«Me pregunto si existe lo que todavía no tiene nombre, dónde se encuentra la frontera de la luz y la sombra, de lo vivo y lo muerto, de la madre y el hijo, del ser y el no ser, de la noche y el día, del sueño y la vigilia. ¿A quién pertenecen los espacios limítrofes?», se cuestiona Marta Barrio (New Heaven, 1986) en su última novela: Leña menuda (Tusquets, 2021), ganadora del Premio Tusquets Editores de Novela y resultado de una confesión inolvidable. Porque hay asuntos que aunque no nos gusten debemos de nombrar, como es el caso de las interrupciones (in)voluntarias del embarazo, el turismo abortivo, las maternidades complejas y todo lo que nos invita a reflexionar acerca de cuáles son nuestros auténticos derechos y hasta dónde llega nuestra libertad. En este Día de la Madre, por tanto, y tal y como hiciéramos el año pasado entrevistando a Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) por Casas vacías (Sexto Piso, 2020), queremos subrayar la insolvencia de otras realidades conflictivas e inaceptablemente silenciadas. Ya nos lo dijo Marta antes de empezar: «el Día de la Madre es una jornada que a algunas nos molesta un poco porque en ella resulta todo demasiado edulcorado, y a veces contar otras historias también es necesario. Me parece hasta casi divertido que vayamos a mostrar otra cara del asunto», y, efectivamente, de eso se trata.
PREGUNTA: Al principio de Casas vacías, Brenda Navarro escribe: «después de que nacen, la maternidad es para siempre». Por otro lado, y dándole vueltas a esta idea, en Leña menuda tú explicas que «según el DRAE, se es madre por concebir, aunque no llegues a parir o des a luz a niño muerto», para que la voz narradora termine coincidiendo con la autora mexicana y admitiendo lo siguiente: «Soy madre, aunque ya no tenga hijo». En su momento, a Brenda le preguntamos por las consecuencias de esta compañía perpetua; a ti queremos preguntarte justo por lo contrario: ¿cómo es capaz de enfrentarse una madre, precisamente, a una ausencia eterna?
RESPUESTA: Lo cierto es que estos días he estado pensando mucho en esa definición del diccionario, sobre todo a raíz del tema de Ucrania y de aquella noticia que salió hace unas semanas en la que una señora española distinguía [refiriéndose a la mujer ucraniana a la que había contratado como vientre de alquiler] la maternidad del embarazo argumentando algo así como: «la madre soy yo», ella es simplemente la «gestante»; pero, claro, si según el DRAE «se es madre por concebir», lo que estaba haciendo esta señora realmente era robarle el nombre, borrando a la persona que se encontraba detrás de la maternidad, y es un ejemplo perfecto para reivindicar el poder crucial de lo que implican las palabras hoy en día.
Por otro lado, hay ausencias que nos acompañan para siempre. Es algo que estoy descubriendo en los clubes de lectura, cuando de repente hay mujeres que se ponen a llorar y me piden perdón; y yo, claro, digo: «no, no, de perdón nada. Si el hecho de haber llegado a conectar con personas que han pasado -o están pasando- por el proceso del duelo perinatal o haber logrado conmover, remover o incluso ayudado a cicatrizar viejas heridas que siguen abiertas es lo más bonito que me ha podido pasar con la novela»; porque conectar con una emoción real es algo inigualable. Al fin y al cabo, esta novela nace de una confesión particular, pero en cada uno de los clubes de lectura a los que estoy yendo me encuentro a una persona distinta que me cuenta una historia parecida; y es que hay procesos de duelo y ausencias que son capaces de acompañarnos durante toda la vida, como le ocurrió a una lectora que admitía que seguía llorando 40 años después, que tenía un llanto que nunca acababa debido a un niño que jamás llegó a nacer. El dolor y la pérdida -muchas veces conflictivas, pues han sido tapadas- siguen ahí, asomándose exclusivamente en la intimidad -casi nunca en el espacio público y muy pocas veces en espacios femeninos-, y que este libro haya servido como bálsamo, haya acompañado o al menos haya permitido que determinadas mujeres se sientan menos solas en esta situación es lo mejor que ha podido pasarme.
