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El fruto bendito de su vientre prohibido

Tal y como expresa Myriam Rodríguez del Real a finales de este texto, «todo ensayo tiene parte de poesía en su interior», especialmente si en él se tratan asuntos tan inagotables y misteriosos como el fruto.

Del fruto solo cabría hablar en versos alejandrinos[1], alejándonos del lenguaje más gramático y sintáctico, ortodoxo y académico que lo convierte en resultados, consecuencias, matemática y geometría. La ciencia objetiva ha desbancado en el último tiempo al Dios cristiano, puro axioma, dogma contra el que no podemos arremeter argumento lógico, porque la sobrepasa. Dirá Wittgenstein que lo que no se puede decir solo cabe mostrarlo y de lo que no se puede hablar, mejor callar. Aquí, este callar adquiere un sentido activo, silencio activo de escucha y, también, de tensión de los límites y las contradicciones que se revelan al tratar de expresar lo que con palabras se nos escapa. Pero, en cambio, esto es un ensayo sobre el fruto que, como la mayor parte de mis escritos, dirigen a Dios: sobre lo único que cabe preguntarse, pero de lo que no se puede dar una respuesta que no sea el silencio, en ese acto de mostrar. De esta forma se expresa la divinidad en gran parte de la cultura oriental.

Gilbert Keith Chesterton dejó dicho: «cuando se deja de creer en Dios, en seguida se cree en otra cosa». No sin razones para ello, Luna Miguel, escritora y poeta, se refería hace un tiempo al escritor, o, más bien, a su fandom, como: chestertosterona, en un audaz juego de palabras que escenifica esta pulsión casi libidinal fetichizadora de los hombres del ámbito intelectual por este pensador. Sin embargo, esta ingeniosa llamada de atención a la idolatría de los pensadores, me hizo volver a esta idea enterrada en la afirmación anterior. La necesidad de crear ídolos a los que adorar axiomáticamente nos conduce a una suerte de idolatría ciega, por ejemplo, hacia la ciencia o, peor aún, hacia el capital. No querría caer en el descrédito de la ciencia ni en el negacionismo de ella como herramienta (no absoluta) de conocimiento de nuestro mundo, pero sí dibujar un paréntesis explicativo de crítica al cientificismo en un tono husserliano.

Fruto es nacimiento de lo que existía virtualmente, pero se actualiza en el tiempo presente; impulso vital de creación que dura porque es siempre y no cesa de ser en la dialéctica del nacer-crecer-crear. Porque el fruto es semilla y alimento madurado al mismo tiempo y bajo la misma forma. Nace de la flor que crece de la planta que surge de la semilla que germina en la tierra y que necesita agua y sol. (Pausa para respirar) Agua, tierra, fuego y aire. Ya bien los presocráticos hablaban de los elementos como el principio de todo lo que existe, en lo que existimos, o con lo que co-participamos de la común existencia, esto es, principio que germina, semilla que da lugar al comienzo del resto de la existencia.

Resulta antitético cómo en la religión cristiana el fruto es símbolo de tal oposición dialéctica que llamaremos bendito/prohibido. Es objeto prohibido que Dios restringió a Adam y Eva de su ingesta y símbolo del pecado que cometieron al traicionar la palabra de Yahveh. Era significante de poder, el árbol del conocimiento, la fruta de la sabiduría, que, al comerla, les convertiría en semejantes a Dios en omnisciencia y omnipotencia. Así que, simboliza el deseo ciego y jugoso del triunfo absoluto a modo de reto hacia Dios. También, y al mismo tiempo, es el propio Dios hecho carne –por eso es bendito–, encarnado en la persona de Jesucristo, nacido de María, fruto bendito de su vientre: Jesús.

Llegados a este punto dialéctico que habría de dirigirnos al famoso Aufhebung hegeliano –si, acaso, fuese posible tal síntesis, ya que esto supondría eliminar la tensión de las contradicciones–, popularizado como síntesis hegeliana, la estructura es una suerte de sistema rizomático donde fruto y vientre, prohibido y bendito, silencio y palabra se combinan, entrelazan y entran en comunión. El fruto es prohibido y bendito, de la misma manera que el vientre (mariano) es bendito, pero también prohibido porque María es virgen, como las escrituras anunciaban: «El Señor mismo os dará una señal. He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel», que significa Dios con nosotros.

El problema está en la polisemia de este término. Decía un amigo, a modo de reinterpretación de la máxima aristotélica, que el decir se dice de muchas maneras. Y es que, el conflicto de la historia del pensamiento (al menos occidental –no quisiera hablar en nombre de nadie, ni acallar voces–) es la lucha por entendernos y por utilizar los mismos significantes (signos) con distintos significados (sentidos), y esto es fruto (¡otro más!) de nuestra esencial disparidad, diversidad y de la necesidad de expresarlo en continentes que: a veces nos ayudan a entendernos y comunicarnos, y otras veces nos encierran y hacen de cárcel de nuestras multiplicidades en devenir.

