momentos -y para mí-, la verdadera hecatombe de los cuidados, y yo iría un poco por ahí para responderte: no tenemos que ser amigas a la fuerza -que es algo que genera falsas discusiones-, lo que tenemos que promulgar son los cuidados, el acompañamiento y la búsqueda conjunta del gozo y del ocio, que es lo que menos estamos defendiendo. Al fin y al cabo, lo que suelen decirnos cuando hablamos de política es que salgamos a la calle y ocupemos el espacio público para luchar -y quienes luchamos, además, no solemos ser las personas que menos tiempo tenemos, sino quienes tenemos ciertos privilegios-, pero yo invertiría un poco los factores y diría que, además de luchar, deberíamos ocupar el espacio público para disfrutar de nosotros mismos. Además, ya estamos viendo que toda esta lucha por el espacio público es incongruente, otro ejemplo de que el Estado cuenta con sus propios métodos de libertad y represión, y que esta clase de mensajes que abogan por la lucha no son sino elementos simbólicos de su complejo mecanismo de poder; porque primero te animan a salir a manifestarte, pero ya sabes el precio: a veces porrazos, a veces imputaciones y otras veces la cárcel. Con esto no estoy diciendo que haya que dejar de luchar, eh, lo que digo es que la forma en que lo estamos haciendo probablemente sea mucho más cómoda para el Estado que para nosotras como ciudadanas.

Brenda Navarro, fotografiada por Barry Domínguez.

P: Al comienzo de Supersaurio (Blackie Books, 2022), Meryem El Mehdati escribe: «no creo, la verdad, que sea sano difuminar tanto la línea entre compañeros de trabajo y amigos». En tu opinión, ¿es el entorno laboral -y el entorno político, ya que estamos- un espacio propicio para la amistad y el cariño?

R: Yo creo que los afectos y la ternura sobreviven justamente a eso. Habrá personas con las que no podrás hacer click y con quienes no podrás seguir adelante, y habrá otras con las que sí, y eso será una gran ventaja. Considero que ahora estamos configurados dentro de las grandes ciudades de un modo en que los únicos individuos con los que convives son aquellos con quienes trabajas, irremediablemente -y hablando de aquellas que tienen la suerte de tener compañeras, por supuesto, que yo siempre trabajo sola en casa y no cuento con muchas amistades a mi alrededor [risas]-, pero eso es parte de la configuración urbana contemporánea, donde parece que cuanto más se rompa el tejido social, mejor; pero sí que opino que lo interesante sería que desde el trabajo mismo, desde esta imposición, pudiéramos escudriñar a las personas -que también son convertidas en autómatas, como tú- reconocer su humanidad, aceptarla y compartirla. En ese sentido, claro que creo que los espacios de trabajo son unos espacios en donde podemos generar grandes relaciones afectivas, sin duda.

P: Hay un concepto maravilloso en el libro: «amigas por lenguaje». Dentro de todo lo que podría significar -y significa-, ¿cuál sería tu definición exacta?

