«Quiero escribir hoy uno de esos poemas / luminosos y frescos / donde nunca pasa nada. / Donde solo hay fuentes, / niños corriendo a su alrededor. / Gente en los bancos que come pipas y piensa / en sus gatos / en sus amores de juventud / o en lo triste que es el verano / [cuando no eres un niño que corre en la fuente», escribe Paula Melchor (El Real de la Jara, 2000) en ‘Poemas a la sombra’, de Amor y pan (Letraversal, 2022); y de un modo u otro marca el camino, salvo por un pequeño detalle: en sus versos, colmados de amores, gatos, fuentes y alimentos, pasa de todo, al igual que pasa en un almuerzo familiar o en una merienda con amigos. Porque en la cosmología del hambre -y del amor- las leyes naturales se confunden, y por eso recurrimos a la poesía.
PREGUNTA: En el fabuloso prólogo que Juanpe Sánchez López le dedica a la obra aparece una idea que me gusta muchísimo: «Hay algo de resistencia en querer ver, a pesar de todas las dinámicas y estructuras que quieren impedirlo, la vida de una forma optimista y sensible. No me refiero a un optimismo insípido (…). Me refiero a un optimismo que es inevitable ante la destrucción o erosión de la confianza en los demás y, por tanto, de la vida». Me gusta, precisamente, porque habla de resistencia y optimismo, sí, pero también de insipidez. ¿Acaso valen la pena las emociones -incluso las más fuertes- si no rezuman algo de sabor? En este sentido, ¿comemos -y escribimos- para calmar el hambre, simplemente, o buscamos algo más?
RESPUESTA: La pregunta que me haces es algo que, a nivel personal, me planteo con mucha frecuencia: ¿cómo conseguir emociones tranquilas? ¿Podré sentir las cosas en algún momento con la calma suficiente como para que no me abrumen? ¿Cómo seguir manteniendo la fuerza sentimental sin que esta me domine? Con demasiada frecuencia siento que las emociones, buenas y malas, me sobrepasan y se adueñan de mí. A esto yo lo llamo «no saber cómo dejar de ser adolescente»: una vez que hemos aprendido -en esa edad tan crítica del instituto- una memoria sentimental que se basa en los extremos y en estrujar los sentimientos lo máximo posible, ¿cómo cambiar de actitud sin perder nuestra esencia? Yo siempre he sido una persona muy entusiasta: las cosas muy pocas veces solo «me gustan», sino que, más bien, me obsesionan. Por esto, cuando, como comentas, algo me deja insípida, no suele ser lo normal.
Sin embargo, este espíritu tan vivo -tan, siguiendo con el símil, «adolescente»-, puede ser realmente agotador. Por lo que a mí respecta, escribir me ayuda a volcar todo el entusiasmo con el que por lo general habito el mundo -un entusiasmo que a veces se ve colmado y otras veces frustrado- e imaginar, desde la poesía, nuevos caminos posibles que me ayuden tanto a calmar el hambre como a, si es necesario, avivarla.
P: ¿Se podría hablar, entonces, de una literatura que nace de las tripas, del estómago, de la barriga?
R: Desde luego, en este poemario yo quería reflejar esta poesía algo abatida que, como el deseo de un cuerpo hambriento, se mueve siempre hacia delante, tratando de encontrar otro cuerpo al que unirse. La voz poética de Amor y pan se retuerce sobre sí misma porque algo le pica, le pica el amor tempestuoso de alguien que no la alimenta, le pica el deseo y le pica la tristeza de haber dejado los lugares seguros que ha habitado en busca de un mundo mejor que no sabe si encontrará; entre otras cosas. Yo quería hacer una poesía inquieta que estuviera continuamente en espiral, colmada de alimentos alrededor, pero bajo la imposibilidad verdadera de poder alcanzarlos: así me parece que muchas veces se muestran los amores falsos, amores que nos ponen al alance de la mano todas las promesas que necesitamos pero que, sin embargo, no nos dejan alcanzar.
