Curso avanzado de perra (Cántico, 2022) es el poemario ganador del V Premio de Poesía Irreconciliables. Carolina Otero Belmar (Valencia, 1977), filóloga de formación –no nos lo juren–, y entregada a la enseñanza –tampoco se molesten en confirmarlo–, reconcilia en este libro las dualidades más controvertidas que se puedan recrear en el imaginario poético. Pero sean pacientes y no adelantemos acontecimientos.
La poeta nos relata el duelo de una ruptura amorosa en tres partes, como las grandes trilogías del cine norteamericano: “La perra prescindible”, “Los espacios disponibles” y “Después del logos”. Todo ello, a su vez, hilado por unas líneas en prosa pertenecientes a la novela El verano sin hombres (Siri Hustvedt), como indica la autora en las notas finales.
La primera perra discurre además en cinco paradas, como estaciones de servicio en un viaje largo en carretera –no la abandones, ella nunca lo haría–, una carretera más arriba de Wiskonsin, por supuesto. Un grito desesperado que nos quiere mostrar el dolor rozando lo patético de quien es abandonada, y giré la nuca 300.000 veces hacia su holograma. El escenario fingido de Norteamérica, alguien lanza una lágrima en Arizona, como se finge el amor en sus últimos estertores, nos traslada a la idea de que todo lo de fuera es siempre mejor. Las penas con pan son menos, aunque aquí tengamos a la triste can sin pan, y si el duelo lo revestimos con referentes del mundo yankee –oh my Daddy, burger, paddle surf, Donald Trump…– parece más llevadero que un corazón roto microquijote en Sierra Morena.
“La perra prescindible” la sobrevuelan pajarillos que son herida y verdugo. Las lágrimas se disparan en casi todos los poemas en forma de llanto y de brote, de soyozo y de llorera, de ayes y esnifes que se disipan según avanzan la lectura y las fases del duelo. Van de la mano de la muerte que encuentra su nicho quizás en la piedra, inerte sobre una tumba o viva en el movimiento de los continentes.
Empieza entonces Carolina con su juego de dualidades, de su no sé qué y qué sé yo, de la ingeniosa fusión de lo de aquí y lo de allá. Sus versos son portales en el tiempo que nos mueven entre las referencias más variopintas, desde un juego divertido, entre la ironía y el sarcasmo, un baile ágil que domina como perra por su casa: del mito de Eco a un baile de Tik Tok, de la magia de Houdini a la de Netflix, del romántico Bécquer a la bestia que habita en Djokovic. Qué importa si en la historia Salicio y Nemoroso, si Machado y Guiomar o un señor random lleno de mocos (…) en la Gran Vía, el Amor parece cumplir el mismo “acuerdocontrato” por los siglos de los siglos de la vida y la literatura, Amén.
Cómo no reconocer a la filóloga que diestra reescribe estructuras que a la par nos recuerdan y nos descubren poemas clásicos aprehendidos y referentes en nuestra literatura. Más locas que cuerdas nos deja con la metaliteratura del poema en el poema, del poeta que quiere morir maldito en un haiku esa raqueta / pretende ser la luna /pero no es nada que cierra la sección “Ser la raqueta de Novak Djokovic”. No se relajen, llega Donald Trump en la intervención de un poema de Pedro Salinas, en la que nos pasea por una calle más transitada que la “Madrugá” de Sevilla. Devuelve a la vida, con solo el roce de los versos de Ana Rossetti, a los sublevados del XIX, las sufragistas o a la mismísima Cleopatra, dónde mejor que en los pechos de safo para llegar a las Alas, el vuelo, la sanación, la libertad. Y es que no hay mal que dure cien años ni error 404 not found.
Con una forma más narrativa nos adentra la poeta en la siguiente fase, que relaja el tono hiriente y se torna más sutil. Los poemas son ahora el reflejo en el que nos cobijamos, el espejo donde encontramos a los otros que ya no tienen que ver con nuestro yo del presente como en las fotos. Comprende, al fin, que somos reemplazables, somos los espacios disponibles / somos los huecos de la nevera. Se despide la perra en el silencio y la calma del hogar, donde volvemos eternamente, a la noche, esta vez la de Van Gogh, el Greco o la Kahlo, que despeja las dudas y en la que solo se escuchan los pensamientos.
Tan certero termina este curso avanzado que recupera y trasgrede, que nos pone a prueba entre Lorca y la pared, entre el lamento y el humor, lo poético y lo apoético (en palabras de la autora) para contarnos la emoción compartida del duelo. En su cabecera a todos los que lo vieron venir, redondo el cierre (…) todos los que lo vieron, / la veis, los que lo vieron, / no viene, los que lo vieron?
Estamos ante un poemario con una voz inconfundible, que rompe con la tradición desde esta misma. Una voz hiriente y desvalida que se mueve entre la ironía y el dolor, que despierta ternura y sonrisa maléfica en esa dualidad que nos acompaña a lo largo de su lectura. Mordaz y sabia recupera lo lírico y lo simbólico, lo enmarca en un escenario casi futurista donde el lector no sólo se identifica –porque lo sitúa en el mundo en el que se mueve– sino que querrá matricularse cuanto antes en este Curso avanzado de perra.
*Imagen de cabecera: Carolina Otero.
Curso avanzado de perra (Cántico, 2022)
En este curso poético «el amado arranca a la vez corazón y coche», revuelve la moral de las perras y destroza a quien lo lee con su imposición del silencio. Irónica, desgarradora, profana, inteligente, aguda. La poeta posee una voz particular, capaz de deconstruir estructuras líricas, donde los sonetos isabelinos incluyen dedos de los pies torcidos, y las terzas hablan de bebidas isotónicas y condones. Carolina despliega un imparable cinismo que obliga a preguntarnos por la cuestión de la forma lírica.

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