R: En la novela, concretamente, esta reflexión es muy interesante porque la dice Nagore, que es el personaje de Casas vacías (Sexto Piso, 2020), a quien yo escogí porque me interesaba muchísimo para dialogar, seguir generando puentes y poner en el mismo plano a mujeres que son consideradas como españolas -o europeas- y a mujeres que no son percibidas así porque provienen de otro sitio, poniéndolas luego en una situación en las que ellas mismas pudieran identificarse. En este caso, la relación de Nagore y la protagonista -que surge de los insultos compartidos, además- me parece un reflejo de lo que buscaba: esa conexión que se produce cuando dos individuos se dan cuenta de que están hablando el mismo idioma, que además es un idioma que conlleva muchísima riqueza cultural, muchísimos códigos sociales y políticos -que podrán diferir, pero que en el fondo nos relacionan entre nosotros y entre nuestros antepasados-. Esto es algo que he tratado recientemente con Pau Luque, y es que realmente los españoles y los mexicanos estamos vinculados desde la época del Virreinato de Nueva España. Lo interesante, de todos modos, no es quedarse en la influencia que tuvo la colonización española en México -o no, al menos, exclusivamente-, sino analizar también qué tipo de influencia pudo tener esa Nueva España en la monarquía española -y, por tanto, hasta qué punto ha llegado a influenciarnos en la actualidad-, porque yo, desde mi humilde ignorancia, creo que hubo un montón. De este modo, y volviendo a la pregunta, considero que el concepto de «amigas por lenguaje» significa precisamente eso: reconocer todo el colonialismo que ahora mismo está poniéndose sobre la mesa, sí, pero entendiéndolo también desde el otro lado; porque es muy sencillo atacar a quien coloniza, por supuesto, pero es bueno que entendamos la Historia desde el lado de quienes hemos sido colonizados y hemos ayudado a que determinadas estructuras se sostengan -a través de ese mismo lenguaje, por ejemplo-. Esto era lo que me interesaba contar, la verdad, porque considero una fortuna el hecho de poder comunicarme con gente a la que aprecio -e incluso con aquella con la que discrepo- a partir de un lenguaje en el que mutuamente nos identificamos, ya sea gracias a la literatura, gracias a los condicionantes sociales o gracias a la vida. Porque el lenguaje, al fin y al cabo, es aquello que nos une, que nos ayuda a mostrar nuestras diferencias y que nos enseña que, al margen de la discrepancia, todos juntos podemos sumar, y la amistad también es eso: entender las grandes diferencias, entender que no somos las mejores personas y, a partir de ahí, salir hacia adelante.

Volviendo a Nagore: debemos recordar que ella era una chica que había nacido en España, que se vio muy influenciada por todo lo que vivió en México y que eso le aportó un background muy completo e interesante que le permitió volver a Barcelona y alimentar, así, culturalmente a su país. El crecimiento que experimentó en el camino es el que le permite tener este tipo de discusiones, dinamitarlas y hacer las preguntas necesarias.

P: En tu primera novela le diste voz a las madres, mientras que en esta se la das a los hijos: a una chico que se suicida y a una hermana que lo sobrevive. ¿Por qué ese cambio de perspectiva?

R: Mira, cuando escribí la novela no pensé la respuesta que voy a darte ahora, porque son circunstancias que realmente vas entendiendo con el paso del tiempo y que además vas comprendiendo tras hablar con los lectores y lectoras, pero sí que es verdad que en las dos novelas que he escrito yo siempre he querido poner de manifiesto que un acontecimiento que le sucede a un hombre la mayoría de las veces impacta a toda la estructura familiar y, digamos, a todas las circunstancias que van y vienen dentro de la familia. También me interesaba porque tiene mucho que ver con no darle la voz al protagonista, sino dársela a lo que queda tras de sí, a lo que constituye su -en mi opinión, erróneamente llamada- periferia, que para mí es el auténtico centro. En este caso, lo que yo quería era también dejar un poco tranquilas a las mujeres, que después de Casas vacías siento que ya caminan solas en mi obra sin la necesidad de que yo las asista o las aliente. En estos momentos, además, no me interesa tanto hablar de la maternidad en sí: ya intenté contribuir a dinamitarla, pero no me interesa demasiado seguir, porque creo que, con el paso del tiempo y con todo lo que he ido escuchando a raíz de los clubes de lectura y de la opinión de los lectores, he descubierto que hay quienes podemos discutir estas cuestiones -de si somos buenas madres o no, de si hacemos bien las cosas o no- y hay quienes no pueden, quienes las asumen porque simplemente tienen que sobrevivir. Es sobre estas personas sobre las que quise poner el foco en esta ocasión: mujeres solteras -no viudas, pero casi- que saben que no tienen derechos, que asumen la imperfección de su maternidad y que no les importa un bledo las circunstancias en comparación con la necesidad de sacar a su familia adelante, sacarla de los círculos de violencia, intentar darles un futuro mejor…

