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Nicolás Meneses: «Soy disciplinado con lo que me divierte»

Si hay libros que son como «pan caliente», tal y como escribiera el periodista chicharrero Juan Cruz, 'Panaderos' (Barbarie editora, 2022), de Nicolás Meneses (Buin, 1992), es el resultado de un excelso obrador.

«El olor de los panes es diferente en cada panadería. Muy diferente (…). Aun así, sigue siendo un olor que me calma, que me hace sentir tranquilo. Me hace querer tirarme entre los quintales de harina a dormir un rato mientras se cuece todo el pan del día», pero ¡cuidado! Que dormirse cerca de un horno, una prensa o una sobadora puede ser también mortal. Esto es, al menos, sobre lo que Nicolás Meneses (Buin -Chile-, 1992) pretende advertirnos en su novela Panaderos (Barbarie editora, 2022), una historia sobre el pan nuestro de cada día, sí, pero también sobre los riesgos laborales que sobrevuelan su elaboración -de los que sabe bastante, pues, antes de escribir sobre una panadería, la trabajó-, la camaradería, el gusto por la pega bien hecha, el disgusto por la precariedad y el asidero de la religión. En fin: tal y como reflexionaba el periodista chicharrero Juan Cruz durante el confinamiento, «en la escuela y en la vida hay libros que se imponen como un deseo tan urgente como el pan», y la obra de Meneses, evidentemente, lo suscribe.

PREGUNTA: Escribía el autor venezolano Eugenio Montejo, cuyo padre «había aprendido de un muchacho el oficio de panadero», que del taller blanco -que era como él mismo llamaba a la panadería «que cobijó buena parte de [su] infancia»- se trajo «el sentido de devoción a la existencia (…). La atención responsable a la hechura de las cosas, la fraternidad que contagiaba un destino común, en fin, la búsqueda de una sabiduría cordial que no nos induzca a mentirnos demasiado (…) y muchas otras enseñanzas de que me valgo cuando encaro la escritura de un texto». ¿Añadirías alguna lección más, partiendo de tu propia experiencia?

RESPUESTA: La panadería que le tocó vivir y encarnar al padre de Montejo es muy diferente a la de un supermercado. En la que estuve, por ejemplo, no se le da tanta importancia a la hechura, los criterios se invierten por una máxima de producción. Si hay una lección que añadir desde la panadería que viví es la precaución y la distancia ante la estética moderna; he visto maquinaria antigua y era terrorífica: bateas, ganchos y motores monstruosos; hornos descomunales, todo muy barroco. La maquinaria moderna es mucho más letal, pero en apariencia inofensiva.

Respecto a la escritura, creo que también se podría añadir la rapidez de un proceso apoyado por la tecnología. Escribir en un celular, en un notebook, con aire acondicionado y darle valor a esa empresa. No romantizar la escritura como algo que se está haciendo y nunca acaba, que debe tiempo y paciencia e inspiración. Entender que cada proceso de escritura puede ser auxiliado por la comodidad de las máquinas y de ahí pueda salir algo bueno. Hay libros que ya están escritos en el cuerpo y solo hay que sacarlos, como Panaderos. Y mientras antes, mejor. Cada uno tiene su metabolismo.

P: Por otra parte, ¿crees que podría darse la situación de manera inversa? Es decir, ¿qué aprendería un panadero -o cualquier profesional que desempeñe una actividad física parecida- en el taller de un escritor?

R: Entender la escritura como un ejercicio muscular. Creo que es algo que se pasa mucho por alto. Si la escritura no tiene constancia, no tiene movimiento, se atrofia, se entorpece. Y al mismo tiempo la posibilidad de llevar más allá el lenguaje a partir del trabajo y la constancia, con método, no escribir por escribir. La noción de oficio, en resumen.   

P: «Ante todo, en la panadería se trabaja en equipo. No tanto por exigencia de la empresa, por mantener el ritmo, ni por obligación de la tecnóloga. ¿Por qué?, pregunto. Porque es mucho más divertido», señalan los personajes de la novela. Y es que, puestos a currar, mejor hacer las cosas entretenidas, ¿verdad? ¿Dirías que ocurre lo mismo a la hora de trabajar en una obra literaria? En tu caso, ¿qué prefieres: la diversión o la disciplina?

R: En mi caso, priorizo la diversión y luego la disciplina. Con Panaderos me pasó que, en primera instancia, fue un diario de la panadería que no duró más de una semana: me resultó tremendamente aburrido repetir lo que vivía todos los días. Así que cambié el objetivo y terminé estableciendo el rumbo ficticio de la novela a partir de las inquietudes de un protagonista. Si Panaderos es una novela que tiene un ritmo fatigoso, como si se estuviera trabajando junto a los personajes, es precisamente lo que buscaba: meter al lector a un ambiente pesado a partir de una mirada obsesiva. Eso me divirtió. La novela la terminé en muy poco tiempo y corregir fue lo más aburrido. Tuve que releer tanto la novela que terminé despreciándola. Algo que no me pasa editando libros de otras personas, por ejemplo. Para resumir, soy disciplinado con lo que me divierte.  

