René Soto (Comarca del Henares, Comunidad de Madrid, 1995) acaba de sacar un disco impepinable, como la diestra de Ronaldo Nazario o las referencias políticas y culturales que sus letras nos cuelan por la escuadra: Pop transversal madrileño, cuyo título está relacionado con el rock radical vasco, aunque más bien por llevarle la contraria. De hecho, esa es una de sus claves: la contradicción, que ondea en cada tema como la bandera de la Comunidad de Madrid que aparece en la portada del álbum. Al fin y al cabo, «toda la Historia no es otra cosa que la transformación continua de la naturaleza humana», escribió Marx -cuyo busto también aparece en la carátula–, y René se ha encargado de plantarle cara. ¿Cómo? Con «barras, barras. / Sólo barras», valentía, talento y agallas.
PREGUNTA: En 1957, tres años antes de su muerte, Albert Camus pronunció un discurso titulado ‘El artista y su tiempo’, donde admitía que «crear hoy es crear peligrosamente», pues «toda publicación es un acto que expone a su autor a las pasiones de un siglo que no perdona nada». En tu caso, ¿qué prefieres al crear: el indulto o la provocación?
RESPUESTA: A ver, yo es que no puedo hablar desde la misma posición que Camus, porque él era el puto amo y a mí sólo me respalda un pequeño número de escuchas, con lo que no sé si tengo la capacidad suficiente como para contestar. De todos modos, y si me das a elegir, tirando de referencias personales podría decir que hace unos años sí que prefería la provocación. Completamente, además. Coincide con la época en que montamos Los Chikos de la Comarka, donde también hacíamos rap político, aunque mucho más cerrado, muy comunista, siguiendo los cánones. Por aquel entonces alcanzamos una pequeña notoriedad, llegando a las 200.000 views en cinco meses -que no es una burrada, pero sí que era bastante para el nicho en el que nos movíamos-, y todo fue porque tratábamos de provocar, efectivamente. Lo que sucede es que han pasado los años y, como yo mismo, algunas ideas han ido cambiando.
P: «Si quieres culpar al René del ayer / lo llevas jodido, ya no soy aquel. / Ni rencores ni odios, eso ya lo dejé. / Si tú quieres sentirlos, me parece bien», cantas en Corazón libertario. Precisamente, ¿a qué se deben esos cambios?
R: Pues, mira, yo llevo haciendo música muchos años, desde que tengo 13 o 14, más o menos. Lo que ocurría entonces es que era una persona muy inconstante, y cuando las ideas que tenía no salían como quería -o lo rápido que quería- terminaba pasando de ellas; por suerte, últimamente me he puesto más serio, aunque sigo con la misma ideología: valorando la música por su contenido, la canción protesta. Porque las etapas van pasando, y aunque la forma, las influencias y la manera de proyectar varíe, el fondo permanece. Por ejemplo, ya casi nadie sigue haciendo el rap político de siempre, ese que hacían Los Chikos del Maíz o Valtònyc; es algo que está muerto, que pertenece al pasado, que ha sido sustituido por otra clase de sonidos. Un grupo del que podríamos hablar al respecto es Tremenda Jauría, que ha sabido sacar contenido político con ritmos e influencias un poco más latinas y modernas, adaptándose a los tiempos y acercándose a lo que escucha la juventud.
Yo mismo he evolucionado un montón desde la época de Los Chikos de la Comarka, cuando empecé a ser consciente de esa necesidad de cambio en las formas y de mantenimiento del contenido; y no sólo a nivel musical, sino también a nivel personal, intelectual, ideológico y político. En lo primero, he pasado por muchos estilos: desde el rap hasta una vertiente un poco más popera y más próxima a lo que se conoció como La nueva ola, porque siempre me ha gustado hacer lo que me apetecía, y hay veces en que eso implicaba dejar un poco de lado el rap, bien porque me aburría o bien porque necesitaba alejarme un poco de la militancia activa, a la que he querido regresar. Pero ahora lo estoy haciendo desde un punto de vista personal, asociándola con aspectos concretos de mi vida, como el feminismo, sin ir más lejos, que es un asunto que me ha afectado muchísimo -y en un plano en el que jamás imaginé que me fuese a afectar, por cierto; más ligado a la experiencia que a las lecturas o a las referencias culturales-.