Es curioso, porque en Ceniza en la boca trato de plasmar una lección que me dieron mis padres hace años -y que no sabía que iba a tardar tanto tiempo en comprender-, que no es otra que la que sostiene que no hay mejor crítica para un padre y una madre que la de sus propios hijos e hijas. Al fin y al cabo, los hijos forman parte de otra generación, vienen más combativos, con otras ideas, y también son las personas más crueles del universo para sus progenitores [risas]; y los padres y las madres necesitamos esas críticas: si no nos las hacen y seguimos creyéndonos los mejores, vamos a seguir manteniendo ideas equivocadas, como que los padres somos la autoridad y debemos ser respetados, quitándoles, así, el derecho a destruir lo establecido a los que vienen. Y a mí no hay cosa que me guste más que ver cómo las nuevas generaciones critican y destruyen lo anterior; y, de verdad: ojalá consigan romperlo. Sin duda, yo estaré allí para apoyarlos.

P: Hartos del trato recibido en el nuevo país, en un punto de la historia los protagonistas admiten lo siguiente: «Los dos desesperados y poniéndole cara de enemigo a todo el mundo, pero demasiado asustados para matarlos». Si te soy sincero, esa frase me recordó a una idea que apuntaba Sergio del Molino en su ensayo sobre La España vacía (Turner, 2016), cuando hablaba del «macarra» que, tras ir al centro «a ver un concierto o a tomar unas cervezas percibe la ciudad como algo extraño. Sabe que no pertenece a ella, y se protege fingiéndose una amenaza. En realidad, asimila el papel que la ciudad le ha asignado, el del indeseable que no debería merodear por allí». ¿Esto es algo que sucede a menudo?

R: Pues yo no he leído a Sergio, pero sí que estoy de acuerdo en su manera de entender la configuración de las ciudades -en general, no exclusivamente de las españolas-, pues esta que me cuentas es una de sus condiciones específicas. Escuchándote, me ha venido a la mente una reflexión de Martín Caparrós, quien sostiene que en Europa se suele tener la idea de que los países del tercer mundo -o los países del sur global, más bien- somos lugares en vías de desarrollo, cuando en general la mayoría de las grandes ciudades y de las grandes urbes están justamente en estos enclaves. O sea, justo al contrario de la idea que se tiene, Europa viene a ser un campo: no hay grandes urbes como Nueva York, como Ciudad de México, como Tokio… y si la gran ciudad europea es Berlín, o Madrid, a nosotros los latinoamericanos nos parecería contradictorio. Para mí, desde luego, Europa no es la gran metrópoli; y en el fondo eso es algo positivo, porque a mayor tamaño, mayores problemas, como vemos en Estados Unidos a causa del racismo y de la discriminación -entre otras cuestiones-. Ahora mismo, en Europa el problema está en las fronteras, pero internamente hay una resistencia a urbanizar el continente por completo; y es que cuando esto suceda, cuando se rompan los grandes tejidos -tal y como ya viene ocurriendo en América-, quizás nos arrepintamos de las consecuencias.

