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Cuna y tinta

Hay acontecimientos que te cambian para siempre, como las leyendas que te contaban tus abuelos, el matrimonio o ver a tu hijo crecer. Seguramente, a Mateo también le cambie la vida cuando, de mayor, lea esta maravilla sobre escribir y criar a la vez, escrita -cómo no- por su padre Manuel.

No, las mierdas no son de goma ni el orín es azul como aparece en los anuncios de televisión. Las horas pasan líquidas por el reloj y el día se estruja como un estropajo en el fregadero. El ordenador observa desde la mesa del escritorio como un náufrago que pide rescate mientras tus tripas gritan a las musas. Pasas por el pasillo en busca de toallitas o un pañal limpio y lo ves allí, rodeado de tus libros, como un preso que hace las marcas en la pared. Por ello los huecos de silencio son rincones oscuros para acudir como adictos trasnochados. Disfrutas bajo la lamparita vertiendo las palabras, completando un párrafo y mirando por la ventana la profundidad de la noche. Te sientes como un pianista fugitivo golpeando las teclas en una casa vacía a la que has pasado a robar. Envuelto en una calma artificial te sacias con un pie puesto en la habitación donde aguarda la madre y la cuna.

En el oasis del sofá recuerdas las leyendas de los ancianos que, a la sombra, en un rincón perdido de Castilla la Mancha, contaban a unos niños deseosos de fantasía. Las del camino maldito que se tragaba los carros y las mulas y luego escupía restos de ruedas y aperos de labranza en las cunetas. O aquella sobre las ruinas de una ermita que nunca se terminó de construir porque la Virgen se había aparecido a un pastorcillo de otra localidad. Casi percibes de nuevo aquel olor a tabaco negro, loción de afeitado y el calor de los poyetes de piedra en el culo. ¿Cómo es posible que Tolstoi construyera su obra con trece hijos?, te preguntas mientras escribes los retales de aquellas fábulas en una nota del teléfono móvil. La palabra herencia ha cambiado desde que Mateo llegó a nuestro mundo. Los miles de lectores con los que soñaste —y a veces sueñas— se han reducido por el momento a uno que apenas conoce el significado de literatura. 

Durante el día sigues buscando rincones para crear y a veces te puede la culpa de no ayudar demasiado a tu pareja. Agradeces su infinita entrega, su rendición para salvarte durante unas horas de obligaciones compartidas. La esquivas seducido por los cantos dulces que salen de tu antigua habitación. De aquella en la que los fines de semana pasabas las horas muertas entre libros, pinceles y proyectos literarios. En algunos momentos olvidas que hay quien grita por hambre o sueño y te lanzas con la antigua sensación de tiempo infinito. Pero pronto esa pequeña voz rota de cristal despierta tu liturgia y claudicas ante su llamada de socorro. Guardas las pocas frases con sensación de sal en la boca y lo abrazas, lo abrazas como si quisieras meterlo en tu pecho. Ya no hay desazón, y te dejas llevar hasta la próxima oportunidad.

Llega otra vez la noche y observas su inocente rostro sobre las sábanas de coralina. Es imposible que la literatura se enfrente a la vida, te dices, pues se nutren mutuamente. Esa palabra herencia que te golpea los dedos cada vez que te sientas a escribir es la que te arrastra a contar. Las historias de los viejos, los libros que leíste, los cuentos que aún están por escribir, todo aquello es como una lluvia torrencial que cae en un caudal seco. Que rápido lo alimenta y lo cubre de hierba y peces. No hay ningún secreto para crear mientras el niño es niño. No te engañas, la sociedad se golpea frente a muros de anuncios de cosméticos y filosofía forever young. Es un camino elegido y como en todos habrá valle y piedras. Sin embargo, abres el cuaderno de piel donde anotabas las ideas de aquellas novelas que creías que se venderían por millones. Allí vuelcas a tinta los sueños y las vivencias que deseas que con el tiempo busquen sus ojos. «¿Qué es la literatura sino el traspaso de la vida?» escribes mientras, bajo una noche cerrada, abres de nuevo el ordenador.

Acerca de Manuel Molina

Manuel Molina (Daimiel, 1984) es graduado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Ha publicado la novela 'Arena en la garganta' (Acen editorial) y varios relatos sobre el mundo rural para antologías en la editorial Playa de Akaba. Desde hace años participa con artículos de opinión y cultura en medios regionales manchegos. En la actualidad se encuentra inmerso en su segundo proyecto literario.

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