La escritura de la barriga y de las tripas no creo que sea simplemente una escritura de confesión o de dolor. Por el contrario, me parece que en este libro hay una luz que invade incluso el tono oscuro que se plasma bajo la descripción de un amor malo, un amor del hambre. La escritura del estómago puede ser punzante, pero sobre todo debe estar viva.
P: Leía el otro día en la cuenta de Twitter de Punzadas que a Vivian Gornick le preguntaron una vez: «¿Qué haces cuando tu mente se queda en blanco?», y que ella respondió: «Ir a la nevera y comer». Dime, ¿qué cosas alimentaron tu mente durante la escritura del poemario? ¿Qué alimentos no pudiste ni ver?
R: Durante el proceso de escritura de Amor y pan, me obsesioné -como no podía ser de otra manera-, con todas las poéticas que tenían alguna vinculación con las ideas que yo quería desarrolla: la dicotomía entre amor-comida y hambre-soledad. Me alimentó especialmente la poesía de Maria-Mercè Marçal -la antología Diré tu cuerpo, publicada en Ultramarinos-, donde vi reflejada esta celebración del cuerpo compartido y la reivindicación de una entrega total al amor, en contraste con la muerte de una misma por la no-correspondencia en esta devoción erótica. Hay un poema suyo que siempre me estremece -se llama ‘De poner y quitar la mesa’- y tiene unos versos preciosos que dicen así: «La noche llama a la puerta y viene bien sola:/ quito la mesa y ahogo bajo el agua/ deseo, reloj, orégano, platos, corazón, casa».
Me alimentó también mucho, en esta otra dimensión del poemario donde la voz poética busca de nuevo las raíces de un hogar perdido, la escritura de Alba Flores Robla, en especial su libro Digan adiós a la muchacha (Rialp, 2017). La voz de Alba -la poética y la «real»- siempre es un consuelo para mí, una luz brillante acerca de lo que yo misma querría ser: admiro muchísimo su capacidad de conmover sin tapujos, reflejando toda la belleza que desprenden las cosas sencillas de las que nos rodeamos. Nadie escribió mejor sobre la pérdida de la infancia ligada a los espacios rurales: «Mientras el nogal se partía,/ me hubiera gustado tenerte a mi lado».
Fuera de la poesía, siempre me alimentan el amor y el lenguaje compartido con mi madre y mis amigas: en un periodo en el que yo pensaba que el mundo se derrumbaba a mi alrededor, fue vital que ellas recordaran para mí todo lo que yo era, todo lo que aún podía ser.
Hubo otros alimentos, alimentos que en ese momento pensé que eran buenos y nutrían: el tiempo me rebeló que, en realidad, estaban podridos. A ellos no les dedicaré más espacio que el que les relego en el poemario: el último poema que aparece en el libro.

P: «Las palabras están hechas / de pan y jengibre». «Y los poemas vienen de la patata». «Una vez que los poemas se cuecen en la olla, / hay que dejarlos enfriar». «Las palabras se cortan en rodajas en la tabla y se colocan junto al resto de ingredientes / tomate cebolla / ajo aceite / pepino / agua y sal / dentro del poema». Así es como comienzan las cuatro partes -o cuatro comidas, según se mire- de Amor y pan. Al igual que existe una liturgia específica para la cocina, ¿existe una liturgia específica para la literatura?
R: No tengo ningun ritual específico para la escritura; es decir, no recreo ninguna rutina específica que me ayude con los poemas. Creo que, en este sentido, mi poesía se parece más a momentos brillantes de revelación -momentos que, como son cortos, exprimo al máximo y me absorben por completo hasta que se marchan-, que a una disciplina exacta.
Aunque no sigo ninguna liturgia concreta, sí creo que hay pasos importantes que son necesarios para conseguir la plenitud de un libro -si es que acaso eso puede existir-. Efectivamente, el más importante de ellos es saber esperar –«Una vez que los poemas se cuecen en la olla / hay que dejarlos enfriar»-: igual que con la comida, es importante dejar reposar la escritura, darle tiempo a un libro para que se enfríe y, así, poder evaluarlo con calma.