En Ceniza en la boca, de lo que la protagonista se da cuenta es de que ella va a ser siempre la enemiga de alguien, pero reconoce que la violencia que sufre no es una violencia que vaya a provocar un daño en los demás. Responderá, claro que responderá, le pondrá cara de enemigo a todo el mundo, pero, como dice la frase que sacabas a colación, estará demasiado asustada como para matarlos. Para mí, esa es la gran diferencia con el discurso oficial, con el discurso de VOX, que es el motivo principal de nuestros cabreos; porque quienes nos están violentando todo el rato son las personas que están en el poder. Luego siempre nos preguntan a los mismos -los migrantes, los precarizados, las mujeres en general- cuál es la razón de nuestro enfado, de nuestra molestia y de nuestra agresividad, pero es que a mí me gustaría poder preguntárselo a ellos: ¿por qué están los poderosos tan molestos con nosotros, por qué nos agreden, cuáles son exactamente sus motivos? Definitivamente, la pregunta cobraría un mayor sentido si se la dirigiéramos a ellos, porque son ellos quienes nos convierten -o nos quieren convertir- en enemigos. Nosotros, como le sucedía a Diego en la novela, sólo respondemos, y lo triste es que cuando nos violentan y nosotros sólo nos defendemos, terminan acusándonos. Pero no: los verdaderos enemigos, quienes verdaderamente tienen la posibilidad de matar, son las personas en el poder. Nosotras no: lo único que hacemos las mujeres, las personas precarizadas y los migrantes es resistir a esa violencia.

P: Porque a sus ojos -y a los nuestros-, ¿qué diferencia hay entre un migrante y un macarra?

R: Uf, qué pregunta, es súper dura, eh. A ver, cuando los migrantes llegamos a este país o a cualquier otro país de Europa -a lugares del primer mundo, vaya-, los demás nos asignan ese estereotipo directamente: que somos macarras, por decirlo con tus palabras y sin entrar en demasiadas consideraciones; pero lo que sucede en realidad es justo lo contrario. Los migrantes, por mucho que se nos quiera considerar de otra manera, solemos tener un background bastante complejo e interesante a nuestras espaldas, lleno de experiencias diversas. Yo, por ejemplo, de las personas que más he aprendido en este mundo ha sido de las personas que han migrado, sin importar su condición económica o su estatus cultural, pues éstas son personas que han tenido la capacidad y la inteligencia emocional de adaptarse a circunstancias súper difíciles, y eso también es algo necesario y que debemos aprender y reivindicar cada vez que podamos. En Europa, las personas que están en posición de privilegio deben empezar a escuchar no sólo a las personas migrantes, sino también a las personas macarras, pues esto no son más que etiquetas absurdas que entorpecen la comunicación. Al fin y al cabo, cuando tú te acercas a una persona y la escuchas de verdad te das cuenta de que todos somos seres inteligentes, siempre y cuando no nos deshumanicemos -como ocurre muchas veces desde el poder-. En el fondo, la primera forma de deshumanizar a los demás es asumir que no tienen cultura, que son agresivos, groseros… y eso se llama aporofobia. Porque si tú pusieras a determinados políticos al lado de personas sin hogar -por poner un ejemplo-, de lo que te darías cuenta enseguida es de que quienes necesitan adquirir un poco de sensibilidad y de humanidad son esas personas que están inmersas en el poder y en la toma de decisiones, mientras que es a las otras, que tienen un montón de cosas que decir y que contar, ligadas a sus propias experiencias, a quienes se las tildan de macarras. De verdad, muchas veces pienso que quienes están perdiendo la humanidad son las personas poderosas, no aquellas que por circunstancias de la vida se han visto obligadas a sobrevivir como pueden y a luchar por un poco de dignidad.

P: En su caso, los macarras a los que Sergio del Molino se refería eran seguidores de grupos como Extremoduro u Obús, de quien decía que transformaron «ese desprecio clasista en orgullo identitario». Por tu parte, y como ya hemos podido comentar, tú te fijaste en Vampire Weekend para poder contar determinadas cuestiones. ¿Es la música un protagonista más de la novela?