P: Me interesa mucho el modo en que abordas en el disco determinadas -y aparentes- paradojas, como la izquierda caviar, la masculinidad frágil o el republicanismo rojigualdo. ¿Son el rap -en particular- y el arte -en general- lugares propicios para enfrentarnos a la contradicción?
R: Vaya pregunta más grande, ¿no? [risas] Voy a intentar contestarla con dos ideas. La primera te la voy a decir tal cual, porque de veras considero que si alguien no tiene contradicciones en su vida es porque no ha vivido bien; o porque es un dogmático, una persona que se engaña a sí misma o alguien muy aburrido. Porque entiendo que si eres más derechas, más conservador, sientas cierta tendencia a mantener el statu quo -que es algo igual de humano y necesario, por supuesto-, o incluso que tengas miedo a los cambios; pero, tratando el asunto desde una posición de izquierdas, nosotros siempre deberíamos preguntarnos cómo transformar las cosas. Y si no tienes contradicciones tratando de cambiar el mundo es porque intentas hacerlo mientras te quedas encerrado en casa con tus tres o cuatro amigos, leyendo el mismo libro, recitando a Lenin y revelando La Verdad.
Sobre si el arte es el lugar propicio para enfrentarse a la contradicción, pues yo creo que es un tema muy interesante y que da para mucho. Fíjate, el otro día estaba hablando con unos amigos acerca del acto aquel que celebró VOX con raperos, como Santaflow y demás, y se originó un debate sobre música y compromiso. Y qué quieres que te diga: para mí, el arte, al igual que la cultura, es un espacio donde tienen que salir aquellas cosas que a priori no encuentran otro lugar para mostrarse, ya sea por el sentido común imperante en un determinado momento, ya sea porque no se considera políticamente correcto; y esto es algo que siempre ha existido, que siempre va a existir y que es bueno que así sea. De este modo, el arte y la cultura no son los lugares donde se dan por supuestas cuáles son las normas buenas o malas, sino donde se lucha por ellas, donde se da el auténtico debate y donde se exponen los problemas con todos sus matices, con toda su oscuridad y con licencias que en otros espacios no puedes permitirte. También puede haber en ello una actitud provocadora, como antes decíamos; porque si yo hablo de barras «falocéntricas» en otros ambientes seguramente no se entienda del mismo modo que el que yo trato de contextualizar dentro de mis canciones, y esta es una apuesta que a mí me parece realmente divertida. Al fin y al cabo, yo no tengo que pensar o sentir todo lo que expreso en mis letras, pero sí me gusta ver cómo reacciona la gente al final de la performance, que la mayoría de las veces será mucho más exagerada que la realidad, y sólo para ver qué pasa. Además, en el mundo de la música no puedes estar haciendo todo el rato cosas buenas, ni autorrepresentándote a ti mismo en todos tus temas, porque sería muy aburrido; al contrario, tienes que probar cosas diferentes, llevarte la contraria, explorarte a ti mismo y explorar a los demás.


P: Para El Jincho, lo que la gente busca cuando escucha música es «saranana, no literatura». ¿Tú qué opinas?