P: ¿Por qué le toca a la mujer afrontar ambas facetas: la de la felicidad infinita si todo sale bien, sí, pero también la de la tristeza inconsolable por la pérdida? ¿Dónde está el hombre?
R: Yo creo que todo esto tiene que ver con la violencia estructural que vivimos: en cuanto a la desigualdad salarial, en cuanto a las posibilidades reales de reducción de jornada -porque: ¿cómo vas a reducir la jornada del hombre, que es quien suele percibir el sueldo más alto de la pareja?- y también en cuanto a la cultura empresarial que tenemos en España, cuyos horarios son en muchas ocasiones alocados e incompatibles con una paternidad -o maternidad- responsable. Porque si tienes que ir a recoger al niño al colegio a las cinco de la tarde y te ponen una reunión a las cinco y media siempre van a surgir conflictos. Algo parecido sucede con la baja de paternidad y el debate en torno a la necesidad de que sea -o no- obligatoria, pues cuando asuntos así son optativos se pueden llegar a convertir en objeto de chantaje -que, de hecho, es lo que sucede a veces-. Al final, para favorecer la conciliación necesitamos muchos cambios, como por ejemplo un empuje en las cuestiones relacionadas con el teletrabajo o los nuevos horarios laborales, elementos que nos permitirían empezar a poner la vida en el centro y también a los hombres conquistar los espacios de crianza. Porque yo no creo que los padres no quieran cuidar a sus hijos, lo que yo creo que ocurre en muchos casos es que la estructura está conformada de tal manera que no se les permite llegar a todo; así que, bueno, en este sentido el derecho a ejercer la paternidad también estaría bien que se garantizase.
P: Otra similitud entre Casas vacías y Leña menuda a la hora de tratar el papel que juegan los hombres en todas situaciones así es la aparente limitación emocional que suelen mostrar ante un aborto y ante todas las circunstancias que lo rodean. Por su parte, Brenda anota: «cuando a Rafael le valió madre lo del aborto ya no lo veía igual, pensaba bueno, él no tiene la culpa (…), pero sí sentía feo, nunca lo vi triste por perder a nuestro bebé». Y tú: «odié a A. por no entenderme, y por no tener que pasar él por esta experiencia macabra (…). Este dolor nos separaba, porque era un dolor que para él no existía». ¿De dónde surge esta falta de empatía real, esta incapacidad de los hombres por ponerse en la piel de las mujeres que ven interrumpido su embarazo?
R: El embarazo, el parto y la pérdida de un hijo son cuestiones que han estado intrínsecamente ligadas a lo femenino, tanto que hasta hace no mucho a los hombres no se les dejaba entrar siquiera a los paritorios. Al final es un cuerpo ajeno al suyo, que no conocen, donde ellos no sienten la misma conexión que una madre puede sentir cuando empieza a notar las pataditas o los movimientos de su bebé dentro de su barriga. Esta es una conexión emocional que se establece desde muy temprano, y necesariamente ella va a sentirlo todo en comunión, de un modo mucho más visceral, porque al fin y al cabo lo lleva dentro. De este modo, en un aborto el duelo ataca de una forma mucho más directa a la mujer porque es a ella a quien le ha tocado parir a un bebé muerto, y eso tanto a nivel físico como a nivel emocional es una labor mucho más ardua que la de afrontar el proceso mental de decir: tenía una ilusión y ya no la tengo. Las implicaciones que tiene un suceso así para una madre -psicológicamente y de un modo puramente corporal- se recrudecen mucho. Porque un posparto ya es complicado de por sí, pero todo se lleva mejor cuando tienes a tu bebé sano, a salvo y acompañándote; de la otra manera todo se vuelve infinitamente peor. Como todo esto no lo viven los hombres es algo que no terminan de concebir muy bien, como en el caso de la amiga que me contó la historia que dio pie a Leña menuda, que me confesó que cuando sus compañeros de trabajo se enteraron de que había perdido al niño la llamaron y le dijeron: «bueno, ¿ya te vemos en 15 días, no?», mientras ella pensaba que en 15 días seguiría hecha una mierda. En su caso, desde luego que no entendieron el proceso que le quedaba para poder recuperarse un poquito, para poder volver a vivir una vida normal… y es algo bastante extendido: la ignorancia del tiempo que necesita una mujer para recuperarse de estas cosas, y de por qué lo necesita. Por eso yo necesitaba que la novela terminase con una recuperación y una nota luminosa, con el mensaje de que, efectivamente, este es un proceso largo y costoso, pero las mujeres somos capaces de recuperarnos de todo y tenemos la fortaleza suficiente como para salir adelante.
