Hoy volvió a ingresar la abuela en el hospital. Es la tercera vez en un mes. Mamá no puede más con esta decadencia, con este estar, pero no estar. La abuela ya ni siquiera se acuerda de nosotros. ¿Qué sentido tiene seguir así? A veces veo sus vídeos. Sobre todo por la noche, cuando no puedo dormir. Me inquieta pensar que todos esos vídeos se los hice precisamente para este momento en el que ya no pudiera verla más. Creo que simplemente lo supe. ¿Debería grabar vídeos de mi abuela moribunda?, pienso a veces en la noche. Cuando muera quizá quiera ver esos también. Pero nunca los grabo.
***
El fin de semana vino Marcos de Ámsterdam. Como hacía mucho que no nos juntábamos todos, el sábado vinieron al bar de casa, ese que hace esquina, el que parece que anda en un cierre continuo. Siempre que voy, pienso que es la última vez que estará abierto porque ese aire solitario y ese descuido en el mobiliario solo puede querer decir una cosa: ruina, cierre, abandono. Pero no, siempre sigue, siempre ahí, siempre abierto. En eterna decadencia, como mi abuela.
No vino Mariana, aunque tampoco nos dijo por qué. Lo más interesante fue la historia que nos contó Marcos. Una noche en Ámsterdam, dijo, fui a un bar que hacía «micro abierto», un bar en el que la gente cuenta historias bien porque necesita desahogarse o bien simplemente porque quieren compartirlas. Las historias, dijo Marcos, no duran más de 2 o 3 minutos, y suelen ser historias que no se alejan mucho de lo que cada uno hemos experimentado. Ya sabéis, nos decía, rupturas, familias desestructuradas, alguna anécdota graciosa… La historia que os quiero contar, sin embargo, rompió todos los esquemas de la actuación, hasta tal punto que cuando terminó no quiso salir nadie más al escenario.
El chico que la contó era rubio, prototipo europeo, joven, con pequeños rizos ondulados [¿se acordaría realmente de tantos detalles?] y era más bien alto. No un alto esbelto, sino un alto escuchimizado. Aun así era guapo [no entendimos por qué él, Marcos, nos decía esto]. Cuando subió al escenario tardó un poco en hablar. Recuerdo pensar que quizá estaba esperando a que todo el mundo se callase, pero luego me di cuenta de que su silencio era más bien hijo de la duda [para ser sincero, dudo que Marcos dijera «hijo de la duda»].
Al fin, habló. Se llamaba Tom y su voz era normal, demasiado mediocre para las expectativas que generó. Un día, empezó Tom, nos contaba Marcos, alguien me dio un superlike en Tinder. Un chico, en principio, muy normalito [la valoración creo que es de Tom, pero podría ser de Marcos], me escribió «ey» sin siquiera probar suerte al match. No me interesó, ni siquiera me fijé mucho en él, nos contó Marcos que dijo Tom. A los pocos días [¿cuántos serían?], aquel chico me volvió a hablar en Grindr. Qué pesado, pensé, dijo Tom. Le dejó en visto, nos contó Marcos.
Un par de semanas después, el mismo chico invasivo [olvidé el nombre, mierda, aunque le puedo llamar Nick en el diario], un par de semanas después, Nick me agregó a Facebook y a Instagram. A Tom esto ya no le hacía gracia, nos contó Marcos, y esta situación le empezaba a preocupar. ¿Acaso no es esto acoso? [dudo que esta pregunta sea de Tom, supongo que es de Marcos]. Obviamente, le bloqueé [¿cómo puede alguien tener tanta insistencia, ser tan invasivo?].
Después del bloqueo, nada pasó. No volví a tener noticias de Nick, que dejó de intentar agregarme a todas las redes sociales. Pasó el tiempo y un día alguien me llamó, dijo Tom, dijo Marcos.
«No me cuelgues, te lo pido por favor, piensa en lo difícil que debe ser esto para mí».
¿Quién coño era?
«Soy el novio de Nick, el chico que te habló por Tinder y Grindr hace algún tiempo, ¿te acuerdas?».
[¿Se acordaría realmente? Es curioso cómo las historias siempre se tejen retrospectivamente. Cuando miramos al pasado vemos la presentación, el nudo y el desenlace, pero en el momento, en nuestra vivencia, todos los momentos son iguales].