R: Bueno, para mí la música es una de las manifestaciones artísticas que más emociones expresan, y no importa tanto en qué idioma estén compuestas las canciones o si tienen o no tienen letra, porque siempre consigue mover algo. De hecho, después de escribir Ceniza en la boca sigo muy interesada en estos procesos, y quiero seguir leyendo cosas relativas a la música, a la composición, a los autores, porque es algo que me encanta. Creo que en el lenguaje sonoro hay un montón de respuestas a las que, como humanidad, no hemos llegado o profundizado lo suficiente. Pienso, por ejemplo, en un video de Manu Chao que me mostró hace poco mi pareja en que de repente, mientras está tocando, se le acercan vacas y bisontes, y que me parece una alegoría perfecta para definir la capacidad de comunicación que nos aporta este lenguaje. También me acuerdo de lo que suele decir mi madre, quien sostiene que las plantas crecen mucho más felices si se les pone música de fondo. No sé, hay algo en ella que provoca que este mundo sea más vivible, ¿no?

Con el asunto de Vampire Weekend, he de admitir que fueron fundamentales para la construcción de la novela -si bien es verdad que me da cierto pudor admitirlo, por si algún día se enteran y piensan que soy una obsesa [risas]-, pues ya no sólo es que me gusten mucho y que los considere unos chicos muy inteligentes, sino que también representaban a la perfección uno de los temas centrales de la obra. Al fin y al cabo, por mucho que compongan unas letras que a mi juicio son bastante interesantes y que hagan críticas muy ácidas al sistema en el que viven, no dejan de ser habitantes del Upper West Side de Nueva York, con todos los privilegios que eso supone, y tampoco dejan de vivir cómodamente, perteneciendo, incluso, a eso que al principio criticaban. Claro, en la novela sucede algo similar con Diego, el protagonista, quien finalmente no iba a dejar de ser nunca un chico del barrio del Pilar, porque el sueño americano -o el sueño europeo, más bien- tiene un tope muy específico. Así, Diego, que quería ser otra cosa -y que tenía el derecho a querer ser otra cosa-, un chico del Upper West Side de Nueva York, jamás iba a lograrlo. Dentro de toda la historia de violencia adolescente y de contexto marcial -pues hay que recordar que él venía de una familia de militares-, Diego quería alcanzar algo alegre y tierno, pero, por desgracia, el tiro le salió demasiado caro. Sea como sea, así es: en la novela hay un diálogo constante -explícito e implícito- con las canciones de Vampire Weekend, cuyas letras iba diseminando en forma de anécdotas a lo largo de la trama, que era algo que me ayudó a conversar con mi pasado, que, como le sucede a una buena parte de los mexicanos, bebe mucho de la cultura estadounidense.

P: A estas alturas, no querría dejar de preguntarte algo que, en cierto sentido, ya te pregunté la primera vez que charlamos, en 2020, y que tiene que ver con el sentido de la vida. No en balde, en este tiempo, y conversando con Pepita, que fue la cuidadora de mi abuela -su prima, vaya-, he tenido tiempo para seguir dándole vueltas; y es que, en cierta ocasión, a ella le pregunté: «¿por qué crees tú que venimos a este mundo, Pepita?», y todavía hoy sigo recordando su respuesta: «para ser valientes». ¿Estarías de acuerdo con ella?

R: Guau, me emociona la respuesta. Fíjate, además, que esto que comentas me recuerda muchísimo a algo que yo suelo repetir constantemente en casa, que es que no debemos olvidarnos nunca de que somos seres vivos y de que, por tanto, pertenecemos a la cadena alimenticia. Es decir, aunque no nos guste hay una especie de selección natural que es la que nos permite sobrevivir en el mundo, con sus propios mecanismos y engranajes, y todos los animales -los seres humanos incluidos- tenemos nuestras propias armas y debilidades. En ocasiones, hay discursos que pueden hacernos creer que, como hombres y mujeres, somos el centro de todo, pero ni de lejos; al contrario: pertenecemos a lo mismo que pertenecen las demás especies. Dicho esto, claro que hay que ser valientes, del mismo modo en que es valiente el venado al esconderse de sus depredadores. O valientes como el escarabajo que se alimenta de excrementos para sobrevivir, que es a lo que verdaderamente venimos a la Tierra. A eso y a morir, por supuesto.