P: Por acabar de hacer mención a Casa vacías, hay una reflexión entre sus páginas que asegura que «no se puede ser humano si otro organismo te succiona la vitalidad. Tampoco se puede ser humano si cargas los fantasmas que no te corresponden, se llama individualidad». ¿Hasta qué punto dejamos de ser humanos cuando tenemos hijos? ¿Hasta qué punto se pierde esa individualidad de la que hablaba Brenda?
R: Bueno, la maternidad como invasión tiene una doble vertiente: en primer lugar, porque un ser está creciendo dentro de tu cuerpo, que es algo que puedes llevar más o menos bien, siendo conscientes de que hay embarazos aterradores y muy complicados, y de que hay fantasmas que parece que no puedes invocar de determinadas maneras porque puedes llegar a parecer una desagradecida, pues se supone que estando embarazada tienes que estar siempre feliz, sonreírle a la galería y no expresar que tienes miedo o que te pasas las noches temblando. Por otro lado, también nos encontramos con una invasión de la privacidad, en el sentido de que por ser mamá parece que el bebé ya no es tuyo, sino que le pertenece a los demás. A mí me pasó, por ejemplo, que un día estaba en la farmacia, mi niña estaba llorando y la farmacéutica le metió el dedo en la boca, diciéndome que lo que le pasaba era que tenía hambre… ¿¡Cómo se le ocurrió?! Si no nos conocíamos de nada… O cuando la gente te toca la barriga: ¿por qué se permiten este gesto? Si no vamos por ahí tocándole la tripa a las mujeres por la calle, no lo hagas cuando están en cinta si no las conoces, ¿no? [risas]. Esto son sólo algunos ejemplos de lo que te comentaba anteriormente acerca de la gestación, que es una invasión no exclusivamente corporal, sino también estimativa, pues todo el mundo se cree con capacidad para emitir juicios u opiniones acerca de tu situación. Y lo peor es que lo hacen indistintamente personas que han tenido y que no han tenido hijos, que a mí, particularmente, es lo que más me molesta, cuando estos últimos te intentan dar consejos o lecciones de crianza.
Desde luego, si algo me ha enseñado la escritura de esta novela ha sido a respetar mucho más la intimidad de las personas, a no hacer preguntas de cierto tipo, a no imponer lo que yo creo conveniente frente a los otros… porque en el fondo tú nunca sabes qué tipo de cruz pueden estar cargando los demás ni cuál ha sido su camino, sus circunstancias personales o su dolor. Creo que debemos dejar de meternos en la cama de la gente, como cuando le preguntas a una pareja que para cuándo el segundo o como cuando dices por ahí de alguien que está siendo un vago por no querer intentarlo. Debemos de ser conscientes de que en muchas ocasiones se trata de un asunto peliagudo. A mí, por ejemplo, me abrió los ojos una amiga que me contó que había tenido diez abortos naturales distintos en el periodo que comprende el primer trimestre del embarazo, y a quien todo el mundo le estaba dando la murga con que a ver si ya se le estaba pasando el arroz… Claro, como es una cuestión que se silencia la mayoría de las veces, porque molesta, porque es incómoda, porque en muchas ocasiones a esas mujeres lo último que les apetece es ponerse a llorar en público, pues al final parece como si no ocurriera nada; pero deberíamos cerrar la puerta antes de permitir dejar entrar determinados comentarios, dar un paso atrás y tratar de mantener un poco más ese respeto en la mirada hacia las vidas ajenas -por lo menos en los comentarios que emitimos-.

P: Cuando escribiste Leña menuda tú ya habías sido madre, ¿no? ¿La experiencia literaria te ayudó a confirmar aspectos de tu experiencia vital previos a la creación de la novela?
