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‘Estética y emancipación’, ejercicio práctico: dos orillas y un mismo escenario

Releemos 'Estética y emancipación. Hacia una teoría del arte de lo común' (Libargo, 2021), de Javier Correa, y proponemos un ejercicio práctico: a ver, ¿en qué se parecen -o en qué se diferencian- una playa tinerfeña y la obra 'Wrapped Coast', de Christo?

Artículo publicado originalmente en el nº 4 de Metaxis.

El día en que Javier Correa Román (Madrid, 1995) presentó su ensayo Estética y emancipación. Hacia una teoría del arte de lo común (Libargo Editorial, 2021) en la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías de Madrid, un servidor lo seguía a más de 1.700 km. de distancia, paseando por el litoral tinerfeño -o, más bien, por lo que queda de él en Santa Cruz- mientras sintonizaba su directo de Instagram y trataba de aplicar las enseñanzas lefebvrianas expuestas en materia de «espacio concebido», «espacio percibido» y «espacio vivido», tan presentes en la obra, a (casi) todo cuanto acontecía a su alrededor.

Concretamente, deambulaba por el cauce del Barranco de Tahodio, cuya desembocadura acoge una pequeña orilla adonde algunos vecinos vienen a bañarse y a pescar. Es terrosa, y, por si fuera poco, se encuentra a escasos metros del Real Club Náutico, al lado de su aparcamiento y de su pantalán. A pesar de los contrastes, luce con orgullo una pequeña placa: «Mantenga limpia la playa. Gracias»; y esto es, junto a las ideas de Correa, lo que más -y mejor- me ha hecho pensar en ese «espacio vivido» -o «de representación»- descrito por Lefebvre en La producción del espacio, cuya principal motivación no es otra que la «apropiación de la cotidianeidad» desbordando, colonizando e invadiendo las «representaciones del espacio». A fin de cuentas, ¿acaso creen ustedes que esa orilla fue concebida -«espacio concebido»- expresamente para disfrutarla? ¿O creen, por otro lado, que el disfrute deviene de la «práctica espacial», que, como argumenta Correa, son actos políticos que parten de la no-asunción del «dictamen del espacio concebido», y que es, precisamente, el primer paso para terminar adueñándose de él y originando «nuevos usos»? Aún queda rato para contestar.

Fotografía de la desembocadura del Barranco de Tahodio.

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En el fondo, ¿puede ser estética una orilla? Entre 1968 y 1969, el artista búlgaro Christo Vladimirov Javacheff (Gabrovo, 1935 – Nueva York, 2020), más conocido como Christo, junto a su esposa, Jeanne-Claude (Casablanca, 1935 – Nueva York, 2009), envolvieron la costa de Sídney y nos demostraron que sí. Pero, además de estética, ¿puede ser emancipadora?

Sentencia Javier Correa que «una práctica realmente emancipadora debe construirse a partir de una concepción de la justicia, que atañe tanto a la redistribución como al reconocimiento de identidades». Para la filósofa catalana Marina Garcés, la emancipación tampoco pasa «por la conquista de la soberanía individual sino por la capacidad de coimplicarse en un mundo común». Y para Pablo Caldera, autor de El fracaso de lo bello. Ensayos de antiestética (La Caja Books, 2022), las tendencias culturales se muestran siempre como «activadoras de sentido, como un foco de luz que incide en la superficie social. Existe una intachable subjetividad compartida cuyo pegamento es la forma cultural: la cultura, al menos desde el Romanticismo, viene comprendiéndose como la mediación entre lo individual y lo colectivo, entre el sujeto y el estado, entre la persona y el ciudadano». Es curioso, porque el ensayo de Caldera comienza recordando a Sartre, cuando éste visitó Italia en 1953 y comprendió que «Venecia era imposible de mirar porque, en ese archipiélago de orillas, el objeto de deseo siempre estaba enfrente», para luego añadir: «sin buscar la analogía, la idea sartreana también me parece una imagen impecable para definir el sistema cultural actual: la cultura siempre está enfrente. Parece inasible, pero sabemos que dejarla de lado no es una opción»; sabemos que, aunque la costa sea brava, nadar es (casi) siempre lo mejor. Pero ¿nadar hacia dónde? Hacia el arte de lo común, cómo no.

En pocas palabras, la tesis de Correa podría sintetizarse en la siguiente afirmación:

«El arte de lo común debe crear, como hemos dicho ya, espacios y momentos de lo común que permitan, como también hemos explicado, la creación de nuevas identidades (que en muchos casos nacerán como alteridades), una resignificación de lo ya dado -lo que conlleva la redefinición de las relaciones de poder- siempre a través de los pilares bidimensionales de una justicia como la anteriormente expuesta. En una sociedad como la actual el arte de lo común se presenta como un contrapoder, como espacios capaces de organizarse y dar nuevos sentidos por fuera de todo aparato oficialista. Sin embargo no puede (…) limitarse a hacerlo como cualquier otro tipo de auto-organización. Debe hacerlo desde el camino y el lenguaje del arte, caminando y surcando los momentos de lo común con el barco de lo estético».