El fruto es semiótica, significante lleno –aunque no por eso unificado, destensionado y resuelto–, completo de sí, pero a la vez vacío o vaciado por las líneas de fuga que lo atraviesan. En su acepción más primaria, o, al menos, la imagen que primero aparece al nombrarlo, conlleva una siembra y su posterior cosecha, que no basta con el par de manos de un solo individuo, sino que es labor colectiva, en el sentido más arendtiano de la palabra labor. En la siembra y la cosecha nos sabemos vulnerables y necesitados del otro. Y este es el núcleo del fruto: la comunidad y la labor que conlleva construir los cimientos de ese entretejido, de esa lana que es suave, que abriga y que dura en el tiempo. Porque nunca acaba en el círculo –ya mencionado– del nacer-crecer-crear, pero siempre necesitando de la mano otra que descubre nuestra existencia abierta por una grieta, una falta que interpela a la comunidad. Podría resultar esta mancha una condena a nuestra autonomía individual, sin embargo, es, precisamente, en la ausencia de algo que no conocemos a priori (¿qué me falta?) desde donde emprendemos esa búsqueda que nos permite trascender nuestro yo y encontrarnos con la alteridad más cercana (el otro que es como yo) y con lo otro más otro (que es Dios).

Este pequeño escrito es fruto, en el sentido de nacimiento, de eso, de un preguntarnos colectivo, donde las respuestas fueron entretejiendo el contenido de la reflexión; de una siembra y cosecha realizada por muchas manos como una forma de performar aquello que precisamente estábamos escribiendo y pensando intersubjetivamente. Es la recogida tras el aluvión de mensajes, imágenes, palabras de mis amigas, mi comunidad, a las que quise interrogar por respuestas que se le apareciesen en sus cabezas al proferir el término fruto. ¿Sabes cuántos poemas hay sobre higos? Muchos me condujeron a través de arboledas, dones, frutas, comidas, flores, pero también resultados, causas o consecuencias. Me punzaban especialmente –como unas compañeras dicen mucho– las palabras vientre y nacimiento, siendo una y la misma cosa: fruto. Y la belleza y riqueza que puede crear un concepto en la mente de muchas personas en un mismo punto espacio-temporal: primera semana de enero en España durante el estudio de los exámenes del primer (y último-primer, porque termino este año) cuatrimestre de filosofía.

Una de las ideas presentes en estas líneas era la imagen de círculo dialéctico para pensar sobre el fruto. Un círculo que se cierra sobre sí mismo, pero que, a su vez, permanece siempre abierto en su paso por los distintos espacios y tiempos, por las distintas historias y gentes. Así, este documento presente, pretende cerrarse de la misma manera, volviendo sobre el principio, sobre el mandato propio –incumplido– de la imposibilidad de hablar desde un lenguaje rígido y sintáctico, esto es, dejando que la propia escritura mostrase las tensiones, contradicciones y ausencias, con una intención más poética que epistemológica. A pesar de que Platón condenase a los poetas en La República por dirigirse a la multiplicidad de las apariencias en lugar de a la unicidad de la idea, creo que todo ensayo tiene parte de poesía en su interior, tanto en su lenguaje como en la intención de poner palabras a lo misterioso de la vida sabiendo que estamos, en parte, atados de pies y manos. Por eso me permito terminar con tres estrofas para, ahora sí, hablar –o, más bien, callar mostrando– qué diantres es el fruto.

Huele a higos y sed saciada
por el jugo que los árboles entregan
que empapan porque están mojadas
las plantas, las flores,
sus colores y la música que tintinea entre las dos figuras:
Adam y Eva.

Hay quien no comprende
luego los que crean
en sus vientres está el fruto
puto
lugar donde juegan elementos que viven
porque son vida
rojos, semillas, gestos
que gestan significantes vacíos de contenido
dejan continentes colonizados, invadidos, empobrecidos, masacrados.

Demandan resultados los que ahogan
con el yugo
cuentan las historias
son las voces de este mundo, las palabras ganadoras,
los vencedores
¿Dónde está el truco?*

*Poema realizado con trozos de conversaciones de los 10-13 amigos y amigas a las que pregunté qué les inspiraba el concepto fruto y me pareció de lo más lindo las diferentes y variadas imágenes que se proyectaban en cada una. A veces, el/la poeta es solo el arquitecto de vivencias o conversaciones que le rodean y sobrevienen.


[1]Los alejandrinos siempre me recuerdan a la sentencia que leí en la novela Los mandarines, donde uno de los personajes dice: «–Todos somos neuróticos– dijo Julien–.  Pero por lo menos ninguno de nosotros escribe alejandrinos».

Myriam Rodríguez del Real es estudiante de último curso de Filosofía y graduada en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Co-fundadora de “Colectivo Mentes Inquietas”, un espacio creado en RRSS para la divulgación de la filosofía tanto en las redes sociales como fuera de ellas a través de talleres en “La Corrala”, el “Institut Français” y diversas librerías. Ha publicado varios artículos académicos, además de publicaciones periódicas con la Editorial SM, “generación go”, y colaboraciones puntuales en “La Trivial”, “Público” o “Filco”. Tiene dos libros de divulgación filosófica publicados: “Y pensar ¿para cuándo?” y “Mentes Inquietas. Contrarefranes y cultura popular”. Sus principales líneas de investigación son la ontología y la filosofía de la religión.

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