R: Completamente. La parte de los miedos, por ejemplo, o los capítulos más oníricos sí que fueron una cosa como muy cercana a mi experiencia: el ver cómo algo se estaba formando en mi interior y rezar por que todo saliera bien, el deseo de que las cosas terminaran llegando a buen puerto fue algo personal, pero que luego he comprobado que es más universal de lo que creía y que le ha pasado a varias de las mujeres con las que he tenido la suerte de encontrarme a lo largo de la promoción de la obra, en los clubes de lectura y en los encuentros con lectoras. Siempre digo que ahora podría escribir como tres libros más sobre el mismo tema gracias a las historias que me han ido contando a raíz de la publicación de Leña menuda, a cada cual más descabellada y dolorosa. Para mí, ha sido una especie de destape: he explorado un mundo que parecía sumergido y me he dado cuenta de la gran cantidad de mujeres -y de mujeres cercanas con las que durante años he tenido vínculos fuertes, eh- que han vivido situaciones así. Y, bueno, nombrar todas estas cosas que jamás han sido nombradas está bien para que por fin ocupen un lugar, bien entre las páginas de una novela, de una revista, de un periódico, o bien de un espacio público para dejar de silenciar ese proceso, ya sólo porque la representación de estas realidades es subversiva, marginal y, por tanto, potencialmente transformadora. Estos días, sin ir más lejos, leía en un artículo que a las mujeres ucranianas violadas por soldados rusos que se refugiaban en Polonia -que es un país especialmente restrictivo en estos asuntos- se les niega el derecho a abortar, y lo único que pensaba era que ojalá no estuviera tan candente el tema de la obra, que ojalá fuera algo inusitado, algo que ya hubiésemos superado y que hoy por hoy nos tocara preocuparnos por otras cosas mucho menos básicas; pero no.
Por desgracia, el aborto sigue siendo un derecho que no está garantizado en muchos países y en muchos supuestos, que genera un tráfico de mujeres gestantes que buscan una salida de emergencia y que en muchas ocasiones ni siquiera pueden permitirse el hecho de acudir a una clínica lo suficientemente preparada: legal e higiénicamente. Me acuerdo, por ejemplo, del libro Catedrales (Alfaguara, 2020), de Claudia Piñeiro, o de Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013), de Marta Sanz, que tratan estos temas; porque cuando mi amiga me contó la historia que terminaría dando paso a la obra yo pensaba que nunca había leído algo semejante, pero luego me di cuenta de que sí, de que existe una tradición esencialmente femenina que lo ha ido mostrando, y sobre todo que lo ha ido mostrando con un final que no tiene por qué ser siempre terrorífico -bueno, en el caso de Claudia y de Marta sí [risas]-, que es lo que a mí también me interesaba: mostrar que un final feliz también está al alcance de la mano.
P: «¿Por qué hacer público lo personal? Porque hay experiencias que trascienden la primera persona, y quiero creer que esta es una de ellas», expresa tu narradora. En Leña menuda, ¿cuánto de político tienen los asuntos personales que abordas?
R: Hay otra frase en la novela que habla de redirigir el rumbo y buscar un nuevo arquetipo, y yo creo que la literatura es capaz de lograrlo, de crear realidades y a la vez denunciar hechos concretos. Para mí, el poder de la literatura no reside únicamente en su catarsis, sino también en su poder creador de mundos y utopías. En este sentido, ojalá Leña menuda sea una novela que nos ayude a caminar en la dirección correcta y a construir un mundo en el que las mujeres puedan terminar de tomar decisiones sobre sus cuerpos y sobre sus maternidades sin tener que viajar a otros países para ello.
P: Vivimos en la era de la hiperconectividad y de la inmediatez de los mensajes, sin embargo, la maternidad siempre comienza con una primera etapa de silencio. ¿Cómo una madre -o una pareja- puede llevar encima un secreto tan grande durante varias semanas cuando acaba de enterarse de que está embarazada? Y lo más importante: ¿por qué lo hace?
R: Pues sobre todo porque empieza el miedo: en cuanto entra el bebé también entra el temor a perderlo, que es algo que ya no sólo te acompaña durante el embarazo, sino a lo largo de toda la vida. De igual modo, al espanto se le suma siempre el deseo de que todo salga bien. Al final, un hijo no deja de ser un tesoro muy preciado que llega y que tú sólo quieres saber cómo mantener, cómo cuidar, y al que le deseas que sea capaz de salir hacia delante.