P: William Fuentes, el protagonista de Panaderos, vive obsesionado con los riesgos laborales. ¿A ti también te ocurre? Siendo autor, de hecho, ¿cómo convives con la idea de arriesgarte en cada nuevo reto?

R: La obsesión por los riesgos laborales de William es algo que le presté al personaje. He escrito mucho de eso, de cómo la imaginación y los riesgos son una mezcla enfermiza para cualquiera. Crecí viendo montón de accidentes, padecí algunos terribles, que dejaron secuelas que nunca voy a superar. Escribir Panaderos fue establecer una tregua con eso. Y sigo renovándola constantemente. En mi vida he domesticado un poco la idea del riesgo. Me abro a nuevos territorios por diversión, pruebo nuevas cosas. No tengo mucho que perder y generalmente las cosas funcionan si se hacen bien.

P: En una panadería, las recomendaciones pueden parecer más o menos claras: «cuidado con apretarte, con cortarte, con quemarte, con aplastarte, con agarrarte, con electrocutarte, con esguinzarte, con amputarte, con quebrarte, con pegarte, con morirte»; sin embargo, ¿qué clase de advertencias le darías a quien escribe?

R: Cuidado con creerte especial, con los clichés, con copiar excesivamente. Cuidado con el arribismo cultural, con menospreciar las historias que tienes al lado, creer que la literatura es algo mágico, que da estatus, con dar juicios categóricos, con creer que tu propuesta es la única. Cuidado con tratar de analizar todo a partir de la teoría, de las normas y de tu grado académico. Cuidado con leer mucho y vivir poco. Cuidado con no escuchar en la calle, en el trabajo, en la casa. 

P: Debemos recordar que toda la preocupación que sobrevuela a la familia del protagonista nace de un accidente que terminó provocando la amputación de una de las manos del padre de William, precisamente. Desde luego, me parece una coincidencia curiosa con la novela Space invaders (editorial minúscula, 2022), de tu compatriota Nona Fernández, donde también aparece una mano «ortopédica», consecuencia de un imprevisto militar. ¿Es Chile, acaso, un país asolado por la recurrente posibilidad de desmembramiento?

R: El germen de la idea de Panaderos, la de los trabajadores que quieren automutilarse para obtener una compensación y dejar de trabajar, es real. El régimen laboral de Chile es monstruoso: explotación brutal y bajos salarios. Pienso en la idea económica que sustenta la desigualdad en Chile: sacrificarse por las nuevas generaciones, ganarse su lugar en el mundo, abrirse paso respetando las reglas del neoliberalismo. Las familias se sacrifican para que sus hijos tengan estudios, dejando de lado su propia vida. En este sálvese quien pueda, muchos terminamos desmembrados, ya sea física, emocional o psicológicamente. Por otra parte, siendo más concretos, Chile es un país minero, agrícola y manufacturero. Todas esas industrias producen cientos de accidentes. Dos clásicos de la literatura chilena, Subterra y Subsole, de Baldomero Lillo, dan cuenta de esa brutalidad desde hace más de un siglo.

P: A pesar de la coincidencia anterior, ambos ejemplos cuentan con insalvables diferencias. Entre ellas, que el personaje de Nona «tenía varias [prótesis] (…), las guardaba en un mueble especial. Todas de madera, de raulí, de alerce, todas trabajadas únicamente para él, a su medida, para que no sintiera la falta del miembro ausente»; mientras que el tuyo, «aunque le exigieron que usara una prótesis, (…) se niega. Prefiere el vacío, que la imaginación haga carne sus dedos, su muñeca». ¿Consideras que estas dos opciones podrían llegar a ser -cada cual a su modo, claro- suficientes? Siendo la imaginación un recurso para romper con las barreras de lo posible, y el reemplazo, aunque sea más o menos doloroso, una alternativa asequible, ¿dónde encontraríamos sus límites?

R: Creo que ambas alternativas son posibles porque son respuestas a dos realidades totalmente distintas. Creo que la respuesta se encontrará, también, en cada caso, en cada individuo. Pienso en el padre de William, quien se acerca a Dios y acepta vivir con la carencia, se vuelve fanático religioso para tapar ese vacío, exaltando el sufrimiento. La religión exalta aquello. Creo que el personaje de Nona no acepta esa ausencia y, ante la falta de respuestas, busca algo material y concreto. En ambos casos necesitan prótesis, solo que el padre de William aceptó una omnipresente y etérea y el personaje de Nona no. Ambas me parecen suficientes y creo que su límite se da en el lenguaje: la rotundidad de la madera o la rotundidad de Dios.