Creo que también es importante -en este periodo de reposo de los libros- que seamos capaces de compartir la escritura con la gente adecuada. Sé con certeza Amor y pan no sería ni la mitad de lo que ahora es sin todas las personas que participaron en él con las lecturas y los comentarios que tanto lo han hecho crecer. En este sentido, la escritura siempre será para mí -lejos de los egos y la necesidad de reconocimiento, a la que todas nos enfrentamos- un acto de amor basado en compartir.
P: En el relato «Creamy milk and crunchy chocolate», de Sara Mesa, hay un personaje secundario que «sufría intensamente cuando los alimentos se estropeaban. Su madre compraba grandes cantidades de comida y no sabía administrarse bien, de modo que muchas veces tenían que desechar lo que caducaba o se pudría. Él lloraba, se tiraba al suelo, pataleaba. No entendía que tal horror sucediera, cuando hubiese sido tan fácil comérselos antes. Para él, representaba la plasmación de la mortalidad de la carne, o algo así, una idea que le angustiaba de una manera casi existencial». Desde luego, la culpa y la comida son elementos que han estado siempre muy ligados, ¿sería la escritura, precisamente, una forma de ahondar en esa culpa o, más bien, una forma de exculpar?
R: La escritura contiene, en mi caso, una contradicción enorme con respecto a la culpa y la vergüenza. Por un lado, es la mejor manera que he encontrado para reivindicar las propias vivencias, hacerlas nuestras y participar con ellas en el relato íntimo y social. Por otro lado, es terriblemente complicado compaginar la honestidad con la que yo trataba de afrontar la voz poética, con la complejidad simbólica que quería desarrollar, acompañada también por el miedo y la vergüenza de mostrar públicamente toda la historia que se cuenta en Amor y pan. No creo que esta cuestión sea exclusiva de la escritura -al fin y al cabo, siempre que decidimos dar testimonio de un relato, nos enfrentamos a la vergüenza del juicio, a que no nos crean, a ser humilladas-; pero sí considero que, durante el proceso de creación de un libro, nos vemos con demasiada frecuencia invadidas por la autocensura de la culpa, proyectando sobre nosotras mismas un juicio que está en quienes nos miran desde fuera y que acaba instaurándose en nuestro interior.
Como consuelo, como forma de vencer la culpa, reivindico estas palabras de Annie Ernaux: «El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello».
P: Según tus propias palabras, a ti te pone triste comer sola. ¿Por qué? ¿Acaso el acto de comer acompañada va más allá?
R: El tiempo de las comidas siempre ha sido para mí -por el modo en el que se ha configurado mi memoria afectiva a través de mi familia- un momento de encuentro y de cariño, de acercamiento a los otros a través de la excusa de los alimentos. Cuando me encuentro sola en estos momentos, me provoco a mí misma mucha devastación, porque evoco todas las veces que he comido acompañada, lo maravilloso de compartir cotidianidad con los demás; y me doy cuenta de que, en esos momentos, no estoy pudiendo crear nuevos recuerdos compartidos.
P: Era evidente -y deseado- que en un libro titulado Amor y pan hablases del amor y de sus distintas vías de fermentado. Porque el amor que aparece en la obra es distinto, pero a la vez reconocible, según hablas de tu pareja, de tu familia, de tus amigos, de la ciudad, del pueblo o del verano. ¿Crees que el amor es, de hecho, el sustento que todos necesitamos? ¿Podrías hablarme brevemente del amor que sientes hacia todos y cada uno de los elementos señalados, en la medida en que han participado -o no- en la confección del poemario?
