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‘Feria’, de Ana Iris Simón: costumbre, familia y estupor

Admite Ana Iris Simón en su debut literario, 'Feria' (Círculo de Tiza, 2020), que un día descubrió que «si lo que más me gustaba era escribir sobre la familia y la costumbre quizá es que lo que me gustaba no era escribir, sino la familia y la costumbre», y, tras leerla, creemos que tiene toda la razón.

«Era hacia adentro, era silencio y quietud, dulzura y abnegación; (…) y a todas esas cosas es muy difícil escribirles porque es muy difícil acotarlas, todo lo envuelven y abarcan, todo lo arrullan y el todo no se puede ni ver ni escribir».

ANA IRIS SIMÓN, FERIA (CÍRCULO DE TIZA, 2020)

Cuando era pequeño recuerdo cuánto me gustaba preguntarle a mi madre si a ella, por algún casual, no le hubiera gustado ser actriz o cantante, incluso modelo o salir de vez en cuando por televisión. «¿Yo? ¿Famosa? ¿Para qué?», me respondía. «Pues para que te conozca todo el mundo, mamá. Yo creo que a ti debería conocerte todo el mundo», y ya se encargaba ella de zanjar la discusión. Evidentemente, sigo creyendo que mi madre hubiese sido una muy buena actriz, una muy buena cantante, una muy buena presentadora; y, tal y como escribe Ana Iris Simón en su debut literario, Feria (Círculo de Tiza, 2020), «igual también eso es el amor: hablar de alguien siempre que uno puede y pensar cuando se habla de ese alguien que ojalá todo el mundo lo conociera y que qué pena que no todo el mundo lo conozca». Y, claro, yo por aquel entonces creía que la solución pasaba por que todo el mundo conociera a mi madre.

En el fondo, no es algo tan raro. Hace años, Francisco Umbral también idealizó la figura materna en una de sus más sentidas novelas biográficas, El hijo de Greta Garbo (Destino, 1982), y también la comparó con una estrella. «Cuando mamá era, como he dicho, la conciencia estética de la ciudad, la Greta Garbo que no precisaba imitar a Greta Garbo, como las demás, porque ella tenía su manera de ser y no ser Greta Garbo, en aquellos tiempos el concierto giraba un poco o un mucho en torno de ella, que llegaba de blanco, que había llegado, no sé, no recuerdo, desde siempre, desde antes de nacer yo, y luego, años más tarde, conmigo de la mano, y quienes no lograban conversar con ella, en el entreacto o a la entrada o a la salida, conversaban conmigo, como esos cortesanos que, perdido el favor de la reina, aún saben y practican juegos con que distraer al principito». Por su parte, Ana María Pérez Martínez, que así es como se llamaba la progenitora de Umbral, tampoco llegó nunca a convertirse en actriz; pero ya ven cuánto lo necesitaba.

Hay en Feria -y hay en Ana Iris Simón, por supuesto- bastantes cosas genuinas en torno a la familia, la costumbre y la relación maternofilial. Por ejemplo, en el hecho mismo de que la autora no pueda referirse a su madre «como mamá», pues con seis años se dio cuenta de que «todo el mundo tenía una madre y yo una Ana Mari», y que por eso mismo «no podía relegarla a ser solamente eso ante el mundo porque para mí, de hecho, nunca había sido solamente eso. A alguien que se expande, como el universo, no se le puede arrebatar el nombre». ¿Y es que ustedes se imaginan ir a ver un taquillazo y que, de repente, la actriz principal, la estrella, saliera en los créditos finales como «mamá»?

Ahora que lo pienso, yo no sé siquiera cómo hubiese reaccionado si mi madre me hubiera tomado en serio y hubiese hecho carrera en los platós de televisión o en los grandes estudios de Hollywood; y tampoco es algo extraño. No en vano, cuando somos críos «solemos pensar a nuestros padres solo en relación con nosotros (…) e igual hacerse adulto es darse cuenta de que no son solo en relación con nosotros. De que no son solo padres, nuestros padres», y de haber sido importantes en el mundo de la farándula mi percepción seguro que hubiese cambiado. Haga lo que haga, además, una madre «está siempre condenada al reproche porque es el amor primero, el amor puro y el dolor sobrevenido de no poder ser el otro, de no poder ser uno con el otro, imposible siempre de satisfacer. La decepción primigenia viene, como el amor primigenio, de la madre».

Imagino que uno, de pequeño, tiene la suerte de vivir sus propias fantasías como si ocurriesen de verdad; que si sueña con vivir con su familia del mundo del espectáculo es, sencillamente, porque su familia es espectacular y quiere que todo el mundo lo sepa. También hay cierto recelo, evidentemente, pues no es lo mismo compartir que disfrutar en exclusiva de lo que a uno más le divierte; pero hay que decidir, como cuando en la película Verano 1993, de Carla Simón -¡anda!, ¿otra más del clan de los Simones?-, su protagonista, Frida, descubre que es más divertido compartir las cosas buenas con los demás, aunque sea montándote tu propia película y jugando a las mamás con tu nueva hermanastra, o regalándole una de tus muñecas cuando planeas fugarte de casa, que escondiendo a los seres queridos en el bosque y mintiendo para no decirle al resto dónde están.

Sobre su padre, por ejemplo, Ana Iris Simón cuenta una cosa preciosa a mitad de la novela: «Creo que aprendí a escribir de él, que aprendí a escribir por él (…). Años después iría a la universidad y estudiaría Periodismo durante cinco cursos sin que nadie me enseñara nunca nada más importante que lo que me enseñó mi padre en segundo de primaria: que cuando uno escribía, cuando uno miraba, había que ser siempre el ratón y que nunca había que hacerse la chulita. Y que se necesitaba valor para ambas cosas». Leyéndolo, y reflexionando acerca de todo lo anterior, uno se da cuenta de que para ser actriz, o cantante, o modelo, o presentadora, es obligatorio tener un poco de arrojo y demostrar un poco de osadía; pero no más que la necesaria para lograr sacar adelante a una familia, criar a los hijos o aguantar enamorado -y en pareja- toda la vida. Dice también Ana Iris al principio de Feria que «la noche en que Jaime me dijo que no teníamos hijos porque no queríamos pensé que si lo que más me gustaba era escribir sobre la familia y la costumbre quizá es que lo que me gustaba no era escribir, sino la familia y la costumbre».

A mí, desde luego, que lo que más me gusta en este mundo es escribir -y que aprendí a escribir, como en su caso, motivado por mi padre, que siempre le fue fiel a los ratones-, me ocurre como a ella: puede que esté dispuesto a sacrificar algunas cosas por la literatura, pero jamás vendería a mis padres por un puñado de letras de molde, que es lo que solía aconsejarle Faulkner a los escritores principiantes. ¿Lo primero? La familia y la costumbre. ¿Después? Escribir. Y entre medias: leer, compartir y recomendarle Feria a todo el mundo.



*Los artículos no suelen dedicarse, pero esta vez me gustaría hacerlo: a Mari Cruz, mi madre, que se llama igual que una de las dos abuelas de Ana Iris. A Javier, mi padre, que tiene el mismo nombre que su hermano.

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