Imagen de cubierta de ‘Panaderos’ (Barbarie editora, 2022), obra del artista Marcos Roda Fornaguera.

P: Lo repites varias veces a lo largo de la obra: «trabajar es autodestructivo. Cualquier movimiento dentro de un horario es autodestructivo». Pero, si te parece, establezcamos prioridades: ¿de qué deberíamos librarnos primero: del trabajo o de la jornada laboral?

R: Lo que dice el narrador se enmarca en un contexto muy específico: el trabajo en la panadería y el campo. Los oficios pesados son tremendamente desgastantes y autodestructivos. Pienso que reducir la jornada laboral en estos oficios o avanzar hacia la mecanización es una solución posible. No se puede someter a horarios extensos a personas en ambientes mecanizados. Una ventaja de la panadería tradicional a la industrial es el corte del pan: en la tradicional se hace a mano y en la mecanizada con un mesón automático. Cortar pan a mano es tremendamente dañino para la muñeca. Creo que el punto, en todo orden de cosas, es encontrar un equilibrio.

P: Una vez cubiertas nuestras necesidades materiales quizás podríamos volver a preocuparnos -de nuevo- por nuestras demandas espirituales, ¿no? En Panaderos, esa clarividencia parece personificarla el padre, quien, inválido y parado, acude a los salmos y a las predicaciones en busca de una nueva oportunidad. En el fondo, resulta paradójico: cuando no tenemos trabajo, rezamos a todas horas para que nos lluevan las ofertas; y luego, cuando lo tenemos -o cuando vemos que hemos perdido la oportunidad para siempre-, dejamos de rezar. ¿Esto en qué lugar nos deja? ¿En qué creemos ahora y en qué cosas hemos dejado de pensar?

R: Como en todo tipo de cosas, creo mucho en el equilibrio. Creo que el ocio y ocuparse de las inquietudes internas es parte fundamental del ser humano, prioritaria, que debiera guiarse con un proceso educativo, incluso pensando que nos lleve a muchos lados. Desde siempre hemos estado encerrados en el trabajo y ese espacio espiritual se da muy poco. La verdad es que la pregunta es muy abierta y muy grande para responderla. Me recuerda a un fragmento de una película de Raúl Ruiz, donde un entrevistado dice que Chile no se puede entender por más que tratemos. Estamos en un lugar y un tiempo muy vertiginoso que está cambiando todo el tiempo. Chile sigue siendo un enigma para mí y no sé hacia dónde vamos. Solo sé que ahora debiésemos creer con fervor en las políticas ecológicas, en el decrecimiento, en el desarrollo científico, en la educación, en el feminismo. 

P: En este sentido, si «el apocalipsis sería un buen momento para vender pan», ahora, que parece que estemos continuamente ante las puertas de la catástrofe, ¿para qué sería un buen momento?

R: Para parar de producir tanto y encontrar nuevas formas de construir sociedad y organización. Para educarnos y aprender y disfrutar de tantas obras que se han creado en todas partes.

P: Con todo, y tal y como nos enseñaste a través de William Fuentes y su familia, lo que nos llevaremos con nosotros será la sensación de haber cumplido y una buena conciencia, más allá de los sueldos y contratos que hayamos logrado encadenar. En el oficio de la escritura, ¿el mejor premio es también la satisfacción personal?

R: Sí. Pensar en el éxito de un libro y hacer vida de escritor no me importan en absoluto. Me gusta terminar y publicar un libro por el objeto. Nunca los vuelvo a leer, pero verlos impresos, desde la portada hasta los interiores y después en una estantería es muy emocionante. Que luego algún lector o lectora te lo comente, fabuloso, pues ellos le dan vida a los libros. Tampoco es escribir por escribir.    

P: Y dinos: ¿Nicolás Meneses ya está satisfecho o aún le quedan cosas por contar?

R: No estoy satisfecho con ningún libro que he publicado. Por ahora estoy terminando de publicar las cosas que escribí en un periodo muy específico. Luego no sé qué haré, pero tengo muchísimas ideas en la cabeza. Ahora me dedico a la edición y la docencia y me gusta mucho publicar libros de otras personas. Eso me ha tenido tres años sin escribir nada. La editorial me ha llevado a mundos tan fascinantes como la literatura de fútbol latinoamericana, el manga, el cómic, el libro objeto, la literatura social chilena, el webcómic, la historia del diseño editorial. Volveré a escribir cuando tenga algo indispensable que contar. No sé cuándo, pero sí serán muchas cosas.

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