De nuevo, nos encontramos con una metáfora marítima, y, de nuevo, regresamos a Christo y a su Wrapped Coast; pero sin olvidarnos del todo de la pequeña playa del Barranco de Tahodio. Al fin y al cabo, hay que disparar la disyuntiva: ¿alguno de los dos procesos les resulta más emancipador? Antes de responder, tengan en cuenta lo siguiente:

  • Para envolver Little Bay -la costa al sureste de Sídney escogida por el artista búlgaro y su equipo-, se necesitaron 92.900 metros cuadrados de tela.
  • El montaje de la obra duró 17.000 horas de trabajo, divididas en más de cuatro semanas, e implicó a más de 100 colaboradores, entre escaladores, trabajadores, artistas y profesores australianos. Todos fueron pagados por sus servicios, salvo once estudiantes de arquitectura que se negaron.
  • A pesar de tener patrocinadores interesados, Christo y Jeanne-Claude no accedieron a que el proyecto fuese sufragado por alguien distintito de ellos mismos, manteniéndose firmes a sus principios.
  • En total, la costa de Little Bay permaneció diez semanas envuelta (y, por tanto, clausurada).

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Hoy en día, si uno busca «Little Bay, Sydney» en Google News, los primeros resultados que aparecen guardan relación con ataques de tiburón. Desde luego, si siguiéramos con la analogía planteada por Damien Hirst en los 90s, cuando, a partir de su obra Las imposibilidades físicas de la muerte en la mente de alguien vivo (1991), reflexionó sobre lo salvaje del capitalismo por medio de un tiburón tigre encerrado en un tanque de formaldehído -o si atendiésemos a las hipótesis del programa Mega Depredadores-, la acción de Christo y Jeanne-Claude tendría una justificación solidaria y colectiva. Si pensamos en la cantidad -que no cualidad– de actores implicados en ella, también. Pero ¿hasta qué punto envolver una porción de costa -imposibilitando su uso cotidiano y democratizado, limitándola, convirtiéndola en algo elevado– fomenta el «empoderamiento individual a través de la comunidad», como diría Correa?

Llegados a este punto, no deberíamos olvidar lo que nos ha traído hasta aquí: «el arte de lo común debe favorecer que aflore lo común en tanto que común. Para este proceso de afloración debe tener las condiciones que venimos repitiendo: renegociación de las relaciones de poder, justicia bidimensional, la búsqueda de alteridades en espacios de resignificación […]». Siendo así, el alcance de Wrapped Coast parecería limitado, restringido, poco emancipador; al menos -o eso es lo que a mí me parece- si lo comparamos con la playa tinerfeña anteriormente referida. En cualquiera de los casos, una de esas orillas es arte -o lo fue, más bien- y la otra no. ¿Habría que cambiar alguna presunción?

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Como pueden comprobar, la lectura de Estética y emancipación. Hacia una teoría del arte de lo común (Libargo Editorial, 2021) provoca ciertos cambios en nuestra forma de mirar y de relacionarnos con el entorno, y no sólo a la hora de acudir a un museo, a una pinacoteca o a un centro cultural. La propuesta -y el gran logro- de Javier Correa es precisamente ese: hacernos conscientes de que toda propuesta artística -o estética- debería de aportarnos siempre un poquito más, acercarnos a la consecución de espacios compartidos, mejorados y renovados, atendiendo a la premisa de que «una verdadera emancipación estética pasa por la creación de lo nuevo, de lo no nuevo de manera radical bajo el paraguas de la justicia y la democracia y no un juego estético en el trabajo para rendir-producir un poco más».

Al final, la conclusión de Correa en el epílogo de la obra se vuelve reveladora: «si tiene que quedar una cosa clara de todo este gran paseo es esta: mantener el arte aislado de nuestros problemas como (in)humanidad -o su eufemismo “autonomía”- es una postura política y contingente. Es decir, puede haber otros modos de hacer(se) arte y no por ello no será arte», al igual que puede haber otros modos de hacer(se) comunidad y no por ello no serán comunitarios. Y así hemos quedado: viendo acciones estéticas y emancipadoras en la desembocadura de un barranco, volviéndonos agnósticos en relación a Christo -sin dejar de admirarlo- e interiorizando que «la producción de un nuevo espacio produce nuevas problemáticas y genera nuevos sentidos», que es lo que comenta Correa Román al hablar del mundo del graffiti y que le lleva a concluir con el siguiente estandarte: «¿Qué tiene que decirle el barrio al propio barrio?». Porque luego podremos discutir acerca de sus distintas motivaciones o envergaduras, pero hay algo claro: la estética y la emancipación, Wrapped Coast y la playa del Barranco de Tahodio, el arte y la política, a pesar de encontrarse en distintas orillas, habitan un mismo escenario.

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