R: Yo creo que ambas son necesarias, y que precisamente por eso va a haber siempre una pugna entre ellas; pero no pasa nada. Hay música, como hay películas, o libros, u obras de arte, que son para tener saranana y punto, y ya está; así como hay otras que son para rayarse y hacerte reflexionar, como cuando tenía 15 o 16 años, iba de militante andante por la vida y estaba un poco loco por escuchar Ska-P y Los Chikos del Maíz a todas horas. Evidentemente, un tipo subirá y otro bajará dependiendo del contexto social en que se enmarquen. ¿Tú te acuerdas del tipo de música que se hizo alrededor del 15-M? Ahí fue donde muchos raperos y cantantes empezaron a politizarse, a subirse al carro de los temas político-sociales, pero esto no significó que se enterrasen para siempre el resto de tendencias. Los momentos culturales funcionan así, y no pasa absolutamente nada, ¿sabes? También es mi caso, que en ocasiones le canto al amor y en otras me apetece hablar de mis referencias personales; y no lo hago porque quiera enseñarle algo a los demás -que es estupendo, qué duda cabe-, sino porque así es como me sale. Hablando en plata: yo soy un rayado, y sin política ni filosofía mi vida no se entiende; al igual que ocurre con mi música. Yo abogo por que cada cual saque su propia movida, y en mi caso esa movida viene influenciada por lo que vivo, por lo que leo, por lo que escribo, por lo que creo; por lo que me hace pensar, en definitiva.
P: Y además de «saranana» y «literatura», ¿crees que alguien busca en la música filosofía?
R: Recuerdo una entrevista a C. Tangana en la que decía algo que me viene al pelo para responderte, y que tiene que ver con el momento en que, cuando era joven -y estudiaba Filosofía-, descubrió que no podía rapear a Platón y Aristóteles en el parque. Porque uno puede meter 400.000 referencias y nombres en sus canciones, pero por sí solos nunca serán suficientes: tienes que tener algo más que decir. Tiene que haber una lógica detrás, y, si se hace bien, puede funcionar, claro. Pero más allá de las referencias explícitas, creo que se puede encontrar buen pensamiento filosófico en una canción, incluso cuando los autores no tienen esa intención. Hace unos meses, sin ir más lejos, leía un libro de Bourdieu en el que decía que toda obra, cuando se lanza, estalla para el público, y que, a pesar de tener una intencionalidad X, cada uno saca lo que saca; y esto está genial y no pasa absolutamente nada. En mi caso, y con esto quito el ego de los artistas -el mío el primero-, cuando empezó el trap yo lo escuchaba desde un punto de vista filosófico y encontraba un montón de alusiones al individualismo, a la solución de problemas colectivos, al machismo… no sé, encontrabas un montón de cosas, como hizo Ernesto Castro en su ensayo El trap: filosofía millennial para la crisis en España (Errata naturae, 2019). La clave, como digo, es si hay o no hay intencionalidad. Por ejemplo, en Izquierda caviar tengo un verso que dice «respetos a Ozelot por traerme luz», y quiero detenerme unos segundos en él porque fue un artista que hizo todo esto de un modo maravilloso. Es una auténtica pena que falleciera hace unos años, pero fue capaz de hacer música filosófica de primer nivel, intencionadamente. En su álbum Dimensiones y cuerdas tenía temas de diez u once minutos que si tú los escuchas te dan ganas de llorar; porque se los pasaba rapeando, sí, pero intentando responder a las grandes preguntas de la Historia, como si en el fondo existe algo o realmente somos nada. ¡Y con medio millón de visitas en YouTube!
Por otro lado, hoy en día que creo que también existe una corriente de análisis cultural que a veces se queda en la superficie, pues determinadas corrientes se intentan comprender desde la Academia o desde la tranquilidad del salón de casa, y eso lo que provoca es que los fenómenos se terminen analizando según unos paradigmas concretos, unas fobias concretas… Y encima sus autores son los primeros que te dicen que es mejor no criticar la cultura porque seguramente el autor no tenía la intención que tú estás exponiendo, falseando y trampeando el diálogo, forzándote a decir lo que ellos mismos quieren que digas.