«Está terminal», aquí Tom, indicó Marcos, hizo un silencio. Después siguió contando la historia.
«Por favor, no me cuelgues, piensa en lo difícil que tiene que estar siendo esto para mí». [¿Quién podría colgar a alguien así?].
«¿Qué le ocurre?», preguntó Tom.
Si os tengo que ser sinceros, no recuerdo exactamente la dolencia, confesó Marcos, creo que era cáncer, aunque quizá fuese otra cosa. No lo sé.
«Está en casa con cuidados paliativos y le queda poco tiempo, varias semanas a lo sumo, pronostican los médicos».
«Lo siento mucho», espetó secamente Tom.
«Te llamo, muerto de vergüenza, porque su última voluntad es acostarse contigo. Sabía que le gustabas, pero hace unos días me confesó que le dejaría frustrado, intranquilo, no haberse acostado contigo. Te llamo para pedirte que le ayudes a cumplir su última voluntad».
Estoy flipando, dijo Guille, ¿te la estás inventando? Os juro que no, contestó Marcos. Nuestra cara era un poema. Dime que no lo hizo, dijo Clotilde. ¿Qué historia habría entonces, Clo? No sé, Marcos, pero sólo espero que no lo hiciera. Aquí empezó un largo debate: yo lo haría, yo no lo haría, qué asco, qué morro, qué pobre, qué buen novio, etc. [¿Lo haría yo? ¿Cómo dejar a alguien morir con la conciencia intranquila? Pero ¿es que acaso la última voluntad es todopoderosa?]
Como os podéis imaginar, continuó Marcos, y lo digo porque obviamente la historia no acaba aquí, Tom accedió. Según dijo en el bar aquella noche, en un primer momento rechazó la idea y, medio ofendido, medio confuso, colgó al novio de Nick. Sin embargo, mi conciencia no paraba de bullir pensamientos, confesó Tom. ¿Cómo vivir con ese rechazo? [¿Cómo vivir con esa carga?]. A los pocos días, le devolví la llamada al novio de Nick.
***
Ese mismo fin de semana, sin esperar mucho más tiempo, Tom llamó al telefonillo de la casa de ambos. Subió, y el novio de Nick le saludó con un frío «hola» [¿cómo se debió sentir el novio? ¿Por qué frío? ¿Esta valoración es de Tom o de Marcos?]. Cuando entré al cuarto dispuesto a cumplir la última voluntad de Nick, vi en la cama a una persona raquítica y débil, cuya juventud contrastaba con su decrepitud, dijo Marcos que describió Tom. Tenía puesto el oxígeno y al verme entrar dijo algo, no lo recuerdo con precisión, reconoció Tom, pero era algo en tono jocoso, algo del estilo: «sabía que al final te gustaba», acompañado de una sonrisa chulesca.
Pero ¿cómo se va a follar a alguien así, en ese estado, por favor?, dijo Patri.
[Te imagino, Tom, parado en el marco de la puerta, dándote de bruces con la realidad. ¿No te lo habías siquiera imaginado? ¿Qué esperabas? ¿Un chaval ligeramente decaído? Se está muriendo, Tom, se está muriendo].
Efectivamente, Patri, dijo Marcos, a Tom también le impactó. Como os podéis imaginar [¿quiénes? ¿quién dijo esto?], el ambiente era todo menos erótico. Necesité dos viagras y medio gramo de coca para obviar lo evidente y no oler el hedor de la muerte. Al final lo conseguí, dijo Marcos que dijo Tom casi en un susurro, al final se me levantó. Las posturas no admitían mucha variabilidad; bueno, a decir verdad, sólo una postura era posible: el misionero con Nick debajo. [¿Qué estaría haciendo el novio en ese instante? ¿Qué pensaría?].
Empezamos a follar. Iba tan puesto que incluso disfruté a ratos. Me sentía poderoso. Veía cómo gozaba y me sentía poderoso. Al rato, los ojos de Nick empezaron a quedarse en blanco. ¡NO!, gritó Irene, ¡NO, POR FAVOR! Marcos sonrió, no tanto por la salud de Nick, sino por nuestra entrega aquella noche. En ese instante en el que tenía los ojos medio en blanco, siguió contando Tom, Nick me susurró: «¿eres mi ángel de la guarda?». Le dije que sí, que lo era y que había venido a llevarle, que podía ir en paz, que yo estaba aquí y que no tenía nada que temer. Se lo decía mientras le embestía. Acto seguido, dijo Marcos, Nick muere.