R: Tengo muy poca idea de lo que es el amor, igual que tengo muy poca idea de lo que es la poesía. Son preguntas que siempre me ponen contra la espada y la pared, porque cada vez que me las hacen pienso que, diga lo que diga, automáticamente después de enunciarlo voy a sentir la necesidad de corregirme y decir lo contrario. Cualquier persona que crea conocer de manera certera lo que es el amor, es muy posible que esté mucho más equivocado de lo que pueda creer. Sí creo, sin embargo, que el amor va de la honestidad y el respeto hacia el otro; siendo todo lo demás adaptación, acuerdos. Igual que cada libro -cada poema- exige de una voz distinta, de un tono que se pule y se encuentra a medida que se recorre su camino; creo que sucede lo mismo con las relaciones: siendo conscientes de nuestras necesidades, no conocemos realmente nuestra forma de amar hasta que no amamos. Podemos cambiar radicalmente de una relación a otra, porque las circunstancias son siempre distintas y nosotras nunca somos las mismas.
Así que sí, considero que el amor es el sustento de todo lo que necesitamos, porque, más allá de lo que nos aportan los otros, es una forma esencial de conocimiento de nosotros mismos. Opino lo mismo de la poesía: aunque no consigamos reconocimiento -o amor correspondido-, el camino que recorremos al escribir -al amar- es ya lo suficientemente valioso como para seguir haciéndolo una y otra vez.

P: «¿Me querrás cuando sea mayor y deje de ser guapa? Te querré. ¿Me dirás si algún día escribo poemas malos y no me doy cuenta? Te lo diré». O «Nunca hemos hablado del corazón, / sino de semántica». Además de vivirlo, ¿el amor hay que saber comunicarlo?
R: Siempre. Igual que con tantas otras realidades, el amor no existe si no se enuncia: el lenguaje es la herramienta más poderosa que tenemos para ello. No tiene que ser una enunciación inamovible o convencional, si no nos sentimos cómodas con según qué etiquetas; pero sí tiene que ser sincera. Tiene que estar. Se han cometido muchas violencias amparadas en que, no habiendo acordado una relación, no hacía falta tener responsabilidades con respecto a la otra persona. Es imprescindible comunicar el amor para hacerlo importante y real.
P: Y cuando el amor deja de estar, bien porque se marcha, bien porque cambia, bien porque tiene la oportunidad «de acabarse por cansancio», ¿cuán importante es, también, saberlo asimilar? Y contar, claro, tal y como escribes en los últimos versos, cuando admites que «me gustaría mucho publicar este libro para ti. (…) / Me gustaría que tu madre lo leyera y llorara / al ver a su hijo tan bien escrito / por una persona que lo quiso».
R: Como dije antes, escribir es la mejor forma que yo he encontrado para poder reivindicar experiencias que son mías, sentimientos que podría haber dejado encerrados y pudriéndose, pero que decidí sacar y reivindicar. Yo siempre recomendaré que, si alguien se encuentra en este tipo de situaciones, hable. Que cuente su experiencia todas las veces que quiera, a cuantas personas sean necesarias. Que escriba un libro, pinte un cuadro, grite en un bar junto a sus amigas… lo que sea, pero siempre que lo cuente, de la forma que mejor pueda ayudarle. El silencio es necesario y puede ayudar en determinadas situaciones, pero demasiado silencio solo consigue matarnos y darle la razón a quien nos ha hecho daño.
P: «La luz es peligrosa la luz pone / los límites entre los cuerpos», dices en un poema. «Si sabemos algo de la poesía, / es que debe jugar con la oscuridad», pareces contestar en otro. ¿Son las sombras, el silencio, lo oculto, lo desconocido, lo inexplicable, lo insignificante, etc. lo que, a través del lenguaje poético, realmente debemos explorar?
R: Sí. Creo que todas las respuestas que he estado dando hasta ahora me llevan hasta esta conclusión: el lenguaje es, muchas veces, la luz con la que conseguimos hacer reales las cosas. Me gusta mucho la poesía porque se encuentra en ese punto de contradicción entre oscuridad-silencio y luz-grito.
P: Por último, me gustaría lanzarte un reto a partir de una de las cuestiones poéticas que plantea Pablo Neruda en El libro de las preguntas, a ver qué me contestas: «¿Si se termina el amarillo / con qué vamos a hacer el pan?».
R: Lo volvemos a amasar de nuevo.
*Fotografía de cabecera tomada y cedida por Javier Calderón.
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