A este respecto, y ligándolo con lo que sucede en la novela, yo creo que también hay que ser muy valiente para tomar la decisión de acabar con la propia vida. Se necesita una gran valentía para ser capaces de decir: «hasta aquí», que es algo que traté de demostrar con el personaje de Diego, pero también con el de Laura, que era una persona mayor, pero que también soñaba con tener la capacidad de decidir hasta dónde -y hasta cuándo- quería llegar. Estoy harta de que nos digan que no ser valientes es huir, que los suicidas son cobardes, pero ¿no hay algo escabroso en todo esto? ¿No es acaso cobardía el hecho de renunciar a la decisión de cómo acabar con tu vida? Por supuesto, este también es un tema que al sistema le jode un montón, porque cuando nosotros realmente hablemos de estos asuntos como se merecen -suicidio, eutanasia, etc.-, estaremos hablando de tomar las riendas y el control de nuestros cuerpos y de nuestras vidas, y ahí empezaremos a cuestionarnos de verdad ciertas cosas, a exigirles respuestas, y les haremos mucho daño. Por el momento, esto no sucede porque seguimos escuchándolos decir: «sé valiente, sobrevive a todas las penurias económicas y sociales que os estamos poniendo», y es lo único que me genera contradicción. Aparte de esto: sí, claro que hay que tener valor en esta vida; nadie nos dijo que fuese a ser un lecho de rosas.

P: Y a pesar de todo, hay cosas peores que la muerte, ¿no? Algo que decías en Casas vacías y que no has querido censurar tampoco aquí…

R: Cada vez que lo pienso me voy reafirmando en la idea de que, a veces, incluso, la muerte es un alivio. No recuerdo qué andaba reflexionando yo estos días exactamente, pero sí que tenía que ver con las pocas ganas que suelo tener de asumir mi mortalidad. O sea, hasta mi propio cuerpo se manifiesta y confiesa que no quiere morirse, que desea seguir viviendo por un montón de motivos; pero soy plenamente consciente de que este pensamiento obedece al ambiente en el que vivo, que es uno que me permite seguir sobreviviendo. Sin embargo, ¿cuántos casos y cuántas situaciones hay en el mundo -que ni siquiera somos capaces de imaginar- donde la muerte podría suponer el mayor de los alivios? En este sentido, también creo que hay peores cosas que morir, y alargar el sufrimiento es una de las mayores crueldades que existen en el mundo, algo que, en muchas ocasiones, repito, sucede por culpa de las personas que están en el poder. Porque, ¿quién nos garantiza a nosotros que una persona que gane dos euros al día tejiendo ropa -por poner un ejemplo- tiene una vida que merezca la pena ser vivida, o una vida digna tan siquiera? Todos sabemos que no es así, pero preferirnos taparnos los ojos y alejarnos de lo dramático. Esto es algo muy católico, muy español y muy latinoamericano que tiene que ver con la culpa, pero cuando realmente nos ponemos frente al espejo y vemos lo que estamos construyendo nos damos cuenta de que muchas veces no es algo bueno, y por eso preferimos conformarnos con lo que tenemos y no pararnos a pensar en lo que verdaderamente significa estar vivos. Si lo hiciéramos, nos daríamos cuenta de que hay dolores muy grandes en el mundo que se aliviarían con la muerte.

Por otro lado, también hay de muertes a muertes, es decir, no es lo mismo morirte tranquilo en tu casa que morirte en pandemia y que entierren tu cuerpo en una fosa común, que es algo muy parecido a tantas y tantas que suceden en México cada día; sin embargo, unas las recordamos con mucho sentimiento y con mucha tristeza, pero otras ni siquiera son mencionadas por culpa de la narrativa oficial. Y aquí volvemos al asunto de la aporofobia, que es lo que también determina qué muertes se sufren más y qué muertes se sufren menos.

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