Yo creo que esa costumbre de no contar -sobre todo hasta que no pasa el primer trimestre, que es cuando más abortos naturales se producen- tiene también que ver con el silenciamiento del que antes hablábamos, con ese tabú de la muerte del hijo. Luego, después de haber escrito, preguntado e investigado mucho sobre el tema, te das cuenta de que el mutismo es muchas veces voluntario por parte de las madres, que no siempre quieren dar explicaciones o tener que esquivar preguntas molestas. Mi amiga, por ejemplo, me decía que las primeras veces que se quedó embarazada se lo contaba a todo el mundo y se emocionaba un montón, pero que luego fue aprendiendo a disminuir las esperanzas y a afirmar: «bueno, si sale, bien, pero si no sale al menos no tendré que hacer público mi dolor», y eso también tiene que ver con el respeto a una madre dolida: el derecho a no contar nada si no quieres. Porque lo último que desea una mujer es recibir miradas de lástima o conmiseración, y por eso a veces recurren al silencio para protegerse.
De todo esto, además, puede surgir con el tiempo un sentimiento de complicidad que termine venciendo al sigilo, porque los problemas sólo se destapan cuando ocurren, ¿no? Y a veces contar ayuda, acompaña y es capaz de crear hermandades entre personas que han pasado por lo mismo y tienen una sensibilidad y una experiencia común.


P: Hablando de experiencias comunes: hay algunos capítulos en que te acuerdas de «la comunicación furtiva establecida para susurrar direcciones, nombres que eran llaves, contraseñas que podían salvarte la vida al abrir la puerta de los domicilios de curanderas de dudosa higiene». ¿Qué relación guardas con las mujeres que nos precedieron -y que, desde luego, iniciaron un camino que se ha venido continuando hasta hoy, a pesar de que no tuvieran tanta «suerte» ni tantas «oportunidades» como las del presente-?
R: En mi caso, un buen número de las historias que apoyaron la elaboración de Leña menuda me las descubrieron personas muy cercanas, amigas y conocidas que se fueron a Londres en su momento o que tuvieron que venir a Madrid porque en su pueblo no practicaban este tipo de intervenciones, incluso en algún caso me inspiré en personas que eran casi de mi familia y que sufrieron también problemas similares. Y qué decirte sobre ellas, además del inmenso cariño que les tengo por abrir ante mí una puerta que llevaba años cerrada, que como escritora es el regalo más valioso que alguien te puede dar. También es una prueba de confianza, y por eso yo he intentado hacer un libro lo más fiel posible a la realidad: incluyendo documentación, indagando en la historia de las mujeres, pero también reflexionando sobre las palabras, sobre el diccionario, sobre la naturaleza misma…
Curiosamente, en la obra no se nombra el momento más duro, o al menos no se cuenta con mucho detalle: hay una elipsis en la que se dice lo que se tiene que decir, pero con muchísimo respeto hacia el dolor ajeno que desde tan cerca me contaron. Así que, bueno, yo sí que me siento muy cercana a todas estas mujeres, y trato un miedo y un dolor que comparto con ellas y que he intentado reflejar en la escritura de un modo preciso.
P: ¿Cómo dirías que es tu relación con las mujeres del futuro? ¿Tienes esperanzas en el porvenir?
R: Pues el futuro me tiene un poco preocupada, la verdad, porque se están dando una serie de pasos hacia atrás en cuanto a la concepción en el mundo de las mujeres y de sus derechos que jamás pensaba que veríamos. El surgimiento de ciertos movimientos le hacen a una temer; y yo, que tengo una niña, además de estar inquieta por las catástrofes climáticas -que son mi mayor miedo ahora mismo-, sólo deseo que las mentalidades sean más abiertas y más valedoras de nosotras -y de ellas-, que exista una igualdad real, que haya menos maltrato… Para las mujeres del futuro todo lo mejor, por supuesto, ¿cómo iba a ser de otra manera?