[Esto, sin duda, es el punto que más me duele, el que más ampolla me levanta, en el que más me distancio de Tom. Hasta aquí yo también me habría sentido atrapado por la fuerza de la historia, ¿cómo decir que no a una última voluntad? Pero no, esas ínfulas de ser el ángel de la guarda; no, Tom, eso no. ¿Quién te crees? ¿No crees que es tu frase la que he le ha podido matar? Me pesaría a mí toda mi vida].
El novio de Nick [¿dónde estabas hasta ahora?] se derrumbó, se rompió y cayó en el sofá destrozado [¿había un sofá? Creo que Marcos no lo mencionó antes. ¿Lo dijo Tom?]. Yo estaba pálido, dijo Tom, no sabía qué hacer e iba hasta las cejas, pero aun así le intenté consolar: «lo siento mucho, lo siento de veras…», dijo Marcos que le decía Tom. Entonces, al novio de Nick le empezó a dar un ataque de ansiedad: se agitaba, respiraba a bocanadas y tanto más fuerte respiraba, tanto más aire parecía que le faltaba. Tom estaba agobiado, sobrepasado por la situación [y encocado, con una erección química] y no sabía qué hacer. Le cogió por los brazos y le obligó a mirarle a los ojos en un intento desesperado de parar un coche cuesta abajo y sin frenos. En la cúspide del ataque, en el momento de mayor ansiedad y tristeza, el novio de Nick, ahogado de ansiedad y de pena, le dijo a Tom: «Fóllame».
«¡¿Qué?!».
«Que me folles. Necesito relajarme, fóllame, que me va a estallar el pecho, fóllame, te lo pido si no quieres que me muera, fóllame porque te juro que no puedo respirar, fóllame o dame dos hostias, ¡FÓLLAME!».
Me intenté alejar, pero el novio se acercaba y ahora era él el que me cogía con violencia: «¡Que me folles!».
DIME QUE NO LO HIZO, dijo Patri. Tom está fatal, dijo Clo. Te lo estás inventando todo, Marcos. Os juro que no. Bueno, sigo: Tom lo hizo. Cogió al novio y le puso contra la pared con violencia [¿cómo sabía Marcos tantos detalles?] y a cada embestida el novio parecía recuperar un poco de aire. Su ansiedad se iba. CON EL CADAVER AHÍ, ESTOY FLIPANDO. Qué queréis que os diga, es lo que él contó. Seguro que también acaba con él [no sé quién dijo esto, la verdad]. MARCOS, NO ME JODAS, ¿ACABA CON ÉL? Sigo con la historia.
Según contó Tom, ninguno se corrió, sino que la ansiedad dio paso a un leve llanto; la agresividad se hizo fragilidad; y la violencia, tristeza. Cuando esto ocurrió, Tom sacó su miembro y lo dejó ahí, solo, con el cadáver de su pareja, llorando. Tom se fue. ¿Aquí acaba?, dijo Patri. No, contestó Marcos. Tom estaba destrozado. Bueno, no sé si destrozado [¿cómo que no sabes? ¿No estabas contando la historia de forma literal?], pero los hechos habían sido abrumadores. Me fui a una discoteca, dijo Tom, y me follé a dos chicos más hasta que se me bajó la viagra y la farlopa. A la mañana siguiente, intenté olvidarme de todo aquello. ¿Cómo «olvidar», Marcos? Pues olvidar, eso fue lo que dijo. Pensaba que todo había acabado, dijo Tom, pero a las dos semanas me llegó a un mensaje al móvil. LO SABÍA. Calla, déjame terminar. Le llega un mensaje al móvil que dice «¿qué haces?». SE ENAMORAN. CALLA, GUILLE. ¿Y qué le contestó, Marcos? Tom cogió el móvil, abrió el mensaje y … ¿Y QUÉ? Y le bloqueé, dijo Tom. ¿Y ya?, dijimos todos sorprendidos. Y ya, chicos. Pues vaya. La mejor historia que he escuchado. Yo creo que es mentira, se lo está inventando el cabrón. Qué más da eso, dije yo.
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Hoy también pensé en Paula, ¿cuándo voy a dejar de pensar en ella?
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