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¿Por qué leer ‘Gran Cañón Mogambo’ si no queremos pensar en osos polares?

«¿Hay mistificación en lo crudo?», se pregunta Ventura A. Pérez al contemplar las fotografías de Xurxo Pernas en 'Gran Cañón Mogambo' (Cántico, 2022). Y lo cierto es que no sabemos la respuesta, pero quizás por eso seguimos mirando: con los ojos propios y «con los ojos de otro», utilizando el concepto proustiano.

En Notas de invierno sobre impresiones de verano, Dostoievsky propuso el juego del oso polar, cuya regla principal era que uno perdía la partida simplemente con pensar en el animal que le da nombre a la prueba.

Similar a ese reto mental, cuando abro Gran Cañón Mogambo (Cántico, 2022) inmediatamente he perdido, esta vez no porque haya pensado en un oso en la nieve, sino porque no puedo evitar comparar mi experiencia veinteañera en la universidad con el mundo retratado de Xurxo Pernas en su fotolibro.

Por leyes extrañas del universo que seguro entenderéis, cuando uno se comparara con alguien, o cuando comparamos momentos vitales, ya no creemos que el tiempo pasado fuese mejor, sino que la época pasada de los demás es de un destello desconocido para nosotros. Que ese flash de lo otro te dé en la cara significa que tienes las de perder en ese pulso de comparaciones. El césped del vecino de hace diez años siempre fue más verde, y el césped que Xurxo Pernas muestra es de un verdor que refulge en mí. Reverbera tanto en mí, que estoy verde de envidia y no felicito al rival, sino que siento comezón de no haber vivido eso.

Pues bien, los celos de lo no vivido hacen que Gran Cañón Mogambo se mistifique y, en vez de ver la fotografía de un hombre semidesnudo de cintura para abajo y con dos piernas de maniquí por brazos, veo algo enigmático. Pienso que tengo ante mí una imagen de una quimera o grifo. Ya, ya, sé que decir eso es pasarse, y reconozco que cuando dejo de fantasear, rompo a reír, porque finalmente me fijo en la cara del hombre-brazos-por-piernas. Ningún cocodrilo-come-almas egipcio o ningún dios hindú de color azul, en su gravedad de ser mito, sonríe como lo hace aquel tipo de la foto. Entonces, me avergüenzo por mistificar algo que desconozco y paso a la siguiente página. Esta vez hay una mujer y vuelvo a caer en la misma trampa. Ya lo creo que hay guilty pleasure a la hora de cavilar en las fotografías de Xurxo. ¿Son mágicas o me llevan a una realidad mucho más cruda? ¿hay mistificación en lo crudo?

En fin, no lo sé, pero página tras página, las fotografías de Gran Cañón Mogambo se transforman en puentes a medio construir, pero que invitan a alcanzar la otra orilla averiguando qué hacen, qué piensan, qué desean, qué aborrecen las personas retratadas por el artista gallego. Obviamente, no llegamos a alcanzar la otra orilla y nos ahogamos en nuestro propio recuerdo, buceándolo, revisitándolo. Los retratos de Xurxo son crueles porque siguen presentes en esa otra orilla lejana, viendo cómo no les alcanzamos, cómo nos hundimos en nuestro pasado revisando nuestros amigos de la facultad, nuestros amores pasados, pero esa es parte del encanto que encierra el libro. Quizá la fotografía de Xurxo Pernas no sea tanto un puente a medio construir como un trampolín que nos invita a pensar sobre nuestra más temprana juventud, qué hemos hecho, qué hemos pensado, qué hemos deseado y qué hemos aborrecido.

En la facultad de Bellas Artes comencé a leer En busca del tiempo perdido sin saber muy bien dónde me metía. Mientras leía eso y otras lecturas obligatorias de la asignatura de Escultura II, solía utilizar de marcapáginas los tickets de entrada del Karma (pub mítico de Pontevedra), donde muy pocas veces llegaba con mis compañeros de facultad. Como habréis notado, por esa envidia que he sentido al abrir Gran Cañón, nunca he sido el alma de la fiesta. Normalmente, era yo el primero en marcharme sin despedirme de las casas-after de los amigos. Pisos de amigos y conocidos que, como se reflejan en este libro, fueron lugares donde «la suciedad también produce excelencia», parafraseando a la artista Lupe Pinar.

En fin, que me gustaría estar en la piel de los retratados de Xurxo Pernas, ser parte de ese círculo de gente y, de hecho… ¡lo he estado!

Veréis, una noche, precisamente en casa de Xurxo Pernas, un amigo, que aparece en el libro con una barba tupida, sabía lo que estaba a punto de hacer y me agarró la mano, justo antes de que me fuera a casa de extranjis. En ese momento me dio un recorte de revista. Lo que había en el papel lo reconocí como una frase del quinto volumen de Proust: La prisionera. Rezaba así: «El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro». Una vez la leí, esa noche me despedí de todos y me fui a dormir a casa.

Tras este plot twist en donde ya sabéis que soy cómplice de esta obra de Xurxo Pernas, el o la lectora de esta reseña podrá decir que no hay objetividad en lo que he escrito de Gran Cañón Mogambo. Quizá penséis que hago el penoso papel de intentar venderos el libro donde salimos mis amigos y yo. Pero creedme, soy de vuestro bando. Yo también estuve en la parte del lector que desconoce y se maravilla de las personas que habitan las páginas del libro, esta reseña da fe de ello.

Y es que, ¿se puede sentir envidia de lo propio? ¿puedo sentir celos de mi pasado compartido con mis amigos? Creo que sí, y eso es lo que hace de este libro algo extrañamente inusual para mí. Hay algo proustiano en la fotografía de Xurxo Pernas cuando, efectivamente, nos presta sus ojos para ver un paisaje ya revisitado. Y sus ojos prestados reformulan desde una mirada atractiva, llena de humor, pero también llena del sin sabor de una mañana resacosa. De un paseo por una costa asturiana exuberante, pero con dolor de estómago, de la intimidad de casa, donde la ducha suena porque el o la que quieres se está lavando o, quizá, está llorando. En definitiva, hay matices insospechados en la fotografía de una chica guapísima pintarrajeada con lápiz de labios y con los ojos en blanco.

Gran Cañón Mogambo podría ser ese «baño de juventud» del que hablaba Proust, con las cosas buenas y malas que la juventud trae. No es un balneario privado, ni hay que pagar un gran precio por esa zambullida, sino que nos invita a todos a lanzarnos desde ese puente a medio construir (y que en realidad es un trampolín). Solo cabe esperar que compartáis conmigo ese fulgor verde de envidia o, quizá, os recuerde algo que habéis perdido en vuestro pasado.

Tengo la certeza de que no os dará tiempo a pensar en osos polares con este libro, de un ritmo fulminante y encantador y que solo pide que Xurxo Pernas siga sacando más fotos, más, más, más… y que la editorial Cántico publique más fotografías suyas, más, más, más…


Gran Cañón Mogambo (Cántico, 2022)


«Xurxo Pernas revoluciona allí donde hace una fotografía. En esta cuidada edición que recoge gran parte de su obra, vemos el mundo a través de los ojos del joven artista. Una nueva forma de ver la vida se ha desatado sobre estas páginas».


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