P: La frase de El Jincho que antes comentábamos aparece en Telamón, que es un beef a Ayax. A mí, particularmente, los beefs del mundo del rap me recuerdan a algunas intervenciones cruzadas del Congreso, y casi siempre hacen que me pregunte ¿qué hubiera sido mejor: escuchar a todas las partes implicadas o no haber perdido el tiempo con ninguna?
R: Pues depende del punto de vista, me temo. Por ejemplo, si analizamos ese beef desde el punto de vista del espectáculo, de lo estético, hay veces en que uno acude a él únicamente por el morbo, por ver qué piensan los demás o qué argumentos maneja el contrario, incluso para reírnos un poco -especialmente cuando ese beef se emite por televisión-. Así es como funciona gran parte de nuestra cultura, ¿no? Donde existe una espectacularización muy grande de las cosas, sin tener que ver necesariamente con la política o los medios. Es, a fin de cuentas, lo que lleva sucediendo con el deporte desde hace ya bastantes décadas; pero vamos a ser honestos: muchas veces escuchamos más a unos que al resto. Además, no podemos abarcar la totalidad, y quien diga que es capaz de captar todos los matices que se producen desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda está mostrando un argumento falaz. Otra cosa es tener curiosidad e interés en conocer al adversario, tratar de entenderlo -intencionadamente- para derrotarlo, aunque tampoco creo que haga falta. En el fondo es algo que va con la personalidad de cada cual, y en mi caso -al menos- claro que me parece guay escuchar o leer un poco de todo, pero no siempre es tan fácil; porque, al margen de lo mediático y de lo político, existen otras variables que son bastante más jodidas, como las que tienen que ver con la censura o el acallamiento, que son las que me llevan a ser un poco escéptico con el asunto.
P: En este sentido, ¿todo rap es político?
R: Es muy fácil decir que la música es política porque todo es político, pero habría que analizar mejor la relación entre el significado y el significante de lo que entendemos por «político». Para mí, todo rap es político no porque haga referencia a una ideología concreta, sino porque transmite política por sí mismo. En él puedes hallar una serie de elementos que reproducen visiones del mundo concretas, visiones de época, formas de pensar -lo quiera o no el autor-; y eso es política. Pero «política» no en el sentido de pelea o beef del que antes hablábamos, sino en otro muy distinto, relacionado con la voluntad de mostrar ciertas ideas.
Por ejemplo, la canción Veneno, de Delaossa, a mí me parece una canción muy política, en el sentido de que está hablando de una manera de comprender las relaciones afectivas que, si la enmarcamos dentro del pensamiento monógamo y del amor romántico imperante, llegamos a la conclusión de que se refiere a una relación tóxica que va hacia abajo, por culpa, sobre todo, de la idealización de la pareja y de verla como por encima de otro tipo de relaciones. Partiendo de este caso, si te pones a sacar humo claro que te diré que todo -y que toda la música- tiene política en su seno, nos guste o no nos guste. De todos modos, esto no quiere decir que debamos verlo todo desde esta óptica, como ya comentábamos. En primer lugar, la música tienes que disfrutarla, y si (sobre)analizarla te va a llevar a no hacerlo, lo mejor es olvidarse de ello.

P: En Historias del Kronen, José Ángel Mañas escribe lo siguiente: «Ya estamos con el sermón de siempre. El viejo comienza a hablar de cómo ellos lo tenían todo mucho más difícil, y de cómo han luchado para darnos todo lo que tenemos. La democracia, la libertad, etcétera, etcétera. El rollo sesentaiochista pseudo-progre de siempre. Son los viejos los que lo tienen todo: la guita y el poder. Ni siquiera nos han dejado la rebeldía: ya la agotaron toda los putos marxistas y los putos jipis de su época». Para ti, que tienes una canción como Mamá cuéntame otra vez dentro de Pop Transversal Madrileño, ¿crees que realmente las generaciones pasadas «agotaron» toda la «rebeldía»?