P: ¿Y qué tienes que decir acerca de las mujeres que además de presenciar o vivir situaciones como las que se reflejan en Leña menuda las escribieron? Porque la novela está plagada de citas y referencias…
R: La literatura es como una especie de genealogía, porque, claro, una novela nunca viene de la nada, sino que obedece a lecturas anteriores que a ti te han conformado y animado a escribir. En ese sentido, lo que yo quería era dejar constancia en la obra de su intertextualidad, de sus referencias, de dónde venimos y hacia dónde vamos, así como nombrar y señalar a aquellas escritoras y pensadoras que han influido en esta concepción. Pienso, por ejemplo, en Svetlana Alexiévich poniendo el foco sobre los niños de Chernóbil; o en Lorca, cuando hablaba por una parte de la esterilidad y por otra del temor de las madres al comparar el embarazo con el hecho de tener un pajarillo apretado en la mano y sentir su latido -mira, él, que era un hombre, lo entendió todo [risas]-. En definitiva, lo que yo ansiaba era mostrar ese camino, y luego tratar de continuarlo un poquito, claro.
P: Desde luego, que una madre sobreviva a sus hijos no es algo natural, suceda del modo en que suceda; sin embargo, ¿cuánto hay de natural en la literatura?
R: Entre otras muchas cosas, la literatura es un espacio de exploración, eso sin duda; y en mi caso, tanto en esta novela como en la anterior, Los gatos salvajes de Kerguelen (Altamarea, 2020), he buscado unos espacios que hubieran estado poco transitados. Al trabajar como editora, suelo encontrarme con muchas historias que terminan siendo siempre la misma, y eso es lo que ha hecho que no deje de cuestionarme por mi escritura, por mi originalidad; porque para qué contar historias ya leídas o añadir más piedras al grandísimo número de novelas que se publican. Evidentemente, cuando mi amiga me contó su experiencia tuve clarísimo cuál sería mi misión: hacer que sus vivencias no se quedasen sólo en mis oídos, sino ponerlas encima de la mesa, favorecer una conversación sobre ellas y permitir que llegasen a muchas más personas -algo que, por otra parte, gracias al Premio Tusquets de Novela hemos conseguido-. Porque parece que algunos derechos los tenemos adquiridos, pero luego resulta que no, que en España, en pleno siglo XXI siguen sucediendo cosas tan atroces como las que suceden en este libro.
Pensando en la escritura como tal, hay que admitir que ésta tiene siempre algo de masoquismo, que es un camino de rosas con menos pétalos que espinas, y si no que se lo pregunten a cualquiera que esté intentando encontrar la palabra exacta, la frase exacta para lograr hacer encajar todas las piezas de la trama. También es una actividad que exige muchas atenciones, mucha perseverancia, quitarle tiempo a otras cosas para dedicárselo a ella…
P: Un poco como ocurre con la maternidad, ¿no?
R: En mi caso ya te digo yo que sufrí más durante el embarazo que durante el proceso de escritura de la novela [risas]. Los dos son procesos de ilusión y de miedos, pero no creo que puedan compararse demasiado en cuanto a sus niveles de complejidad; además, de un libro puedes desentenderte -más o menos- o incluso renegar, pero de un hijo no. Por último, suele suceder -y a mí la primera- que lo más bonito de una obra es escribirla, y todo lo que viene después está bien, pero nunca tanto como el proceso de escritura en sí mismo; con los hijos, sin embargo, ocurre al contrario: lo mejor llega cuando das a luz, no antes: cuando los crias, cuando los cuidas, cuando los conoces.
P: Por último: además de todo lo anterior, Leña menuda es un manual de excomulgación perfecto, pues te explica paso a paso cómo renegar y abandonar la religión católica. Dime, ¿cómo de fuerte es la fe de quien ha perdido la fe en todo, como puede llegar a sucederle a cualquier mujer que se ve en la tesitura de tener que interrumpir voluntariamente su embarazo?
R: Pues mucho más fuerte, eso seguro. La fe es algo complejo, pero lo que sí está claro es que cuando te pasan cosas terribles activas el modo supervivencia, y así es como las personas y las mujeres hemos superado casi todos nuestros traumas históricamente. Además, por norma general nunca llegas a ser consciente de lo mal que estabas hasta que no sobrepasas el problema, y eso es lo que más nos beneficia.
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