R: Sin duda, esta pregunta daría para hacer una conferencia entera [risas]. Además, me parece muy interesante el tema de si las generaciones anteriores nos han quitado hasta la «rebeldía» por medio de sus aparatos, ya no sólo estatales, sino ideológicos, económicos y culturales. Por suerte, yo me puedo permitir el lujo de no hablar como un político, aunque me dan ganas de citar a Zapatero diciendo aquello de que cada generación tiene sus propias peleas -que es lo suyo y lo que yo también pienso, claro-; pero en esta ocasión voy a referirme a una idea de Elizabeth Duval -con la que siempre suelo estar de acuerdo-, quien llamaba la atención acerca de que la pelea intergeneracional mal llevada no es más que otra forma de división; aunque, ojo, yo añadiría que eso no es excluyente de que existan problemáticas concretas y de que se note la diferencia entre los jóvenes y las personas de más de 60 años -por poner un ejemplo-. Y es que a nosotros, que todo nos parece tan nuevo, tan original, tan creativo, muchas veces se nos olvida la Historia y el paso de los siglos. Y a ellos que la crítica a la juventud tampoco es algo contemporáneo, ya que hasta Sócrates la hacía en la antigua Grecia. O sea, todas las generaciones tienen su movida, y ninguna es mejor o peor que la anterior o la siguiente; habrá cosas en las que sí, por supuesto, pero habrá que analizarlo.
Si la rebeldía es un rasgo ideológico, la rebeldía nunca se acaba. Es consustancial al ser humano, y da igual que seas de izquierdas o de derechas para sentirla. Otra cosa es que, como mencionábamos al principio, existan dispositivos políticos, culturales, económicos y organizativos que dispongan dicha rebeldía y la manipulen para llegar a un puerto determinado. Esto tampoco quiere decir que por el mero hecho de ser rebeldes todo deba estar justificado, ¿no? Porque lo que cambia las cosas no es la rebeldía de por sí -o decir «la verdad», como piensan algunos-, sino organizar, construir, poner sobre la mesa las contradicciones; y aún así seguiremos encontrando problemáticas.
A mí me parece peligroso el discurso que emiten algunos sobre el fin de la Historia, que presentan como la panacea y el fin de lo problemas, pero que en el fondo hace apología de algo turbio. Porque en la vida hay sufrimiento, hay dificultades, la adquisición de nuestros derechos trae consigo nuevas jerarquías construidas que tienen a su vez nuevas problemáticas; y así es cómo funcionan las cosas. El resto es nostalgia, como de la que habla Mark Fisher; pero hay que ser conscientes de que cada cual tiene lo suyo y de que no merece la pena mirarse tanto a uno mismo. Quizás el secreto sea centrarnos un poco más en el pasado y menos en el ahora, no lo sé. Aunque lo que está claro es que, como se dice en Filosofía, las incógnitas de Platón, Aristóteles y compañía siguen ahí; y tendrá sus motivos.
P: Por último, me gustaría plantearte una pregunta que tú mismo lanzas al final de Posmoqueer: René, llegados a este punto, «¿tú quieres ser alguien o quieres ser algo?».
R: Evidentemente, es una preguntaba que lanzaba al aire [risas], relativa al qué quiero ser, ¿no? Pero en el fondo es una paradoja, una trampa, pues todo ser alguien implica ser algo en esta vida: algo para uno y algo para otro, y pensar lo contrario, o tratar de salir de esa dinámica -que no se puede-, me parecería muy individualista. Respecto a lo que yo quiero ser, pues me gustaría ser feliz. Es mi aspiración, la verdad. Luego, que dentro de esa felicidad que persigo se enmarque la cuestión de saber quién y qué soy -tanto para mí como para los demás-, pues también; pero mi idea es intentar encontrar la felicidad de la manera en que a mí más me guste. Y aún estamos en ello -aunque, como te digo, la pregunta es una trampa, porque de esa dialéctica no se sale nunca [risas]-.
0 comments on “René: «Si alguien no tiene contradicciones en su vida es porque no ha vivido bien»”